NOVIEMBRE DE 2008 | EDICIÓN Nº80
actualidad
Festival Viva Nebrada
El creador se convierte en ícono
Con la iniciación de un nuevo festival, Venezuela evoca a uno de sus grandes y olvidados coreógrafos. Este proyecto que se repetirá cada dos años, convocará a los más conocedores de la obra del creador.
Carlos Paolillo | Venezuela
Foto: Claudia Rodríguez
Vicente Nebrada finalmente es leyenda. Su obra perteneciente sólo al pequeño y a veces inflexible mundo de la danza escénica logró trascender su propio ámbito. El Festival Viva Nebrada no sólo rindió tributo al celebrado coreógrafo venezolano, sino que despertó dentro del colectivo un sentido de pertenencia hacia él hasta ahora no evidente.
El evento logró un objetivo quizás difícil de valorar en estos momentos: el reconocimiento de una obra creativa que comenzaba a ser olvidada por su falta de divulgación y una valoración distinta de esta, vista como un todo armónico y contrastante a la vez.
Nebrada en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, junto al vibrante director Gustavo Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, fue una convocatoria suficientemente atractiva para descubrir o redescubrir, según fuera el caso, la obra de un autor sorprendentemente coherente o violentamente altisonante en su línea de creación. Sus modos de abordaje de las implicaciones del ballet neoclásico le otorgaron personalidad especialmente en el tratamiento formal de los específicos códigos del género y en la espectacular resolución escénica de sus piezas.
Un grupo de bailarines conocedores casi todos ellos de los alcances y las exigencias de bailar a Nebrada, aunque en este momento no constituyera un elenco cohesionado y homogéneo, asumió la interpretación de fragmentos de un repertorio vasto, lo que permitió un muestrario amplio aunque segmentado del mismo. El conocimiento completo y profundo de las obras que integran el legado del coreógrafo quedará para futuras ediciones del festival que desde ya se anuncian, cada dos años, para la institucionalización del proyecto.
“Viva Nebrada” permitió disímiles miradas a un creador insertado dentro del ballet como expresión universal, ajena por completo a localismos. “Una celebración de Haendel”, “Doble corchea” (Britten) y “Pájaro de fuego” (Stravinsky) dieron cuenta de un particular sentido de musicalidad y plasticidad en la creación de movimientos, así como de una concepción exhaustiva del espacio escénico, características altamente individualizadas en Nebrada. “Nuestros valses” (Teresa Carreño y Ramón Delgado Palacios), “Romeo y Julieta” (Profoviev) y “Lento, a tempo y appassionato” (Scriabin), evocaron momentos estelares de la danza nacional y dejaron por sentado un arte del baile en pareja desmesurado en su compenetración y plenitud. Finalmente, “La luna y los hijos” que tenía (Michael Kamen y percusión) y “Fiebre” (boleros cantados por La Lupe) mostraron a un Nebrada inquietante y trasgresor, impulsado por la búsqueda de rasgos culturales originarios a través de indagaciones de elementos ancestrales y populares. Se trata de un Nebrada vibrante y provocador.
La cima interpretativa del Festival Viva Nebrada estuvo representada por la bailarina venezolana Maricarmen Catoya, actualmente principal del Miami City Ballet, recibida de nuevo con justicia en los escenarios caraqueños convertida en notable figura internacional. La grandeza de su danza en “Nuestros valses” elevó de golpe la autoestima del ballet en Venezuela y lo llevó por un momento a sus épocas de mayor esplendor.
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