El evento bienal más antiguo e importante de América latina clausuró su vigésimo cuarta edición el 7 de noviembre en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional con las sorprendentes reverencias de la gran dama de la danza cubana y cofundadora del Ballet de Cuba, Alicia Alonso, quien sonriente esbozó grands pliés hacia el público y luego hacia los bailarines de pie a sus espaldas.
El programa de clausura fue uno de los más equilibrados en su diversidad de estilos e interpretaciones, siempre de altos quilates tanto por los artistas invitados como por los cubanos, quienes entregaron lo mejor de sus talentos, si bien la pieza de cierre, Valsette, un pas de deux de “Nuestros Valses” del malogrado venezolano Vicente Nebrada, fue bien servida por Viengsay Valdés, en el baile y en el piano por el excelente Marcos Madrigal (de notable carrera en los circuitos internacionales), era preferible algo más cargado de virtuosismos técnicos.
Es ardua la tarea para resumir en pocas líneas un macroevento de dos semanas, que mantuvo una alta asistencia de público en cuatro salas de la capital cubana –dos de ellas con aforo para tres mil y otra para cinco mil espectadores–, por lo tanto me obliga a descartar ciertos eventos históricos o artísticos meritorios, teniendo en cuenta las efemérides elegidas para definir el diseño general de la programación: los 450 de William Shakespeare, el bicentenario del nacimiento de la poeta y dramaturga Gertrudis Gómez de Avellaneda y el centenario del maestro de maestros fundador de la escuela cubana de ballet, Fernando Alonso Rayneri.
El festival habanero es uno de los más antiguos del mundo (está a punto de cumplir 55 años de historia –el primero ocurrió en la primavera de 1960–, y ha presentado artistas provenientes de más de 60 países de cinco continentes, ha estrenado más de 900 obras (absolutos 241 y en Cuba unas 690).
El acervo cultural se ha visto enriquecido en esta ocasión por la participación de nuevas compañías de corte contemporáneo, tales como LINGA, de Suiza, fundada por Katarzyna Gdaniec y Marco Cantalupo; de los Estados Unidos la del sueco Pontus Lidberg (su director–fundador saltó a la fama por su filme de ballet “La lluvia”, de 2007) con su hermoso “Faune” inspirado en el de Nijinsky. Ambas trajeron un repertorio afiliado al posmodernismo. Por otra parte, también estuvo el Ballet Hispánico de Nueva York, que, con su director y coreógrafo Eduardo Vilaró, al frente de un afiatado elenco de poco más de 60 bailarines sobrepasó todas las expectativas de éxito popular, debido a las obras bailadas e interpretadas, como “Asuka” (una evocación patética de la cantante cubana Celia Cruz); “El beso”, por la audaz creatividad de los contacts en los dúos, especialmente el que ejecutan con ternura dos bailarines, sin sacrificar su masculinidad, sobre fragmentos musicales de conocidas zarzuelas hispanas.
Finalmente, de Annabelle López–Ochoa, “Sombrerisimo” un sexteto masculino inspirado en los personajes icónicos del pintor surrealista belga René Magritte, que sedujo a todos con su humor inteligente. Previamente, ella montó “Celeste” para el BNC, y bailado en este evento, aunque con éxito menor.
Inolvidable la delirante acogida conseguida por el Ballet Estable del Teatro Colón de Buenos Aires con su “Tango”, con coreografía de su directora actual, Lidia Segni, con música de Astor Piazzolla y soberbios figurines para las chicas, así como el trabajo robusto e impecable de los chicos con sombreros milongueros.
Shakespeare en La Habana
Sin duda, hubo mucho de Shakespeare en los repertorios elegidos por los invitados extranjeros y por los nacionales, con abundancia de versiones del “Otello”. Un pas de deux con destacada interpretación dramática por parte del bailarín cubano Javier Torres, principal residente con el Northern Ballet, quien contó con una exquisita Desdémona en Carolina Agüero (del Ballet de Hamburgo). Entre los conjuntos, una histórica producción de “La Pavana del Moro” de José Limón, en una interpretación intensa y “stylish” del Ballet de la Ópera de Niza, con su director Eric Vu An, en el rol principal. Luego vino la reposición –después de dormir por varias décadas–, por el BNC del “Prólogo para una tragedia”, del canadiense Brian McDonald, que todavía requiere de un ulterior trabajo dramático y estilístico; por último mencionaré otra reposición por el BNC, el neoclásico “Hamlet” de Iván Tenorio, quien falleció en los días previos al inicio de este festival.
Sin duda, los aficionados gozaron plenamente con las abundantes muestras de pirotecnias en las dobles funciones diarias. Allí aplaudieron demostraciones de excelencia conocidos caballos de batalla del repertorio, de “Corsarios”, “Diana y Acteón”, “Las llamas de París”, “Espartaco”, el “Tchaikovsky pas de deux”, “Esmeralda”, según las ejecuciones con virtuosismo técnico por parte de consagrados y otros solistas en franco desarrollo ascendente.
Se pueden citar las de Viengsay Valdés, Amaya Rodríguez, Sadaise Arencibia, Annet Delgado, Yanela Pinera, en la primera línea y pisádole los talones Grettel Morejón, Estheysis Menéndez, Dayesi Lorente o Jessie Domínguez. Entre los chicos están Víctor Estévez, Dani Hernández, Arián Molina, Ernesto Díaz, José Losada, Camilo Ramos, y los promisorios Alejandro Silva, Camilo Ramos, Serafín Castro. Luis Valle, Alfredo Ibáñez, Ernesto Álvarez, entre otros. En general, adolecen de una preparación dramática para cubrir esas necesidades escénicas: todo no es atletismo en el ballet, aunque esto seduzca a las masas y provoque ovaciones de pie.
Joyas y sorpresas
Importancia excepcional le otorgó a esta edición festivalera las actuaciones de las estrellas del New York City Ballet y del American Ballet Theater que nos visitaron: Ashley Bouder y Joaquín de Luz con “Other Dances” de Robbins (felizmente la música de Chopin fue ejecutada al piano por Marcos Madrigal, quien reside en Italia y triunfa en los circuitos pianísticos internacionales).
Xiomara Reyes y Carlos López demostraron elegancia y lirismo glamuroso en “Great Galloping Gottschalk”, y Paloma Herrera con Juan Pablo Ledo (del Ballet del Teatro Colón) triunfaron con el dúo de “Variaciones Portenas” –Gonzalo García la acompañó para bailar el “Tchaikovsky pas de deux” de Balanchine–. Ambas anunciaron su retiro del ABT para la primavera del 2015, por lo tanto esta fue una brillante despedida cubana.
Dos sorpresas individuales concedió este festival: descubrir al joven bailarín Brooklyn Mack (junto a Viengsay Valdés), proveniente de las filas del Washington Ballet, con grandes potencialidades atléticas demostradas en “Diana y Acteón”, con saltos y giros inmensos, pero sin control para matizarlos.
La segunda sorpresa fue el solo “Sinnerman”, del coreógrafo noruego Alan Lucien Oyen, bailado de forma mercurial en espirales fluidas por el joven argentino Daniel Proietto, ataviado con un traje metalizado que solamente dejaba libre su cabeza, apoyado con un diseño de luces muy elaborado por Stine Sjogren, aunque los recursos de los teatros de acá no tienen aún la alta tecnología de los que cuenta en Oslo.
No faltaron las versiones de “Carmen” –pero la de Alberto Alonso nadie la bailó–, en cambio llegó el pas de deux de la versión de Marcia Haydée, interpretado con intensidad dramática y aplomo por las estrellas del Ballet de Santiago de Chile, Natalia Berrios y José Manuel Ghiso, ambos bailarines–actores sin duda.
Posteriormente, la versión de Roland Petit, con José Manuel Carreño y Alexhandra Meijer (primera bailarina del Ballet San José de California), él emotivo y elegante, ella con fuste y maravillosas piernas y puntas de acero, con referencias en momentos a Zizi Jenmaire, creadora del rol.
Igualmente, la danza española afirmó su presencia con la carismática bailaora Irene Rodríguez, creadora de la pieza “Ardabal” evocadora de las posibilidades de evasión hacia la libertad, que pueden brindar la apertura de las puertas cerradas que rodean al ser humano.
Los locales
Y por su fuera poco, el BNC ofreció varias de sus producciones para toda una noche, algunas de ellas renovadas en cuanto a los figurines de decorados y vestuario, tales como la afamada versión de “Giselle”´ de Alicia Alonso, con el regalo de la maravillosa entrega de Annette Delgado y Dani Hernández, y el fabuloso trabajo estilístico afiatado del cuerpo de baile de las willis. Un “Lago de los cisnes” que tenía dos estelares bailarines en los protagonistas, Viengsay Valdés, rutilante a pesar de su estado febril transitorio esa noche, apoyada por el notable bailarín ucraniano Iván Putrov, esta vez contrastante con su quehacer controlado “a la manera del Royal Ballet” y la exuberancia del virtuosismo de Valdés y los chicos del elenco cubano.
“La Bella Durmiente del bosque” trajo una protagonista superada en su técnica e interpretación estilística y dramática, pero su príncipe, Arián Molina, tuvo un loable desempeño en la función de acompañamiento, pero su definición del personaje está todavía por conseguir.
Aniversarios
Para la celebración del bicentenario de Avellaneda, excelsa cubana de la literatura, Alicia Alonso decidió reponer su “Tula”, ballet en dos actos y varias escenas, con renovaciones positivas de todo tipo para una obra narrativa de muchos personajes participantes en casi dos horas de espectáculo.
Amaya Rodríguez, encarnando el protagónico, y los figurines de Salvador Rodríguez, así como las inteligentes iluminaciones en la Sala Avellaneda, dieron nuevo lustre a esta pieza con música original de Juan Piñera, que se sintió aburrida cuando fue su estreno. La Alonso asistió a esta representación, y participó en la cancelación de un sello postal conmemorativo previamente. Una de sus escasas apariciones en el evento.
Merece elogios la labor del joven director musical de la Orquesta del Gran Teatro de La Habana (esta vez con refuerzos de algunos solistas de la Orquesta Sinfónica Nacional), maestro Giovanni Duarte, quien tuvo que sortear las escasas posibilidades para ensayar con los artistas, la presencia de jóvenes músicos que tocaban a primera lectura, la carencia de un real experto de sonido para ecualizar debidamente amplificación del sonido en los variados fosos, y otros obstáculos.
Las acciones colaterales fueron diversas y algunas muy atrayentes, tanto en las exhibiciones fotográficas: la de Nancy Reyes y Luis Alberto Alonso sobre las manos de Alicia Alonso, y la realizada por Pilar Rubí, fotógrafa hispano-boliviana que trabajó las piezas con collages de perlas, encajes y alambres para “La geometría de los cuerpos”; y el “Retrato de la escuela cubana de ballet”, de la artista norteamericana Rebekah Borman.
Las Jornadas In Memoriam Fernando Alonso para celebrar el centenario del nacimiento del maestro fundador de la metodología de la escuela cubana de ballet resultaron exitosas y muy concurridas. En cada sesión matinal de clases magistrales, impartidas sucesivamente por Julio Bocca, Eric Vu An, Cyril Atanassoff, José Manuel Carreño, Xiomara Reyes y en dúo Marta García con Orlando Salgado. Una gran experiencia brindada a los estudiantes de ballet de todos los niveles, críticos y profesores, y algunos balletómanos interesados.