Sólo dos grandes obras de ballet vio el público este año. Ambas, estrenos absolutos. La primera “Felicitas” de Ana María Stekelman para el Ballet Argentino, y la segunda “Carmina Burana” de Karl Orff y Jean Pierre Aviotte para Iñaki Urlezaga y el Ballet Concierto en coproducción con el Teatro Colón que aportó los coros Estable y de Niños, y la Orquesta Estable. De manera que desde el inicio hubo gran emprendimiento y deseos de compensar una débil temporada, consecuencia del cierre de la gran sala de Plaza Lavalle, más los problemas en su compañía que cambió en pocos meses un director.

Para el montaje complicado por la escenografía del mismo Aviotte, éste laboró desde agosto en La Plata, no obstante que para inicio y culminación –sobre todo– debió obrarse con especial cuidado para movilizar el dispositivo circular que al abrirse exhibía bailarines en distintas actitudes contemplando la danza y las figuraciones de sus jóvenes colegas dando curso dramático a la conocida música de Orff.

Esta cantata escénica se sostuvo sobre tres pilares: la Orquesta Estable ajustadamente conducida por Luis Gorelik, salvo una falla de los vientos. Los coros Estable y de Niños: éstos, con firme dirección de Salvatore Caputo y Valdo Sciammarella, respectivamente, con oportunas y exactas intervenciones, más los tres cantantes solistas cuya excelencia fue muy aplaudida. Laura Rizzo (notabilísimo su solo In Trutina), Alejandro Meerapfel (único que se movió en escena con vis actoral y clarísima emisión) y Pehuén Díaz Bruno correcto contratenor que cantó las desventuras del ave que va a ser cocinada en la olla. El tercer pilar –claro está– corresponde a la creación y sus intérpretes.

Aviotte-coreógrafo eligió el camino de la danza contemporánea sin perder vinculación con lo neoclásico. Diseñó una serie de movimientos con brazos y manos más emparentados con el oriente que con el occidente –aún semi bárbaro– de los textos manuscritos del Monasterio de Beuren. Y por medio de la gran estructura de aluminio y tela enlazó las idas y vueltas de la rueda de la fortuna, y su fluctuación constante. Desde la coreografía aludió a los placeres de la carne, al juego y la embriaguez aunque no siempre quedaron muy claras sus ideas. Como régisseur y coreógrafo careció de espacio suficiente al tener que mantener durante toda la obra a los dos coros en escena.

Iñaki Urlezaga fue el bailarín estrella maleable y dúctil cuya intervención dejó atrás las zonas penumbrosas de Aviotte y lució magnífico como virtuoso no sólo en la concatenación de los pasos contemporáneos sino también como partenaire dispuesto a hacer lucir a sus compañeras, como la imponente Eliana Figueroa quien también aparece como la Diosa Fortuna, hierática y majestuosa sobre el móvil circular.

Urlezaga tuvo a su cargo un solo especialmente coreografiado para él, quien con su altura, dinámica y plasticidad en acelerante movimiento in crescendo mostró saltos, piruetas y personalidad artística.

En el Ballet Concierto que dirige Lilián Gióvine descollaron Natalia Mujtar de notable plasticidad en el movimiento, y Maximiliano Chavarría en su descollante solo de “break-dance”. El vestuario de Aviotte pecó por su excesiva uniformidad en gris.

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