Una historia de amor donde las diferencias de clase se hacen insoslayables, y el engaño es la clave de un desenlace trágico. “Giselle”, el emblema del ballet romántico del siglo XIX, conjuga todos estos elementos, y deja entrever aspectos psicológicos y morales de cada uno de los personajes protagónicos.
Basado en la obra “De l’Allemagne” (1835) de Heinrich Heine, este ballet, incomparable en su género, muestra a la joven aldeana Giselle enamorada de un “supuesto” campesino, que es en realidad el Duque Albrecht, prometido de Bathidle, hija del Duque de Courtland. Y en el otro lado del triángulo, el guardabosques, Hilaríon, también enamorado de Giselle, que descubre el engaño del noble y lo desenmascara. Traicionada en sus sentimientos, la joven pierde la razón y muere en brazos de su madre.
El Ballet Bolshoi, dirigido por Sergei Filin (director al que hace algunos años, miembros de la compañía le tiraron ácido en la cara por no estar de acuerdo con su forma de conducir el ensamble) trajo al Kenendy Center, su versión de “Giselle”. Con música de Adolphe Adam, coreografía de Jules Perrot y Jean Coralli, Marius Petipa, y Yuri Grigorovich, quien fue director de la compañía durante la era soviética, este ballet dejó ver una nueva generación de bailarines.
Svetlana Zakharova y David Hallberg –desde 2011 principal del Ballet Bolshoi–, fueron los protagonistas en la noche del estreno en el Opera House. Ambos compusieron una buena dupla, no sólo desde lo visual sino también, por el nivel de comunicación entre ambos.
Zakharova, deslumbra con sus magníficos pies y sus asombrosas extensiones en las que sus piernas, literalmente, llegan a rozar su oído. No obstante, su port de bras no logra el mismo refinamiento que sus piernas. Por momentos, sus brazos se alejan del clásico estilo que siempre caracterizó la escuela rusa.
Musical y más enérgica que etérea, la Giselle de Zakharova, cobró encanto en el acto blanco, donde la doncella engañada, convertida en Willi, salva de la muerte a su amado Albretch.
Con una puesta en tonos ocres, el primer acto, que se desarrolla en una campiña renana, tuvo como principal atractivo el trabajo de los bailarines solistas y del ensamble. Dinámicos y frescos, mostraron un cuadro campesino atractivo, pero estuvo ausente ese compromiso actoral particular del Bolshoi de otros tiempos.
Daria Khokhlova e Igor Tsvirko, en el pas de deux de los campesinos, hicieron un fantástico trabajo. Con energía, convicción y estilo. Khokhlova, precisa y vital, encaró sus variaciones con solidez y consistencia. Tsvirko, a pesar de algunas imprecisiones en los cierres, mostró sus habilidades para los saltos y los battements.
En esta versión de Grigorovich, Hilarion, convertido en Hans, el guardabosques enamorado de Giselle, no tiene demasiado lucimiento como bailarín. Su Hans, requiere a un actor. Vitaly Biktimirov, cumplió su rol con poca convicción, pero en el segundo acto dejó vislumbrar al bailarín.
Y fue también en el segundo acto donde la tradición de perfección de la compañía marcó su presencia para componer un acto blanco sublime. Si bien al comienzo, en la tumba de Giselle, unas luces intermitentes (que asemejaban a un arbolito de navidad) rompieron la magia de ese bosque sombrío donde moran las almas de las jóvenes doncellas traicionadas antes de su boda.
Luego, todo fue encantamiento. Especialmente en el pasaje de entrada de las willis, en arabesque penchée, cuya perfección y sincronización fueron parte del embrujo.
Zakharova, quizás demasiado enérgica para ser un espíritu, pero deslumbrante en sus posiciones. Maria Allash, como Mirtha, reina de las willis, magnífica en sus saltos, hizo una precisa composición de su personaje, sin exageraciones ni excesivas asperezas. Mientras Hallberg, por su parte, ha logrado, desde su incorporación en el Bolshoi, encontrar al actor y al partenaire comprometido con su compañera.
Con la conducción de Pavel Klinichev, la Opera House Orchestra del Kennedy Center, hizo sonar la música de Adam con maestría y calidez, y convirtió cada pasaje de este ballet en un momento particular y único.