“Hoy estamos aquí para homenajear con el Premio Nacional de Danza a Rosario Cárdenas, perteneciente a la primera generación de bailarines de la Escuela Nacional de Arte. Ella pertenece a los primeros graduados de la técnica promovida por mí en Cuba de la Danza Contemporánea.
Al graduarse Rosario irá a integrar la compañía de Danza Contemporánea al principio de la Revolución y lidereado por mi durante doce años, a través de la cual se crearon los primeros bailarines de la llamada entonces Danza Moderna, con un amplio repertorio bien enraizado en la identidad nacional cubana. De la misma surgirán a su momento nuevos grupos dirigidos por bailarines hechos por mí, listos a conquistar un repertorio y un público de danza de los nuevos tiempos. Del grupo original de la escuela también surgirán nuevos liderazgos con agrupaciones danzarais listas ya a ganar reconocimiento en la construcción del movimiento de danza nacional que hube de crear.
Rosario, como cada una de esos primeros jóvenes salidos de la Escuela de Danza, tomaron caminos muy propios, y a su vez se vieron obligados a transmitir su danza desde un punto de vista muy personal como el mundo cultural del post-modernismo pidió a sus cultivadores.
Ella escogió uno de los más peligrosamente atrevidos del empeño, como fue el promover un conceptualismo intelectual a su obra, partiendo de la provocación y el hacer pensar al público, además de deleitarlo con el arte danzario más de vanguardia. Ella se ilustró con estudios universitarios y bebió de las enseñanzas de ilustres contemporáneo como Virgilio Piñera y José Lezama Lima, de los cuales tomó ideas e inspiración como parte de sus obras.
¿Cómo lo hizo? Pues se adentró también en las enseñanzas intelectuales de la gestión combinatoria, como hizo llamar originalmente a su grupo: Danza Combinatoria. Este procedimiento, como su nombre indica, pretende combinar diferentes ideas en el movimiento, a veces contradictorias y con ese haz de posible creación enfrentó el mundo de la danza. Para ello, tomó ideas bien provocadoras de su mismo cuerpo, de sus bailarines, y de esos dos grandes de la literatura cubana mencionados.
De sí misma exploró en los predios de la maternidad, aprovechando su situación de embarazo para crear una de sus primeras obras, asesorada desde luego por una ginecóloga, en los secretos de la gestación y sus efectos en la psiquis de la madre, en “Germinal”.
En otra obra, hizo inmersión en los desórdenes de la razón, en una estremecedora imagen colectiva de desjuntados mentales, obra que llamó “El Ángel interior”.
Siguió sus investigaciones con innovadores usos del espacio en la sala del teatro, y en las inquietudes reales y poéticas del ente femenino en su devenir de la fantasía a la realidad, bajo el título de “Dédalo”.
Equipada de esas y otras experiencias decidió crear un grupo independiente al unísono de otros de su generación, especialmente para bailarines adecuados a sus creaciones.
Aquí también comienza su acercamiento a Lezama Lima en “Fragmentos a su imán”, con un bailarín voluminoso que se deja cocinar en una enorme cazuela mientras figuras en juegos homoeróticos bailan como llamas que cocinan la oya en que el poeta se cuece alegremente. Fuera del escenario a nivel del público un actor lee párrafos de Lezama en alta voz.
Más adelante se aventura escénicamente al poemario de Virgilio Piñera en su “María Vivan”, en que las nalgas de un adolescente se pasean por el escenario a través de su rasgado pantalón, mientras pasea con la Vivan, bajo una sombrilla. Al final de la obra, tres adolescentes desnudos se muestran, con los penes ocultos entre las piernas, cerrando el espectáculo.
El desnudo para Rosario es una abierta muestra de provocación que aún hoy la pacatería criolla no le perdona, murmurando por los pasillos del teatro, no para divertirse con ello, sino amargarse, por lo cual Rosario tiene que escribir cartas con las que airadamente les responde.
Busco en el diccionario para ver si existe la palabra PROVOCATRIZ, pero no la encuentro, así que la inventaré yo para nombrar los divertidos desmanes de Rosario, no sólo escénicos, sino también en los espacios extraescénicos de las burocracias existentes.
Sin embargo el diccionario me ofrece un largo menú del manjar palabresco del verbo provocar y encuentro sabrosos conceptos del habla como: provocar, irritar, encolerizar, excitar, incitar, promover, y frases como “causar enojo”, “excitar cólera”, “agredir con gesto”, “irritar a los adversarios”, “atacar y desafiar”, “provocar a compasión”, y hasta en lenguaje familiar se suele decir “vomitar”.
Rosario no escatima coreografiar sobre la música del “Compay gallo” con toda diversión, provocativo de dos varones en escena. O hacer orinar a la estatua de la Libertad sobre la cabeza de sus bailarines.
Eso sí, nos hace además asombrar cuando con su “combinatoria” saca de los problemas inhibitorios físicos de sus bailarines, hermosas frases coreográficas, como tocadas por la varita mágica de sus creaciones escénicas. A veces hace intervenir músicos en sus obras cuyos destellos musicales asombran e iluminan sus coreografías. Tal es el caso de su último estreno titulado “Zona-cuerpo”.
En su “Dador” el desnudo se hace contagioso junto a personajes míticos del Tarot y gigantescas piñas y telones colgantes iluminados donde los desnudos masculinos y femeninos hacen alardes técnicos danzarios y proezas equilibrísticas en ruedas escénicas, sobre las que caminan sus bailarines.
Además Rosario inaugura encuentros con grupos de su público para oír y polemizar sobre las recientes puestas en escenas de sus obras. A mí personalmente me ha hecho asistir como cómplice, sabrosamente ante el murmullo de los asistentes después de los estrenos de sus espectáculos. Hago constar que me he prestado calurosamente a compartir con ella ante los neófitos asistentes a tales reuniones.
También se interesa en promover reuniones mensuales en sus predios de trabajo para discutir sus obras antes de llevarlas a escena, gustando de voces que puedan alterar sabiamente la definitiva aparición ante el público.
Rosario y su generación es un ejemplo de apertura hacia la llamada “Obra abierta” tan puesta en boga por los teóricos del teatro últimamente.
En fin, que aquí tenemos a Rosario Cárdenas como un acicate hacia el criterio de que la danza de hoy no ha terminado y se ha enquistado en sus logros técnicos, sino que posee un siempre eterno valor de dinamitación y encuentro con nuevas formas de expresarse, para evitar tal enquistamiento coreográfico, cosa que me llena con sus valores enormemente, y a los cuales aplaudo rabiosamente”.