Festival Internacional de La Habana-Crítica

Los que llegan de afuera

El ABT y el NYCB se presentaron después de varios años en esta nueva edición a la que también asistieron bailarines de diferentes partes del mundo. Entre ellos, el ruso Vladímir Malakhov, que presentó una versión masculina de “La muerte del cisne”.

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Paloma Herrera y José Manuel Carreño, del ABT, en "El Corsario", en el 22 Festival Internacional de Ballet de la Habana. Fotos: Nancy Reyes.

Poco más de 50 años después de su última presentación en La Habana, durante la primera edición de estos festivales en 1960, el ABT (visitó la capital cubana por primera vez en 1947) preparó un atractivo e histórico programa para las dos únicas representaciones previstas, en el más grande teatro de Cuba, el “Karl Marx” con capacidad para 4.500 espectadores sentados (todas las localidades se agotaron en menos de 48 horas). En ambos programas fueron repetidas las obras de conjunto, pero dos pas de deux fueron alternantes, siempre con un estelar cubano: “Le Corsaire”, con José Manuel Carreño (quien anuncia su despedida de la compañía para junio de 2011) junto a la argentina  Paloma Herrera, muy favorita de los aficionados locales, y “Diana y Acteón”, con la cubano-norteamericana Xiomara Reyes (ovacionada de pie por sus “fans” que la recuerdan con cariño, a pesar de los 18 años de ausencia de su tierra natal) junto al virtuoso rioplatense Herman Cornejo.

A su vez, y también despús de varios años, el New York City Ballet llegó a la isla para presentarse en el 22 Festival Internacional de Ballet de La Habana. Ambos conjuntos neoyorkinos bailaron coreografías, de Balanchine y de Jerome Robbins, como “Theme and Variations” (creado en 1943 para Alonso y su partner de entonces Igor Yuskevitch) en el que se destacó el asombroso clasicista David Hallberg, y “Fancy Free”, con dos deliciosas interpretaciones por Julie Kent y Carreño (desbordante de carisma y fina comicidad). Afortunadamente, McKenzie incluyó algo más novedoso en materia de lenguajes coreográficos en su repertorio activo, como las “Siete Sonatas” de Alexei Ratmanski sobre música al piano en vivo de Scarlatti. Y el NYCBallet trajo el dúo “Liturgy” del británico Christopher Wheeldon con música del letón Arvo Part. Además de los intérpretes ya mencionados, fueron brillantes las entregas, por su precisión en el trabajo de puntas, musicalidad y voluntad de estilo, de Sara Lane, Michelle Wiles, los hermanos Angle, Tiler Peck, Sasha Radetsky, entre otros.

La música tiene una fuerte presencia en el ABT, por lo cual decidieron utilizar en vivo la Orquesta Sinfónica Nacional y enviar dos directores orquestales a conducirla. Los maestros Ormsby Wilkins y David Lamarche ofrecieron una lección de dirección especializada en danza, y la orquesta se portó lo mejor posible dado que estas partituras eran nuevas lecturas y debieron ejecutarlas con un brevísimo tiempo de ensayos.

Entre las interpretaciones más brillantes de los nacionales habría que destacar en la reconstrucción del ballet de Agnes de Mille “Una rosa para Miss Emily”, las de Bárbara García (al nivel de una Sally Wilson) y Javier Torres, realmente calificables de actriz–bailarina y de bailarín–actor. Hubo dos solos sobre la música del cisne de Saint–Saens, uno compuesto por Michel Descombey, y defendido con fuerza y control por Torres, “Muerte de un cisne”, y el otro fue un electrizante y memorable cisne moribundo encarnado por el ruso Vladímir Malakhov, según el montaje del italiano Mauro di Candia. At last but not least, fue el solo bailado con deslumbrante autoridad e ímpetu técnico por la estelar bailarina española del Royal Ballet, Tamara Rojo, que fuera creado por Ashton para otra grande del ballet inglés, Lynn Seymour, “Cinco valses de Brahms a la manera de Isadora Duncan”, interpretados al piano sabiamente por el joven pianista cubano Aldo López Gavilán (titulado en importante conservatorio londinense).

Igualmente hubo dúos inolvidables: el de “Sinatra Suite” por Sara Lane junto a José M Carreño y el pas de deux de “Las bodas de Aurora”, en versión puro Petipa de Mónica Mason (según las anotaciones de N. Sergeyev), regalado con elegancia y musicalidad por dos estilistas insignes del Royal Ballet de Londres, Roberta Márquez y Steven McRae. Y la esperada actuación del cubano mundial, Carlos Acosta, llegó finalmente en un energético solo de Russell Maliphant, reducción de “Two” –que su creador bailaba con Sylvie Guillem–, tal una exhibición  magistral en el control de las dinámicas musculares, descalzo y minimalista bajo dos luces cenitales Si bien decepcionó un poco a sus seguidores que lo esperaban en un “clásico”, las ovaciones no se hicieron esperar y fueron abundantes.

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