EL día estaba lluvioso y oscuro. La gris atmósfera, no obstante, pronto se disipó, cuando la cortina del escenario del City Center neoyorquino fue descorrida, para dejar ver a tres bailarinas y a un grupo numeroso de bailarines y músicos, que dieron comienzo al anunciado Festival Flamenco, que cada año se celebra en Nueva York, durante febrero. Esta vez, se hizo desde el 1 al 4 de marzo.
Tres de las cuatro magníficas estrellas del Festival aparecieron juntas esa noche: Rafaela Carrasco, Olga Pericet y Carmen Cortés. Así dio comenzó una Gala que llenó el teatro hasta los topes. En los días que siguieron, cada una tuvo su propio programa con su grupo. Manuela Carrasco, la cuarta estrella, también participaría del Festival, bailando con su propio ensamble al siguiente día.
En el primer número del programa, el escenario aparecía a media luz, con reflectores sobre cada una de las tres bailarinas. Cuando se oyeron los primeros rasgueos de la guitarra, comenzaron a escucharse de parte del público, olés algo tímidos, que en buen idioma castizo significaban la aprobación a lo que estaba sucediendo en la escena. El arte de las tres estrellas de la noche, junto a los demás participantes –un grupo compuesto por cuatro bailarines, tres cantaores y cinco músicos que incluían piano, violoncello y guitarras (con intercambios de percusión) –, muy pronto iba a quedar expuesto.
El arte flamenco hasta el momento actual, ha admitido pocos cambios. Las Cantiñas, Seguidillas, Soleás, y otros palos, continúan en el escenario. No obstante, las coreografías propias de Rafaela Carrasco y Pericet, parecen llevar ahora algunos toques modernos. Sin embargo, Cortés, en su Soleá, un “Son Eterno”, aseguró que la tradición no se echa a un lado. Continúa viva y hermosa, en su emotiva presentación, porque su uso y los años no la han estropeado.
Pericet es de pequeña estatura y menudo cuerpo, que la hace parecer a sus 36 años, una quinceañera. Luciendo la tradicional bata blanca de cola, bailó unas Seguiriyas, acompañada de castañuelas y la guitarra de Antonia Jiménez. Aquella larga cola, una y otra vez, la enredaba en sus piernas, ejecutando seguros giros que no perdían la suavidad, mientras seguía el ritmo. Una pieza muy llamativa y a la vez enternecedora.
Rafaela Carrasco fue una revelación, como intérprete y como coreógrafa. Su “Farruca”, llevando botas y un “top” compuesto por una camiseta y un blusón de tela ligera y amplia que se abría con sus innumerables y vertiginosas vueltas, le daban la entrada al modernismo aplicado a la danza gitana. El acompañamiento, sin embargo, no podía ser más serio en la magnífica ejecución del violonchelista José Luis López.
“Peregrinos” y “A Cuatro”, coreografiado por Rafaela Carrasco, dieron oportunidad a los cuatro bailarines del grupo de la coreógrafa, Lisandro López, José Maldonado, Pedro Córdoba y David Coria, a girar y zapatear a su gusto (y el del público), mientras los cantaores, Manuel Gago, Miguel Ortega y Gema Caballero, se entremezclaban para hacer lo suyo. De esta última, la única mujer del grupo, hay que hacer un aparte, porque su bella voz, de registro alto, la sitúa en un lugar especial. “Tres hojas”, con acompañamiento de piano y guitarra a cargo de Pablo R. Maldonado y Pablo Suárez, fue una pieza que hace que esta excepcional cantante merezca la categoría de magnífica e inolvidable. En Zorongo, con los mismos acompañantes, volvió a reafirmar su puesto de excelencia.
La velada terminó con “Tangos”, con todos los artistas en la escena. El público, puesto de pie, mantenía el aplauso cerrado y constante, dando gritos de “otra”, “otra”.