Michael Smuin bailaba en el American Ballet Theatre (ABT) años ha, después de haber pertenecido al San Francisco Ballet, y aparecido también en Broadway y en shows de la televisión. Después de su retiro, estableció en 1994, en el área de San Francisco, su propio conjunto que llamó Smuin Ballet, dándole a la compañía su vasta experiencia en obras clásicas, así como en estilos modernos y populares.
Después de su inesperada muerte ocurrida en 2007, la compañía es dirigida desde entonces por Celia Fushille, en su doble función de directora artística y ejecutiva, quien ha mantenido el estilo original del pequeño grupo –quince miembros de ambos sexos en total–, al igual que abriendo nuevos horizontes con obras de innovadores coreógrafos como Trey McIntyre, coreógrafo invitado, y Amy Seiwert, coréografo-en-residencia.
La programación neoyorquina, ofrecida en el íntimo Joyce Theatre del barrio Chelsea de Manhattan, fue variada e interesante. El primer ballet de la noche, “Oh, inverted world” se debe a McIntyre, con el acompañamiento musical del conjunto The Shins. Los bailarines (un total de cuatro parejas) igual caminan graciosamente que bailan, introduciendo de vez en cuando algunos pasos clásicos (muy pocos) y otros que llevan ímpetus modernos al estilo hip-hop. Por supuesto que los bailarines calzan zapatillas de media punta, y el vestuario de Sandra Woodall es totalmente casual o deportivo, especialmente para los hombres, que llevan simples “shorts”, con los torsos al aire. Las mujeres lucen trajes cortos y sencillos, de atractivos diseños.
Si hay historias, cada cual en el público puede formar la suya. Entradas, salidas y solos componen la coreografía. Dos bailarines se destacan especialmente en sus solos: Jane Rehm, intensa y ligera, y John Speed Orr, este último simplemente estupendo, en una variación que incluye alguna mímica. Hay momentos en que las parejas igual bailan por su lado, que se unen en momentos que sugieren románticos encuentros; todo cabe en la imaginación del coreógrafo y en la interpretación del conjunto, pero no obstante, la obra es entretenida, y la interpretación de los bailarines aquí es interesante. Un agradable momento de danza contemporánea, diseñada por McIntyre y realizada en todo su potencial, por este joven grupo.
La segunda obra de la noche fue la famosa tragedia mitológica de Medea, que ya ha sido llevada a las tablas en distintas momentos de gran arte. Entre los más recientes intentos hay que recordar a la gran diva Maria Callas, quien dejando su maravillosa garganta en silencio, intentó el drama en cinta fílmica con gran éxito. En 1977, Smuin resucitó “Medea” para hacerla ballet, aunque ya muchos años antes, en 1946, la gran sacerdotisa de la danza moderna, Martha Graham, la había escenificado en su inigualable estilo propio (“Cave of the Heart”), utilizando la música de Samuel Barber, que Smuin también emplea en su obra, con diseños de vestuario de Andy Kay.
En realidad, esta obra lleva muy poco vestuario: Medea, en un rol trágico que carga mucho veneno, estuvo magníficamente interpretado por Susan Roemer, luciendo un leotard rojo, con zapatillas de punta del mismo color. Cresusa, su rival, a cargo de Terez Dean, viste también leotard, pero éste en color blanco, igual que las zapatillas de punta. Su personificación es atractiva, con insinuaciones coquetas y seductoras hacia Jason.
En el vestuario de los tres hombres, Jason lleva manillas de clavos dorados, igual que un ancho cinturón al frente, mientras se convierte en una tonga entre la parte más baja de la anatomía trasera, dejando totalmente expuesta esas dos partes. Los hijos de él y Medea, lucen igualmente tongas y suspensores al frente, rematados también por un ancho cinturón.
La historia mitológica ha sido adaptada para esta obra como el coreógrafo mejor la necesitó. Esta Medea, que no pudo dejar de cargar la enorme capa que la envuelve al comienzo y al final de la obra, es un personaje que solo parece querer venganza, y para lograr su obsesionante deseo, inmiscuye a sus dos hijos en el delito de asesinar a su rival Cresusa, a quien los dos chicos amarran con sogas, hasta que su madre le quita la vida, propinándole fuertes tirones. Episodio trágico y muy bien actuado, tanto por parte de Medea como de Cresusa; no obstante, los dos hijos, a cargo de John Speed Orr y Christian Squires, son sobresalientes, tanto por su dramatismo, como por su técnica, esta última de superior ejecución. No sucedió lo mismo con el Jason de Jonathan Dummar, que lo único que sobresale en él es su alta estatura, ya que su baile deja bastante que desear.
Para cerrar la noche, subió a escena una agradable pieza bailable coreografiada por Amy Seiwert, que se titula “Soon these two worlds”, estrenada por la compañía en San Francisco, en 2009, sobre música seleccionada de los discos Nonesuch, titulado “Pieces of Africa”, que es interpretada por el Kronos Quartet. A decir verdad, salvo por el uso de algunos tambores, muy poco recuerda la música o los ritmos de ese continente, e igual sucede con la coreografía, totalmente neo-clásica, incluyendo el trabajo en punta de las mujeres.
Estas visten largas y ligeras túnicas de distintos colores, para interpretar solos o bailes acompañadas. ¿Son acaso los ritmos que se escuchan tonadillas de países específicos que no son precisamente africanos? Muchas veces recuerdan la música folclórica irlandesa, u otros folclores similares, pero nunca africanos, e igualmente sucede con la coreografía, totalmente académico-moderna. Por otra parte, Susan Roemer con Jonathan Dummar, Terez Dean y Jonathan Powell, Erin Yarbrough y Jared Hunt, así como Janica Smith y Shannon Hurlburt, acometen sus variaciones al frente de los grupos con total gracia y precisión. Sin embargo, en esta pieza, las mujeres ponen de manifiesto poseer mejores técnicas que los hombres.
Un final alegre que parece traer consigo rayos de sol que iluminaron la noche e hicieron que los espectadores se marcharan del teatro totalmente complacidos. No es vano desear que el Smuin Ballet pronto repita su visita.
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