Don Quijote, el legendario caballero, delira en sus sueños con su etérea e inasible Dulcinea que se cuela en su habitación y lo sumerge aún más en su ensoñación. Luego, las fantasmagorías lo invaden y atormentan. Y así comienza esta particular historia de “Don Quijote” montada por el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta para el Royal Ballet of London (RB). Su estreno, en 2003, marcó quizás una nueva expectativa sobre este clásico para la compañía dirigida por Kevin O’Hare.
El Kennedy Center de DC, después de casi seis años, volvió a traer al Royal Ballet con esta puesta de “Don Quijote” que abre la gira por los Estados Unidos del ensamble creado por la emblemática Dame Ninette de Valois en 1931. Las funciones continuarán hasta el domingo 14 con diferentes elencos.
Acosta, quien ya había incursionado en la coreografía con “Tocororo”, una atractiva fábula autobiográfica relatada en códigos neoclásicos y contemporáneos, se lanzó con este clásico y puso un toque particular y atractivo a su versión. Sobre la coreografía original de Marius Petipa y la partitura de Ludwig Minkus, con arreglos de Martin Yates, tal vez esta sea la primera vez que un coreógrafo haya logrado transmitir el espíritu latino de la obra, el caos natural, la efervescencia, la pasión, el juego, la alegría y el color.
Los personajes principales pintados por Acosta son más de reales y vívidos, más vehementes, relajados y humanos. Y además, tienen cierta exigencia en la teatralidad de los personajes. Su Don Quijote tampoco cumple un rol simbólico como en muchas otras versiones.
Para la noche de apertura, la compañía presentó a Marianela Núñez como Kitri y a Acosta en el rol de Basilio. Una pareja deliciosa, con una asombrosa comunicación entre ambos. Pocas veces vista. Acosta, con sus maravillosos giros, sus incomparables saltos y grand jetes, y su porte, hizo bramar a la platea más de una vez.
Núñez, compuso una Kitri fresca, dinámica, ágil y encantadora. Su técnica impecable, sus equilibrios, sus grand jetes, y sus alucinantes fouettes en la variación del último acto, también hicieron bramar a la platea. Ambos logran esa magia que pocas veces se encuentra, y transmiten regocijo desde el principio hasta el final de este “Don Q” vital e intenso.
Las coreografías que Acosta delineó para los pas de deux de Kitri y Basilio, son frescas, complejas y proponen “levantadas” que escapan del cliché y que marcan su propio estilo. Y para el cuerpo de baile, logró diseñar una dinámica propia, contagiosa y divertida.
Interesante trabajo de Ryoichi Hirano como Espada. Un inagotable y energético cuadro de toreros moviendo sus capas rojas invadió el Acto I, donde se mezcla la llegada de Gamache, el candidato que el padre de Kitri ofrece a su hija en matrimonio. Y también, la aparición de Don Quijote con Sancho Panza.
Imaginar hoy un pueblo de La Mancha como tal vez hubiera sido en el siglo XVII cuando Miguel de Cervantes Saavedra escribió “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha” sería una tarea difícil. Sin embargo, Tim Hatley, logró recrear con acierto y talento escenas que retrotraen a ese pueblo de entonces.
La tecnología de hoy, permite desarrollar una escenografía dinámica en el primer acto en el que las casas del pueblo van cambiando como si la gente se desplazara de calle en calle. Hatley logró romper el estatismo de las puestas tradicionales y le puso a este “Don Q” un toque tan vital como el que Acosta logró poner en su coreografía y en el diseño de cada una de las escenas.
En el Acto II, logra romper con lo obvio, y describe un maravilloso campamento de gitanos con músicos en vivo, voces, expresiones y gritos. Itziar Mendizábal y Thomas Whitehead, hacen una dupla interesante en la pareja de gitanos. Mendizábal, con estupendo cambré y buenos brazos, se apodera de sus solos con intensidad. Mientras, los molinos de viento contra los que pelea Don Quijote se agrandan, se acercan, y se apoderan del espacio y de los personajes.
La escena de las dríadas, igualmente bella, marca el espacio onírico de Don Quijote, y tiene como fondo enormes flores que se ensamblan con una acertada iluminación. El cuerpo de baile se realza en este ambiente absolutamente mágico, y adquiere un atractivo protagonismo. Parejas, casi al unísono, las dríadas invaden el escenario.
Acosta optó por una actualización sencilla, imaginó situaciones y actitudes de los personajes, y le puso vida a este entrañable “Don Quijote”, sin escaparse del lenguaje estrictamente clásico.
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