El Ballet Nacional de Cuba, la principal compañía clásica de las Antillas, que tiene por mentora y directora general a la eximia ballerina Alicia Alonso (a punto de cumplir sus 94 primaveras), decidió comenzar su temporada –previo al Festival internacional de ballet de La Habana, cada dos años desde el 28 de octubre–, con una segunda serie de estrenos realizados en un Taller Coreográfico.
Estas nuevas jornadas incluyeron ocho estrenos y una reposición, en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional, entre ellos cinco estrenos absolutos. De este último grupo sobresalieron las piezas creadas por dos experimentadas y laureadas en la escritura coreográfica contemporánea, ambas ex bailarinas de formación académica: Maysabel Pintado y Tania Vergara, así como el bailarín Lyván Verdecia (22 años), miembro activo del cuerpo de baile del BNC y autor de la obra más notable, para este cronista, de la edición precedente, es decir “El Retrato”, un dueto para Jessie Domínguez y Alfredo Ibáñez. Esta vez, la equidad de género se mantuvo en la cifra de cuatro por cada nueva coreografía. En cuanto a la creatividad, también estuvo equilibrada con los talentos bisoños.
Comentaré lo presentado sobre las observaciones del programa en sólo dos ocasiones, y he preferido comenzar con aquellas coreografías que, opino, podrían ingresar en el repertorio activo del BNC (por supuesto, la entusiasta respuesta a las mismas, de la nutrida audiencia corroboran lo dicho).
Existen varios puntos, señalados por el notable joven coreógrafo británico Christopher Wheeldon –al participar hace algunos años, en un panel en dos partes llamado “Artists Making Work” y “Artists Finding an Audience”), en la carrera de un creador: ¿qué inspira, asiste o impulsa la coreografía?, dijo en el primero, y luego, habló de la variedad de tópicos que pueden afectar o influir la composición y la consideración del público en el proceso creativo.
Como muchos saben, Wheeldon coreografió su primer ballet a la edad de siete años (un Lago de los cisnes), y se tomó seriamente la coreografía a los once años. Hoy es una celebridad ocon un enorme catálogo de éxitos, en varias de las más importantes compañías de ballet del mundo. Como bailarín, creció y maduró entre los clásicos, primero en el The Royal Ballet y, posteriormente, en el New York City Ballet (bajo la dirección de Peter Martins), donde pudo ver a los “bailarines hambrientos por espacio y de ballets que canten”. Sus motivaciones creativas son de tres tipos: “Amo hacer ballets que estimulen a los bailarines como artistas; estoy interesado en adoptar el vocabulario clásico y emplearlo de maneras nuevas. Mi mayor ímpetu creativo es el comunicar con el público, siempre trato de transportarlo” y, añadió: “me gusta retroalimentarme a partir del público”. Los encuentros “cara a cara” con los artistas y sus procedimientos, a menudo, hacen caer las barreras y crean una sensación de comunidad.
Igualmente, podremos citar al praguense Jirí Kylián, un coreógrafo por antonomasia, cuya coreografía está estructurada y musical, todo está colocado con precisión y de una manera orgánica, con una aproximación de tipo arquitectónico al cuerpo en movimiento, mientras que está bailando. Según algunos estudiosos europeos de su obra: (…) uno mismo está obligado a interesarse aisladamente de su coreografía. No obstante, sabemos que en su interior hay una historia o una enseñanza moral.
En general, los críticos también difieren en cuanto a los diferentes grados relativos al énfasis que, en un artículo o ensayo, le asignan a la descripción, interpretación y a los juicios de valor. Algunos de ellos, con reticencia, se resisten a la tentación de calificar las piezas como una obra de arte, fundamentando su posición al decir que tales ejercicios proponen poco más que expresiones subjetivas de gusto y que este tipo de preferencias están más allá de toda discusión.
Muchos críticos estiman que los juicios de valor son inevitables y que constituyen la responsabilidad fundamental del crítico. La palabra criticar viene del griego “krinein”, que significa “juzgar”.
Mis disculpas a los lectores, pero me pareció necesaria, como preámbulo a la expresión de mis criterios al respecto de lo presentado en esta segunda edición del Taller Coreográfico del BNC.
“Preludios en la noche”, es el título enigmático de la coreografía concebida por Maysabel Pintado, con música original para piano creada por su esposo compositor y tecladista sobresaliente, Dennos Peralta, colaborador habitual de sus piezas precedentes.
Es una breve pieza coral para cinco hombres (de negro) y cuatro mujeres vestidas en sobrios trajes cortos de cóctel en brillantes colores, y la chica vestida de rojo es la única en puntas, bien estructurada y musicalmente coherente con esta danza–teatro a lo Tudor (Antony), donde se suceden escenas de amor y desamor, tal una íntima “sexy–war” de solamente 20 minutos.
También debo destacar el dueto de siete minutos “Sobre un hilo” de Lyvan Verdecia –autor de El retrato, dueto repuesto ahora y retrabajado con los mismos intérpretes del estreno–, quien inteligentemente eligió a la talentosa bailarina Grettel Morejón, como su partenaire en la escena. Esta miniatura se benefició con la elección de una música “indie” de Badmarsh and Sari y de los figurines logrados por el diseñador Ricardo Reymena: ellos en negro sobre un hermoso telón de fondo puntillista contrastante, con acentos en las difíciles cargadas cercanas al contact.
“PiazzollaX6″ –como el estreno mundial de cierre para esta segunda serie– es una producción de apenas un poco más dd 15 minutos, realizado por la experimentada y laureada coreógrafa Tania Vergara, también directora artística de Endedans. Como deben suponer por el título, el apoyo musical se debió a una selección de piezas para cuarteto de cuerdas del ilustre músico argentino Astor Piazzolla. Aquí, fue ejecutada y “danzada” por cuatro bellas jóvenes músicos en vivo, interactuando con la pareja solista, una soprendente Viengsay Valdés, toda en negro sobre puntas de acero y con un violín en ristre, y secundada por Víctor Estévez, en una demostración, ambos de gran sentido del humor y comunicación eficaz con el público, sin duda no faltaron los giros y balances soberbios de Valdés y los amplios jetés y manejes por Estévez. Una joyita de apenas seis minutos, con un pícaro “gag” final que quedará en nuestros
“afterimages” (como diría la veterana colega de la crítica neoyorkina, Arlene Croce).
Las jornadas, como fueron concebidas por la dirección del BNC, abrieron con “Concerto”, tal vez el estreno de más larga duración de la noche, del coreógrafo cubano residente en Francia, Carlos Luis Medina (en el Ballet de Toulouse, que dirige Kader Belarbi). Es un difícil ejercicio de “danse d´ école”, con reminiscencias de los ballets blancos de Serge Lifar, con el soporte musical de dos conciertos, uno de Mozart y otro de J.S. Bach, el cual no logró insertarse plenamente con el “todo” proyectado para esta ocasión, tal vez por sus convencionalismos gestuales, pero era algo necesario realmente para enriquecer a los bisoños bailarines (de ambos sexos) del “corps”, no habituados a la limpieza requerida por este estilo tan francés, de gran rigor estilístico –la línea con rodillas estiradas hasta el empeine y el punteo de sus dedos, el “en dehors”, los épaulements, los démi–pliés y los pasos de transición– del que vimos, en la mayor parte de los danzantes, aproximaciones, precisiones musicales al margen. Criterios personales aparte, no nos convenció el anticlimático final con campanadas marcando la temporalidad humana.
Igualmente disfrutamos de (SAFE), un trio para dos bailarinas y un bailarín del coreógrafo Raúl Reinoso, uno de los más juveniles miembros de Danza Contemporánea de Cuba, con apoyo musical muy adecuado, compuesto por el francés René Aubry. Después, vino El Retrato, de la bailarina Regina Hernández para tres parejas y elaborado de conjunto con una pareja de músicos cubanos, Juan Leyva y Rosa Galván, con unos simpáticos figurines debidos al diseñador Frank Álvarez. En esta pieza, la coreógrafa nos parece que ha superado ciertas puerilidades de la precedente creación mostrada en la primera edición de estos talleres.
Por últimos, nos ocuparemos brevemente de dos miniaturas que decidieron confrontarse en esta su primera ocasión: talentos versus público y crítica. Empero no alcanzaron altas calificaciones: de Juan Carlos Hernández la pieza para cuatro bailarines, 3D, una pedestre humorada de cinco minutos con música de Mozart (la conocida Sonata No. 6), y, finalmente, el dueto intrigantemente denominado SDOS de la bailarina Ariadna Suárez para Lyván Verdecia y la benjamina Chanell Cabrera, sobre una música para cello y piano del francés Gliére, donde ejecutan una serie de difíciles cargadas de un tono satírico a sus fugaces encuentros pasionales, con referencias chaplinescas.