AGOSTO DE 2008 | EDICIÓN Nº79
actualidad
Anécdotas: Balanchine en Ballets Russes
Un joven en busca de la libertad
La huida de Rusia de Balanchine luego de la Revolución bolchevique de octubre. Su incorporación a los Ballets Russes de Diaghilev y los celos que despertó en Nijinska, entonces coreógrafa de la troupe.
Isis Wirth | Alemania
Foto: Archivo.
Cuando George Balanchine estaba aún en San Petersburgo tras la Revolución de Octubre de 1917, ciudad que entonces se llamaba Petrogrado, él se consideraba ya un “hippie”, por su espíritu abierto, inquisitivo y sediento que, desde luego, no podía sino causarle entuertos con las autoridades bolcheviques. Él lo intuyó muy pronto, y en cuanto pudo se escapó del “paraíso” del eterno porvenir luminoso.
Sentía que sobre su mundo del ballet y el arte, estaba cayendo un muro que lo iba a aprisionar. La siguiente escapada de un bailarín ruso no tendría sino lugar 37 años más tarde, cuando Rudolf Nureyev se “quedó” en el aeropuerto Le Bourget de París.
El Comisariado para las Artes y la Educación creado por Lenin estaba justo comenzando a prohibir lo que consideraba “desviaciones” artísticas –alrededor de 1922–, el mismo año en que también se iniciaron las deportaciones masivas. Ningún creador, ningún pensador que tuviera una auténtica necesidad de expresarse, debía esperar de los bolcheviques otra cosa que la represión y en el mejor de los casos, el silencio.
Balanchine entendió a cabalidad esta política represiva, porque al principio de la década del 20 había hecho relación con los constructivistas, y otros vanguardistas, entre ellos Malevitch, Rodchenko, Tatlin, que lo influyeron en lo que se refiere a la abstracción y lo “geométrico” fundamental que culminó en su estilo coreográfico. Varios de esos artistas capitularon ante la ideología leninista. Balanchine se amargó con ello, y la huida era la única alternativa posible.
Es probable que su lucidez haya sido reforzada por el temprano disgusto que le provocó Lenin. Balanchine era uno en el gentío que lo escuchó cuando el jefe bolchevique dio su discurso en el balcón del palacio de la prima ballerina assoluta Matilde Kchessinska. (Lenin escogió tal lugar porque simbolizaba el zarismo, debido a la agitada vida amorosa de la Kchessinska con la familia imperial) “Me recuerdo oyéndolo esa noche. Había ido con un grupo de compañeros de la escuela… Todos nosotros pensamos que el hombre del balcón tenía que ser un lunático”, dijo.
Con la huida tan sólo en mente, Balanchine se las arregló en julio de 1924 para que las autoridades le dieran el visto bueno a un tour suyo en Europa occidental junto a otros tres bailarines: Alexandra Danilova, Nicolás Efimov y Tamara Gevergeva. Hicieron lo que pudieron en Alemania y en Londres, hasta que llegaron a París, donde se encontraba Serguei Diaghilev, y se organizó una audición de los soviéticos para los Ballets Russes.
Según Serge Lifar, fue él quien los admitió en los Ballets Russes: “Fuí a ver los bailarines soviéticos que habían escogido la libertad. Eran cuatro. Los miré y vi que eran bailarines de mi generación, y le dije a Diaghilev, sin saber nada de sus cualidades: ‘Tenemos que tomar a esos jóvenes’. Y Diaghilev estuvo de acuerdo. Cuando Bronislava Nijinska se enteró de que yo había ayudado a reclutar esos miembros para la compañía, Nijinska inmediatamente la abandonó… porque yo había dicho que Balanchine estaba en la troupe, y Diaghilev le encomendó parte de la creación a él”.
Naturalmente, Diaghilev, con su visión de águila, captó que Balanchine era mucho mejor coreógrafo que la hermana de Nijinsky, y esta también lo supo. El mismo día en que Balanchine fue admitido oficialmente en la compañía, Nijinska anunció su partida.
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