¿Por qué existen tantas versiones de “El Lago de los Cisnes”, desde su estreno en 1877, en el teatro Bolshoi de Moscú? En esa primera presentación, original del coreógrafo Wenzel Reisinger, realizada sobre un argumento de V.P. Beginchev y V. Geltzer, e inspirada en la melodiosa y afamada partitura del genial Pyotr I. Tchaikowsky, la obra, sin embargo, resultó un fracaso en aquel entonces, por lo que pronto desapareció de las carteleras.
No obstante, la contestación a esta pregunta proviene de la labor de varios genios: En 1895, fue estrenada una nueva versión de la obra, con coreografía de de Marius Petipa y Lev Ivanov, utilizando la misma historia, igualmente que la música de Tchaikowsky, estrenada en el teatro Mariinsky de San Petersburgo, después del fallecimiento del compositor. Esa imperecedera versión ha llegado a nuestros días, y el lleno que ocurre en los teatros cada vez que sube a la escena, ha permitido llegar a la conclusión de que es la preferida de todos los públicos. Esos triunfos han tentado a muchos maîtres, a quienes no les falta inventiva, a poner la mano sobre esa brillante joya, cambiando los pasos, pero hay quienes no solamente alteran la coreografía, sino que cambian la historia, haciéndola casi nueva en su totalidad.
El Ballet Australiano acaba de rendir una corta temporada en el teatro Koch del Lincoln Center de Nueva York, en celebración de sus 50 años de existencia. El “Lago” que ocupó varias presentaciones, movía a gran curiosidad por la nueva coreografía que se anunciaba, compuesta en 2002 por Graerme Murphy, sobre un nuevo libreto original del trío formado por Janet Vernon, Kristian Fredrikson,y el propio Murphy. La explicación del argumento que aparecía en el programa, preparó al público para presenciar algo muy distinto al ballet que ha sido visto un centenar de veces en esta ciudad.
Mientras otros maîtres han respetado la historia original, aunque cambien los pasos, Murphy –que por largos años dirigió Sydney Dance Company, y ha hecho coreografías para distintas compañías de danza y ópera (incluyendo el famoso film “Mao´s Last Dancer”)– ha producido este nuevo recuento de los cisnes en cuatro actos, recordando en muchas situaciones a la famosa “Giselle” (1941), de Adams, coreografiada por Jean Coralli y Jules Perrot.
Los principales personajes de este nuevo “Lago” son tres: el príncipe Sigfrido, representado por Adam Bull, Odette estuvo a cargo de Amber Scott, y como la Baronesa von Rothbart, rival de Odette, con quien Sigfrido ha sostenido y sostiene ilícitas relaciones amorosas, el rol fue entregado a Lana Jones.
El primer acto muestra a la pareja principal después de haber contraído matrimonio y vistiendo aún sus galas nupciales, a los que rodean los elegantes invitados (aquí no hay campesinos). La Reina Madre luce un elegante sombrero, acompañada de su consorte y otros miembros de la familia real, que llevan con elegancia los diseños de Kristian Fredikson, también responsable de la innovadora decoración.
El entretenimiento de la fiesta es ofrecido por un grupo de húngaros que ejecutan una movida czarda. Pronto Odette, que está profundamente enamorada de Sigfrido, se percata de la íntima relación que existe entre su flamante esposo y la Baronesa, y como resultado, pierde la razón. Muchas de las más conocidas melodías del insigne compositor ruso son utilizadas por el coreógrafo en este acto. Precisamente la que el público espera (que siempre aparece en el tercer acto original), es la que da lugar a los famosos 32 fouettés de Odile, el malvado Cisne Negro (no existente en esta versión), que aquí, no obstante, sirven para que Odette, enloquecida y vertiginosa, los haga como parte de su inmediata locura. El resultado final no se hizo esperar: la infeliz Odette es internada en un manicomio por orden real.
¿Cómo llega esta producción al lago y a las doncellas-cisnes? El segundo acto da comienzo con Odette, sola y entristecida, en su celda del sanatorio, mirando el mundo exterior a través de una ventana, custodiada por monjas. Para escapar de su tristeza, se encierra en un ensueño de cisnes en el bosque, a la orilla de un lago (el diseñador ha cambiado los tutús, por vaporosas sayas blancas que llegan a la rodilla). Amber es tan buena bailarina como actriz, y si su porte y modales son suaves y distinguidos en su cordura, su enloquecimiento le ganaría aplausos innumerables como actriz dramática.
No podía faltar el Pas de Quatre de los cisnecitos, con coreografía algo parecida a la original, pero no hay nada que objetar de este encantador baile, porque el cuarteto que lo lleva a cabo es simplemente magnífico, no solo por su musicalidad, sino por la exactitud de los movimientos. El resto de los cisnes danzaron sus variaciones igualmente al unísono y con exquisita elegancia.
La Baronesa tiene en sus variaciones bailes muy difíciles, más notables en el tercer acto, donde ofrece una fiesta en su palacete en honor de su amado Sigfried. Odette, inesperadamente, se presenta en la festividad, elegantemente vestida, y su porte dulce y distinguido conquista a su marido, que se enamora perdidamente de ella. Los solos encomendados a Bull no pasan de ser prudentes, y sus Pas de Deux con ambas bailarinas, a pesar de la perfección de sus compañeras, tampoco son espectaculares.
La Baronesa, por su parte, al comprender que ha perdido al hombre que ama, ejecuta un largo solo lleno de furor, que pone de manifiesto lo el virtuosismo (técnica) que domina. Sus amoríos terminan cuando cierra las enormes puertas de su elegante mansión, tirándolas con energía.
Los cisnes reaparecen en el cuarto acto, vestidas con las ligeras sayas y corpiños en negro. Sigfrido surge entre ellas, buscando a su tardíamente amada Odette. Aquí cabe una necesaria pregunta: Si el mundo de los cisnes solamente existe en la atribulada mente de Odette, ¿por qué Sigfrido, como persona real, aparece allí, entre los cisnes? Libertades del autor es la contestación que cabe. La obra no tiene un final feliz: Odette queda en el bosque, rodeada de los cisnes que como compañeras, traen calma a su atribulada mente, mientras Siegried la ve desaparecer en la penumbra del bosque.
La orquesta del New York City Ballet prestó su asistencia a la inconmensurable partitura, bajo la batuta de Nicolette Fraillon, directora musical de la compañía. La música de Tchaikowsky suena siempre hermosa, aunque como esta vez, los tiempos sean alterados según lo determine el coreógrafo.
En fin de cuentas, el público mostró al final su aprobación al espectáculo.