“Faces”, una creación de 2011 de Maguy Marin para el Ballet de la Ópera de Lyon, se presenta en el Teatro de la Ville de París desde el pasado 13 de octubre hasta el próximo 21, como parte del Festival de Otoño de la capital francesa, dedicado este año a una retrospectiva de la coreógrafa, una de las más notables figuras de la danza contemporánea francesa, a partir de su conocida eclosión en la década de los 80.
Además de “Faces”, el Festival de Otoño (que dirige Emmanuel Demarcy –Mota, también al frente del Teatro de la Ville) incluye, en 8 salas de París e Île –de –France: “Nocturnes” (su última creación, en la Bienal de la Danza de Lyon), en el Teatro de la Bastille, del 16 al 27 de octubre; “Cap au Pire” (2006), Le Centquatre, 13 al 15 de noviembre; “May B” (1981, un ícono de la danza contemporánea francesa), en Le Centquatre el 16 y el 17 de noviembre y en el Teatro de Rond –Point del 20 de noviembre al 1 de diciembre; “Ca quand même” (2004), 22 al 27 de noviembre en el Teatro de la Cité Internationale; y ese éxito de “Cendrillon” (1985), del 29 de noviembre al 1 de diciembre en el Teatro Nacional de Chaillot, del 6 al 8 de diciembre en las Maison des Arts de Créteil, y del 13 al 15 de diciembre en el Teatro de Saint –Quentin –en –Yvelines.
Fue el Ballet de la Ópera de Lyon quien le pidió su versión de “Cendrillon”, en tres actos sobre la música de Serguei Prokofiev. Como se recordará, transformó a los intérpretes en muñecos, con máscaras y trajes en consonancia.
Maguy Marin nació en Toulouse de padres refugiados españoles, que habían arribado en 1939. Vivió en esa ciudad del sudoeste de Francia hasta los 16 años (y hace tres meses que ha vuelto para instalarse), después de haber estudiado danza clásica en su conservatorio. Partió a París y luego a Bruselas, a la escuela Mudra de Maurice Béjart; integró el Ballet del Siglo XX. Entre 1980 y 1990, estuvo en la Maison des Arts de Créteil (que devino en 1985 Centro Coreográfico Nacional de Créteil y de Val –de –Marne). Fue en 1987, mientras preparaba “Los Siete Pecados Capitales” en la Ópera de Lyon que encontró a Denis Mariotte, su cómplice –y compañero – desde entonces, en una colaboración artística fructífera. A partir de 1998, se instalaron en el Centro Coreográfico Nacional de Rillieux –la –Pape, en un barrio de Lyon. Catorce años después, ha regresado a su Toulouse natal, para volver a ser una compañía independiente.
“Faces”, de una hora de duración, para los 28 bailarines del Ballet de la ópera de Lyon, apunta a la cuestión de la relación entre las “masas” y el “poder” (según “Masse et Puissance” de Elías Canetti), y como las mismas pueden metamorfosearse según los designios sea políticos –incluyendo el tropismo totalitario –, sea el de la homogeneidad que aporta más neutralmente la condición moderna.
Esta vasta empresa se resuelve con medios simples, con la colaboración en la concepción y la creación sonora de Denis Mariotte y las luces de Alexandre Béneteaud.
Como escenografía (Michel Rousseau), solamente un gran espejo al fondo. A ambos lados, perchas cargados con trajes y otros accesorios significantes (que los bailarines irán poniéndose sucesivamente), y un piano a un costado, que no se utiliza aunque se escuche un Nocturno de Chopin.
Lo que define a “Faces” es el trabajo de las luces, remarcable, de la mano del paisaje sonoro. Cuando se está en negro, los bailarines se colocan la indumentaria y los accesorios. Cuando se encienden, conforman, en “masa” –que también puede ir, derrotada, al piso –, un cuadro determinado. Esta sucesión caleidoscópica es de una impactante fuerza visual. Imagine el lector que en el espacio de poco tiempo, se apaguen y se enciendan las luces (sin contar su elaboración), ofreciéndose diferentes “lienzos” no desprovistos de su carga plástica en consecuencia. Así, lo que se evoca puede incluir el “viento” de las revoluciones, el clamor de las multitudes, los ruidos y traqueteos de la guerra, la tiranía, la barbarie, también las botellas de Coca –Cola, espejuelos de sol, el fútbol, bolsas de conocidos centros comerciales, la “Libertad guiando al pueblo”, lo religioso, Lenin arengando, unas estrofas del himno nacional cubano, la voz de Fidel Castro en un discurso.
El refinamiento estético de estos cuadros vivos es considerable. Aunque la visión de Maguy Marin sea opresiva y sin apelación, uno se extasía ante esas construcciones acendradas y elocuentes. Desde el punto de vista abstracto, es una delicia. Hacia el final, las luces sólo enfocan las piernas de los intérpretes: es lo que pudiéramos llamar en este tipo de espectáculo un “efecto especial”…
Uno puede palpar, en tales resultados, la tensión creativa de Maguy Marin y Denis Mariotte. Dice ella (en el programa de mano): “Es la cuestión de la forma que se hace y no cesa de conformarse y evolucionar…” Dice él: “La forma, justamente, se conjuga con el pensamiento que está en proceso de hacerse, el cual se hace con y al mismo tiempo que la forma”. Magnífico. En otras palabras: una breve declaración de estética “formalista” y abstracta, válida no solamente para la danza sino para otros quehaceres artísticos.
Ciertamente, la acumulación en su intensidad de esos cuadros vivos, a medida que su desfile avanza hacia el final, ya no producen el mismo efecto, como quien se satura en un museo al cabo de dos horas. No importa, porque al día siguiente, uno, como tras la visita al museo, se encuentra anhelando volver a ver las imágenes en “flash” de “Faces”.
Y, de la danza, ¿qué? Esos cuadros estupendos, conformados por bailarines, están vivos pero no en movimiento. Ha dicho Maguy Marin: “Yo parto siempre del cuerpo y de su movimiento rítmico en el espacio. Soy pues coreógrafa”. Bien, este pulso rítmico se traduce en la sucesión de los cuadros. Una categoría inclusiva de la danza, que subraya su pertenencia a lo plástico, aupándose sobre éste. Pero es un espectáculo difícil de olvidar.