Conocida con el seudónimo de Dame Ninette de Valois, pero nacida en Irlanda como Edris Stannus, fue la orfebre que engarzó la joya más glamorosa de la corona Británica después del diamante Koo-Y-Noor: el Royal Ballet.
La Institución que faltaba en las Artes Escénicas de Inglaterra, vio la luz en 1931 y todavía goza de buena salud; como pudo apreciarse en la producción del ballet “Giselle” que se proyectó en el Teatro Solís, los días 17 y 22 de enero de 2011, en directo desde el Royal Opera House, en pantalla de alta definición.
Dame Ninette, “La Dama de Hierro del Ballet” como solía llamársela en vida, murió en el 2001 a los 103 años. Tenía veinticinco cuando partió de “la Isla” rumbo a París para integrarse a los Ballets Russes de Diaguilev. Llevaba en su equipaje la característica disciplina inglesa, además de la sólida formación en ballet clásico que obtuvo de Enrico Cecchetti y Nikolai Legat, nada menos. Con el genial empresario aprehendió el patrimonio artístico de la troupe que revolucionó el mundo del ballet. Volvió del “Continente” dispuesta a desplegar ese valioso capital en una compañía, no “a la rusa” sino de carácter nacionalista. Institución visionaria que fusionaría obras de autores británicos a otras del repertorio clásico, entre ellas Giselle que repuso en 1934 Nicholas Segueyev, regisseur general del teatro Marinsky de San Pertesburgo. El nacionalismo vendría a través de los compositores Constant Lambert o William Wolton y Dame Ninette junto a Sir Frederick Ashton como coreógrafos, a ellos se sumarían Sir Robert Helpmann, Sir Kenneth MacMillan, John Cranko, Dame Margot Fontyen, y en las décadas de los 60 y 70 la subyugante personalidad de otro genial exiliado Rudolf Nureyev. Esos artistas legendarios, fueron algunos de los que cimentaron el prestigio internacional del Royal Ballet; una de las mayores compañías de danza del mundo occidental.
Aquella Institución fundada por Ninette de Valois, a la que solo ingresaban artistas británicos y alguno que otro del Commonwealth, ha cambiado. Ahora son mayoría los de la comunidad europea, latinoamericanos, asiáticos, rusos o negros. Forman una agrupación multinacional y joven, dirigidos por Monica Mason ex British Ballerina, que afortunadamente conserva alguna característica del “viejo” Royal Ballet, por ejemplo: mesura, equilibrio y perfecta realización de los múltiples pormenores de cada producción o la teatralidad que conlleva todo el quehacer coreográfico y danzado.
Esas características se aprecian en esta “Giselle”, donde la danza se fusiona a la acción dramática, y los convencionales gestos de la pantomima se tornan naturalmente elocuentes. Por otra parte, observar detalladamente las espectaculares escenografías o la fineza cromática del vestuario diseñado con maestría, es un placer visual.
Los arreglos coreográficos introducidos por Peter Wright en esta versión de “Giselle”, son atinados. Pasos que Jean Coralli ideó para el conjunto o Jules Perrot proyectó en los solos de Giselle y Albrecht, los aprovechó, trazando con ellos nuevas delineaciones que inyectaron dinamismo a la acción. Asimismo, transformó el Pas de Deux de Campesinos del primer acto, atribuido a Marius Petipa, en un divertissement alternado por tres parejas, que también bailaron lo conocido como “Danza de las Amigas de Giselle”. En el segundo acto no hubo sorpresas, salvo algunos cambios en las formaciones del Cuerpo de Baile, todo se desarrolló según la coreografía original; aunque a pesar del estupendo marco ofrecido por la iluminación y la escenografía de John Macfarlane, la recreación del mundo macabro y fantasmal de las Wilis quedó resuelto a medias.
Justo es reconocer que el sistema de trasmisiones en vivo con pantalla de Alta Definición, nos otorga el privilegio de asistir a calificados espectáculos de Ópera, generalmente, o de Ballet, como en esta primera oportunidad que esperemos no sea la última. Prerrogativa que nos acerca a representaciones de obras maestras producidas por grandes teatros que de otra manera sería casi imposible apreciar. En el primer acto de “Giselle” hay momentos valiosos, en los cuales la lente capta pormenores casi imposibles de percibir durante la representación teatral, aunque paradójicamente, en el segundo acto hay tomas que revelan rostros sudados, respiraciones agitadas por el esfuerzo físico que requiere la danza, o expresiones faciales que no corresponden a la irrealidad que se pretende expresar. También es cierto, que la filmación por más que se trasmita “en directo”, es incapaz de reproducir la emoción o los sentimientos que provocan en el espectador, la representación en vivo. En los pro y contra de la Alta Definición, es imposible eludir el excelente nivel de la producción que nos ocupa. Peter Wrigth productor, cuidó con esmero el mínimo detalle de los muchos que la componen, algo que siempre ha sido el sello del Royal Ballet.
La partitura de “Giselle”, compuesta por Adolphe Charles Adam, fue re orquestada e interpretada con vehemencia por la Royal Opera House Orchestra y memorizada por el director, que no apartaba la mirada del escenario, para que sus tempi se ajustaran al de los bailarines.
En la interpretación de “Giselle” corresponde señalar a la bailarina argentina Marianela Núñez, que ya lleva l3 años asimilada al Royal style. Su técnica esta fuera de discusión, usa de ella sin efectismos, le sirve para expresar con sutiles matices los románticos o dramáticos momentos que trascurren en la vida terrenal y sobrenatural de Giselle. Interpretó la escena de la locura con simpleza conmovedora, y en el segundo acto su danza alcanzó el sorprendente estado de ingravidez, que no guardó relación con las expresiones faciales. Por su parte Rupert Pennefathe como Albrecht, tiene a su favor el fisic du rol, fue buen partenaire, de técnica discreta pero limpia y su presencia escénica algo limitada. Helen Crawford fue Mirtha, Reina de las Wilis, bailó con cierta autoridad y buen salto, como lo exige el personaje. Hilarión, el guardabosque enamorado de Giselle, lo interpretó Gary Avis con admirable sobriedad. Otros dignos trabajos fueron el de Berthe, madre de Giselle, Bathilde prometida de Albretch, y la preciosa bailarina de rasgos asiáticos que bailó el Pas de Deux de Campesinos y una de las corifeas en el segundo acto.
Sería justo homenajear al Royal Ballet en el 80 aniversario de su fundación. Curiosamente, es apenas cinco años mayor que nuestro Ballet Nacional, que ahora dirige Julio Bocca. El homenaje incluye, en primer lugar a Dame Ninette, a las fallecidas celebridades que se mencionaron en el comienzo de esta nota y a los artistas que en algún momento lo integraron. Aquellos “monstruos sagrados” tenían la virtud de educar por ósmosis, procedimiento que está en vías de extinción. Lástima, les quedaba mucho por enseñar.