En esta mágica combinación de embrujos creados por el novelista Washington Irving, Septime Webre, el director de The Washington Ballet (TWB), logró crear su propio sortilegio en su ballet “Sleepy Hollow”. Basado en “La leyenda de Sleepy Hollow”, también conocida como “La leyenda del jinete sin cabeza”, Webre desarrolla la historia en 1793, en un valle apartado, conocido por sus fantasmagorías.
En este estreno mundial de TWB en el Eisenhower Theater del Kennedy Center de DC, que se presentó desde el 18 al 22 de febrero, Webre reveló una vez más su sensibilidad y refinamiento para abordar historias de la literatura universal y llevarlas al ballet. Este proyecto llamado “American Experience” impulsó en 2010 el estreno de una de las obras máximas de Scott Fitzgerald, “The Great Gatsby”; siguió en 2013 con “The Sun also Rises”, basado en una novela de Ernest Heminway. No obstante, Webre también mostró su habilidad para fundir literatura y danza en sus obras para niños, a través de clásicos como “Peter Pan” o “Alice in Wonderland”, entre otros.
Su capacidad narrativa y la intensidad para construir los personajes, refuerza el relato y recrea una historia con personalidad propia. En esta historia de amor y muerte, Webre se remonta en el comienzo de este ballet a la quema de brujas en Salem, en1692, para luego ir transitando por la historia hasta llegar a Sleepy Hollow.
La bailarina invitada en esta ocasión, Xiomara Reyes, bailarina principal del American Ballet Theatre (ABT) asumió el rol de Katrina Van Tassel, la protagonista de este relato romántico y supersticioso. El rol femenino principal fue alternándose en diferentes funciones con Maki Onuki, bailarina de TWB.
En la función del domingo matiné Onuki encarnó a la hija del granjero cortejada por el maestro Ichabod Crane (Corey Landolt) y por el apasionado Brom Bones, un expresivo y vibrante Miguel Amaya. Bailarín salido de la prodigiosa cantera de la escuela cubana de ballet y del Ballet Nacional de Cuba que acaba de ingresar a TWB y se perfila como un fuerte pilar para la compañía. Onuki muestra una buena técnica, cierta frescura y candidez, pero no alcanza a darle un toque personal a la interpretación de su personaje.
La leyenda, narrada con la ayuda de un fantástico despliegue audiovisual, describe con imágenes y símbolos el paso del tiempo. Los diferentes espacios en los que se desarrollan las distintas escenas y momentos del relato, logran enfocar al espectador en climas y texturas diversas.
La música de Matthew Pierce, interpretada en vivo, es un efecto especial en sí misma, y se acopla con mecanismo de relojería a la coreografía de Webre que, por momentos, rinde homenaje a memorables secuencias de los grandes clásicos. De esta forma, en la escena donde las hechiceras se reúnen en el bosque, un despliegue de bailarinas en arabesque rememoran el acto blanco de “Bayadera”. En uno de los recurrentes escapes hacia el bosque, Ichabod se encuentra acorralado por las fantasmagóricas las hechiceras, tal como Hilarion en “Giselle”.
Webre también rinde homenaje a dos grandes coreógrafos, maestros de la narración y el diálogo coreográfico, Sir. Kenneth MacMillan y John Cranko, especialmente en las levantadas de los pas de deux de los protagonistas.
Gian Carlo Pérez, como el hombre sin cabeza, hizo un buen despliegue de técnica en cada uno de sus solos y dúos. Mientras que Chong Sun como el lunático, se gana la escena por momentos con sus siniestras apariciones y con su breve solo en el que demuestra gran destreza. Luis Torres, como Baltus Van Tassel, padre de Katrina, y como el reverendo puritano que mandó a incinerar a las supuestas brujas, muestra sus habilidades como bailarín actor con absoluto dominio de cada uno de sus personajes. Su gestualidad deja translucir hasta la más mínima expresión.
La escenografía de Hugh Landwehr, es otro de los grandes hallazgos de este ballet en el que ningún detalle estético está librado al azar. Al igual que el magnífico diseño de luces de Clifton Taylor y las proyecciones de Clint Allen. Con libreto de la dramaturga mexicana Karen Zacarías y de Bill Lilley, la obra incluye títeres de varilla, de sombra y de mecanismo, diseñados por Eric J. Van Wyk. Si bien en la puesta aparecen algunos toques kitsch con la aparición de niños-calabazas, o niños-luciérnagas, la propuesta es intensamente atractiva.
El cuerpo de baile, vibrante y compacto deja ver a una compañía que evoluciona y crece en busca de propuestas arriesgadas y novedosas.