La expectación por el retorno a España de Nacho Duato era máxima. Hace cinco años, su salida de la Compañía Nacional de Danza (CND), tras dos décadas al frente de la misma, levantó mucha polvareda. Durante este lustro, el coreógrafo valenciano ha recalado en San Petersburgo, donde dirigió el Teatro Mikhailovsky (2011-2014) y creó el tantas veces reclamado clásico, y desde el año pasado, ejerce como intendente de la Staatsballett de Berlín, compañía con la que regresó a los escenarios españoles, para ofrecer dos espectáculos que inauguraron la temporada 2015/16 del Teatro Real de Madrid: “La Bella Durmiente” y un programa contemporáneo conformado por las piezas de Duato “Static time” y “White darkness” y la obra de Marco Goecke, “And the sky on that cloudy old day”.
A petición de Vladimir Kejman, Nacho Duato realizó su propia lectura sobre el clásico de Marius Petipa “La Bella Durmiente” (1890), estrenada por el Mikhailovsky hace cuatro calendarios. Siendo esta obra un pilar básico del repertorio clásico, la actitud a adoptar por un creador que quiere versionarla o adaptarla puede ser diversa: desde el respeto riguroso al legado y estilo decimonónico hasta la apuesta rotunda por la transgresión sin ambages. Pues bien, el coreógrafo mediterráneo opta por el camino de en medio, sin llegar a ser un clásico en puridad ni un remozado contemporáneo. Eliminada la pantomima acartonada, la obra contiene una esencia predominantemente clásica, citando los pasajes más destacados de la misma, lo que no deja de ser desconcertante para el espectador español, más acostumbrado a disfrutar del trabajo contemporáneo de Duato, que nutrió el segundo espectáculo ofrecido por el Staatsballett de Berlín. Aunque la reelaboración del personaje de Carabosse (Rishat Yulbarisov), con apariencia de drag queen y turbadora presencia escénica, y las danzas de carácter del tercer acto sirven para encontrar ese punto más actual.
Con un presupuesto de millón y medio de euros, “La Bella Durmiente” de Nacho Duato es una producción lujosa, desde una escenografía hasta un vestuario en los que no se ha escatimado ni un céntimo. Sin embargo, ni siquiera el resplandor de tanta opulencia ensombreció la labor de Iana Salenko, Primera Bailarina de Staatsballett de Berlín, que encarnó a la princesa Aurora. De aspecto frágil y delicado, Salenko deslumbró con su sólida técnica clásica, pese a algunos titubeos en los equilibrios. Ella fue la máxima protagonista de la obra, acompañada por un partenaire con el lustre en horas bajas – Dinu Tamazlacaru, en el rol de príncipe Desirée-.
Con una duración de tres horas y otros tantos actos, “La Bella Durmiente” provocó dos reacciones ante el público: deleitó a los espectadores con una visión más aperturista y dejó tibios a los balletómanos, defensores de un academicismo férreo. Los cuatro minutos de aplausos en la noche de la première ofrecen diversas lecturas, pero lo que dejan nítido es que el público español está deseando ver buenas compañías y producciones de lujo. Aunque con menor presencia de público, el triple bill contemporáneo conectó con lo que los aficionados españoles a la danza mantenían en su retina sobre el trabajo de Duato. Su última creación “Static time” sobre el tiempo congelado, abunda en las características de su estilo con un movimiento ligado y una acusada musicalidad.
Tras la entretenida “And the sky on that cloudy old day” de Goecke, pieza en la que los bailarines imitan en su movimiento a los insectos, llegó la monumental “White darkness”, creada durante su etapa en la dirección de la CND (1990-2010), en memoria de su hermana fallecida a consecuencia de las drogas. Sin duda, una de las obras más aclamadas y destacadas del repertorio de Duato. Con el público dividido en filias y fobias, afectos y desafectos, nadie puede negar que el esperado retorno de Nacho Duato ocasionó un cataclismo al mundo de la danza española. Clásico o contemporáneo, el coreógrafo valenciano sigue siendo genio y figura.