En el año del centenario del natalicio del poeta, narrador y dramaturgo, Virgilio Piñera (1912–1979) –tal vez la rehabilitación necesaria para uno de los intelectuales acosados por la homofobia estatal, imperante en el llamado “período gris” de los 70s y 80s–, el Ballet Nacional de Cuba tuvo la acertada voluntad de recuperar una de las obras dramáticas magistrales de este autor: “Electra Garrigó”, de 1941, como uno de los múltiples homenajes organizados durante todo 2012.
Trasladada a la danza con inteligencia dramatúrgica en la coreografía del cubano Gustavo Herrera (residente en México hace más de dos décadas), en un acto y varias escenas, el ballet fue bautizado con el criollísimo título de la pieza homónima. Esta obra se inscribe en los anales del teatro con una impronta indeleble “dentro del contexto nacional”, y representa “un apasionante ejercicio de cubanía, donde el talento del escritor supo conjugar el humor criollo con los significados cosmogónicos de la cultura helénica”. El patético personaje de Electra generó tres célebres tragedias para gloria del teatro clásico griego, debidas a las archiconocidas autorías de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Hace unos 26 años, el destacado coreógrafo cubano Gustavo Herrera se inspiraba en esta pieza de Piñera para construir su versión para ballet. Hoy, 18 años después de su estreno mundial, reingresa en el repertorio activo del BNC. En esta nueva producción y su puesta en escena clarifican algunos detalles difusos entonces de la dramaturgia, creación que permite afirmar que Herrera, con su co-guionista y diseñador escénico Ricardo Reymena, se sumergieron en los arcanos de la tragedia clásica, así como en ensayos sobre la misma, para entregar una narración coreográfica fiel a la obra homónima de Piñera.
No obstante, la ausencia de una revisión por el coreógrafo no permitió el subsanar los avatares en la articulación coreográfica. Amén de una ejecución técnica sólida, y de los acentos de cubanía referenciales en el vocabulario y la gestualidad empleada, los jóvenes intérpretes que encarnaron a los protagonistas: Yanela Piñera (Electra Garrigó), Jessie Domínguez (Clitemnestra Plá), Julio Blanes (Orestes Garrigó), Camilo Ramos (Egisto), Alfredo Ibáñez (Agamenón Garrigó) y Alejandro Silva (Pedagogo–centauro), así como el Coro (cuerpo de baile ataviado con originales trajes y máscaras rústicas, al estilo del “arte povera”).
Indiscutiblemente, se observa la carencia de suficiente trabajo de mesa por un asesor en técnica de actuación que permitiera extraerles las aristas y matices necesarios para dar énfasis a sus desempeños. Estoy seguro que esto llegará en futuras representaciones.
Un ballet con alta carga de simbolismos, tanto en la concepción de los bailables (las protagonistas están en puntas), el coro “griego” está enmascarado y manipula instrumentos musicales provenientes de ritos de raíz africana, en el vestuario los colores tienen significantes específicos (por ejemplo, Electra y Orestes visten de blanco), y en la escenografía está dominada visualmente por una ciclópea fruta-bomba (conocida como papaya en otras lenguas), la cual encierra una acentuada referencia erótica con el útero materno, de ahí ciertas escenas puntuadas por la sensualidad bien logradas sin vulgaridad.
Herrera consigue, sin pintoresquismos, entregarnos lo esencialmente trágico del argumento: la traición, la ambición, los deseos carnales teñidos por la sed de justicia y venganza, que confluyen en un espectáculo contundente para los sentidos y la vista.
El soporte musical debido al compositor de música electroacústica Juan Marcos Blanco, también residente en México, contribuye acertadamente a las atmósferas y a las apoyaturas climáticas de los momentos más agónicos. El numeroso público, en un 90 por ciento neófitos de esta pieza, otorgó una larga y cerrada ovación de pie en la Sala Lorca del Gran Teatro (que pide a gritos una restauración capital, prevista parece para el 2013).
El programa de esa noche estaba integrado, en la apertura y el final, por dos obras de cierta manera poco vinculantes con la de Herrera: la excelente producción del BNC de la obra maestra de Fokine, “Les Sylphides” (notable por su preservación estilística) y el Grand Pas de “Paquita”, modelo esta última del decadentismo decimonónico. Ambas piezas ejecutadas con desiguales desempeños en las partes solistas.