El acto de nombramiento de los nuevos ‘Kammertänzer’ (Bailarines de Cámara) del estado de Baden-Wurtemberg, -honorífica distinción que recayó en Alicia Amatriain, Jason Reilly y Friedemann Vogel-, supuso el pistoletazo de salida de la nueva temporada del Stuttgart Ballet. El Schauspielhaus acogió el espectáculo “Un tranvía llamado deseo”, con el que oficialmente se inició la temporada 2015/16. Ganadora del Premio Pulitzer en la categoría de drama en 1948, la obra teatral homónima de Tennessee Williams se convirtió en ballet de la mano de John Neumeier, cuya première realizó el propio Stuttgart Ballet, el 3 de diciembre de 1983.
Treinta y dos años después, la lectura del coreógrafo estadounidense y director del Ballet de Hamburgo sobre el clásico de la literatura norteamericana mantiene su vigencia escénica, en parte, gracias a la sólida interpretación de la compañía stuttgartense.
Con una duración de dos horas y otros tantos actos, el espectáculo contrapone los hechos acaecidos en Laurel (Mississippi) y focalizados en la antigua plantación familiar “Belle Rêve” (Bello sueño, en francés) con la nueva vida de la protagonista, Blanche DuBois, en Nueva Orleans, donde reside su hermana Stella y su cuñado Stanley Kowalski, un rudo obrero de origen polaco.
El suicidio de su marido, tras descubrir que Blanche mantuvo una relación homosexual al principio de su matrimonio, la pérdida de la plantación y su despido por haber mantenido una relación con alumnos suyos, desembocan en una confusión entre la realidad y un mundo ficticio que la protagonista genera en su mente. Todo ello mezclado con la incomprensión por parte de ésta acerca de cómo su hermana, proveniente de una familia acomodada, había podido casarse con alguien de una clase inferior. El clímax del drama se produce cuando Kowalski viola a su cuñada, produciendo que ésta pierda la cordura.
Esa distorsión entre realidad, ficción, aspiraciones y deseos frustrados crean un personaje poliédrico cuyos actos rozan el patetismo. De esta manera, gran parte del peso de la obra recae en la protagonista, siendo, en este caso, encarnada con maestría por Alicia Amatriain. No debe resultar sencillo asumir toda la amalgama de emociones y sensaciones que anidan en el interior de Blanche DuBois y, a su vez, los sentimientos que ella genera a su alrededor. Personaje complejo, con una gran carga en lo emocional y dramático, requiere de una intérprete veterana para hacerle frente.
La versión de Neumeier entremezcla fragmentos más teatrales con otros más danzados, lo que significa que todos los personajes han de mantener un óptimo nivel para dar credibilidad al drama, pero, sobre todo, el eje central de “Un tranvía llamado deseo”, Blanche DuBois. A sus 35 años, Amatriain da muestras de una soberbia madurez en el rol protagonista, en el que alterna con soltura unas frases de diálogo, con momentos más teatrales y, cómo no, su excelencia en el apartado de la danza. Si por algo se caracteriza es por su gusto por los papeles trágicos –Giselle, Tatiana, Julieta, etcétera-, en los que da rienda suelta a una profunda vena dramática, por lo que el papel de Blanche DuBois le viene como anillo al dedo.
También magnífico en la piel de Stanley Kowalski, el otro ‘Kammertänzer’ nombrado recientemente, Jason Reilly. Nadie mejor que él para encarnar la rudeza del antagonista de Blanche DuBois, mientras que Elisa Badenes dio vida con eficacia a Stella, la vivaracha hermana de la protagonista y esposa de Kowalski. Frente a su rol de “macho” estereotipado, David Moore corporeizó al pusilánime Allan Gray, marido de DuBois. Toda la magnificencia del decadente estilo de vida sureño y la sordidez de los bajos fondos de Nueva Orleans quedan perfectamente reflejadas en las escenas corales en las que interviene el cuerpo de baile del Stuttgart Ballet.
Obra compleja y de una intensidad dramática inusitada en el mundo del ballet más acostumbrado a cuentos de hadas, príncipes y princesas, “Un tranvía llamado deseo” conmueve al espectador, que se queda atornillado a su butaca ante el trágico patetismo de Blanche DuBois, protagonista interpretada por una Alicia Amatriain en su mejor momento sobre los escenarios.
Al caer el telón final, el patio de butacas del Schauspielhaus permanece imbuido en un silencio sepulcral, hasta que alguien inicia una salva de aplausos que se extiende durante más de siete minutos. La devoción del público alemán hacia el Stuttgart Ballet es total y se suceden los bravos durante una cerrada ovación que consigue levantar dos veces más el telón. Los aplausos son atronadores cuando sale a saludar Alicia Amatriain, quien, a buen seguro, tras la función, necesita de un rato de intimidad para desprenderse del rol de Blanche DuBois y dejarlo en el camerino, hasta el día siguiente.