El regreso de “María Viván’’, a la escena de su creación en 1997 –la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana–, está sobradamente justificada en toda su necesaria trascendencia por su coreógrafa y bailarina titular, Rosario Cárdenas, quien recibió entonces, a raíz de su estreno los más importantes lauros nacionales en su género.
“Cuando Virgilio Piñera cumplió sus 85 años –comenta Cárdenas–, decidí crear “María Viván’’, a partir de un poema homónimo suyo, para celebrarlos. La coreografía me nació entonces de lo más profundo de mi naturaleza, como tributo de amistad y reconocimiento a la portentosa producción de nuestro universal dramaturgo”, enfatizó.
Ahora, cuando llegamos al centenario del genial teatrista, Cárdenas y su Compañía Rosario Cárdenas ha optado por festejarlo nuevamente con el regreso de “su’’ tísica fotogénica, “con todo su simbolismo y sensibles provocaciones’’, tan inquietantes y desafiantes surgidas de su mejor teatro del absurdo, como su sombra (elemento efectista colocado sabiamente al final de esta pieza en un acto de apenas 70 minutos, antes del definitivo cierre del telón de boca).
Una cascada de “imágenes de danza’’ que emergen de las metáforas en movimiento de este poema con nombre de mujer, pero que, mediante la interpretación de los bien entrenados ocho bailarines –y la fugaz y pertinente participación de dos niñas vestidas primorosamente a la moda criolla de 1915, portando sendos parasoles–, muestra claramente sus intenciones, al contar con dos bailarinas del elenco original –estupendas–, además de otras dos como asesoras, que colaboraron en la reconstrucción de la coreografía de esta danza posmodernista, cargada de ambigüedades y contradicciones inteligentemente engarzadas, que rezumaban la idiosincrasia de la personalidad del dramaturgo–poeta: su andar peculiar y su inclinación homosexual no reprimida (causante de no pocas molestias y humillaciones en varias etapas de su vida, hasta llevarlo al anonimato por los medios oficialistas homofóbicos).
El soporte musical fundamental fue compuesto, para algunas secuencias, por el sobrino y heredero del Virgilio poeta, Juan, quien articuló una banda sonora que incluye fragmentos archiconocidos de las piezas favoritas de su tío, debidas a diversos autores, Mozart, Bizet (interpretado por Sarasate), Verdi (el brindis de Traviata), Strauss (su vals Danubio azul) para una de las más logradas secuencias, Manuel Luna y Saint–Saens (concierto para órgano).
El vestuario y la escenografía refleja un carácter minimalista, aunque con intenciones muy definidas para subrayar la dramaturgia coréutica elegida por Rosario Cárdenas, ya sea para los travestismos como para los inquietantes desnudos para ambos géneros, sin caer en lo gratuito. La restauración de algunos elementos de la producción, deteriorados por una mala conservación –debidos al artista residente en el exterior Jorge Luis Miranda–, merecen elogio aparte, especialmente la papaya (referencia al útero femenino) y los faros rodantes (símil con el falo fecundante), que contaron con la entusiasta colaboración del Consejo Nacional de las Artes Escénicas.