Grupo Sotz´il de Guatemala se presentó en la nueva edición de Danza Solidaria.
Foto. Ernesto Acosta

Las distintas realidades de la danza latinoamericana suelen ser desconocidas por sus propios creadores. Como estancos, los diversos procesos continentales que se cumplen alrededor del arte del movimiento viven en una insularidad que atenta contra su valoración universal.

La danza de América latina, que no es una sino múltiple, suele permanecer aislada en las particularidades de sus espacios donde realiza esfuerzos de supervivencia, en algunos casos heroicos. La mirada a su alrededor es eventual y su interés por reconocerse en otros, escaso.

Festivales, encuentros, redes y otras plataformas se han convertido en puntos de acercamiento de existencias divergentes e incluso contrarias, aunque también coincidentes en más de un aspecto. A través de esos ámbitos, las diferencias y las semejanzas buscan aproximarse y los individuales impulsos e intereses que las motorizan intentan ser compartidos.

Danza Solidaria, dentro de este contexto, constituye un referente singular. Desde hace cinco años convoca a una reunión de artistas para el encuentro con el otro, antes que para la exaltación personal. La iniciativa promueve el ideal de la danza como experiencia vital y no como efímero momento escénico.

El evento concebido por Marisol Ferrari, organizado a través de la Asociación Zuliana para el Arte de la Danza (Azudanza), se desarrolla en una región que experimentó a partir de los años cincuenta un notable desarrollo en materia de danza escénica, de algún modo centralizado en Maracaibo. Tal vez por ello la necesidad de expandir su influencia hacia otras regiones y otras audiencias, quizás menos entendidas en la materia, aunque igualmente ávidas.

La edición de Danza Solidaria de este año congregó a 11 agrupaciones de danza tradicional popular, danza clásica y danza contemporánea, procedentes de Bolivia, Colombia, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela. Por sobre la diversidad de expresiones, prevaleció un persistente afán integrador y una visión de conjunto de los movimientos creativos que emergen de las Américas y el Caribe.

El encuentro trajo consigo revelaciones notables como la presencia del grupo Sotz’il de Guatemala, cuyos integrantes, descendientes de la etnia maya kaqchikel, cultivan danzas rituales ancestrales con autenticidad conmovedora y genuino apego al gesto originario. Cuerpos no tecnificados, que sólo obedecen a las motivaciones de energías esenciales, recrean con extrema sencillez y profunda convicción relatos indígenas milenarios, llanos, espontáneos y poseedores de una incitadora belleza formal.

El Conjunto Nacional de Folklore del Perú y Danzas Folklóricas de la Universidad Nacional de Colombia, dieron estimulantes muestras de las reconocidas capacidades de ambos países para investigar con acuciosidad el hecho tradicional y convertirlo en código escénico respetable.

Otro estimulante descubrimiento fue el de la danza contemporánea paraguaya, presente en el evento a través de las actuaciones del Ballet Nacional del país suramericano. El rigor y compromiso de sus bailarines, llamaron la atención por encima de los planteamientos coreográficos de este ensamble.

Danza Solidaria viajó a las comunidades populares zulianas y arribó al Teatro Baralt y el Aula Magna de la Universidad Rafael Urdaneta de Maracaibo con movimientos disímiles, inevitablemente híbridos.

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