Como toda gran compañía de ballet del mundo, el Ballet Nacional de Cuba ha escogido para reponer su añejada producción de “El cascanueces” en los días correspondientes a las navidades y particularmente, para festejar la llegada de un nuevo año; coincidente con un aniversario más de la toma del poder estatal por los hermanos Castro Ruz.
La versión de la prima ballerina y directora general, Alicia Alonso, de este archiconocido ballet de la vieja “escuela rusa”, en dos actos y tres escenas (las del mundo real en el primer acto y un segundo en la esfera de lo onírico), se apoya en la espléndida y armónicamente dramática música de P.I. Tchaikovski (con una autonomía de ejecución sorprendente).
Este “Cascanueces” fue concebido en 1998, para ejecutar el acuerdo de coproducción con dos importantes entidades teatrales italianas: La Fenice, de Venecia (en el año de su incendio fatal) y el San Carlo Felice, de Génova. Sobre el escenario de este último fue bailado por el BNC en su gira por Italia en 1999, y también en Ferrara).
Según las informaciones, de varias fuentes fidedignas, la Alonso utiliza como base fundamental para su versión coreográfica lo que ha llegado hasta la actualidad de la original de Lev Ivanov, estrenada en 1892. Ivanov debió realizarla por enfermedad de Marius Petipa, a partir de su guión elaborado en base a la versión libre del libro de E. T. A. Hoffmann por el francés Alexandre Dumas.
En este montaje cubano aparecen cortes realizados por otras versiones precedentes (tales como las de 1934, 1944 y 1954). Sin duda que Alonso conserva en su memoria privilegiada (así es todavía en sus recién cumplidos 91 años), las versiones que bailó en el Ballet Teatro y en los Ballets Rusos de Montecarlo, arregladas por los grandes maestros rusos Nikolai Sergueiev (entonces asistente de Ivanov en el Mariinsky) y Alexandra Fedorova.
De su primer acto, una acertada introducción. En la segunda escena, de los personajes del folklore ruso –protagonistas de un ballet célebre de Michel Fokine–, Petruchka, el Moro y la Bailarina (tres aplaudidas intervenciones bailadas), autómatas vivientes por obra y gracia de la magia del Dr. Drosselmeyer, eficientemente encarnado por Leandro Pérez en todas las funciones.
Dos elementos contribuyen al logro escénico de esta puesta en escena: la claridad de la línea narrativa, al aligerar las pantomimas, y los hermosos figurines del diseñador italiano Guido Fiorato para la escenografía y el vestuario, en especial los del segundo acto.
La audiencia que colmó el aforo de casi tres mil asientos de la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana –en su mayoría la grey infantil–, en las cuatro funciones programadas por el BNC, respondió jubilosamente a la pericia técnica del elenco, especialmente de los solistas y los nuevos talentos, en los que se destacó el desarrollo positivo en cuanto al entendimiento de los estilos.
Merecen menciones destacadas, los desempeños de los primeros bailarines Yanela Piñera y Dani Hernández, debutantes en los protagonistas (brillantes entregas fueron las de consagradas como Viengsay Valdés, Sadaise Arencibia y Anette González).
Igualmente, los bailarines principales Gretel Morejón, Annie Ruiz (ambas alternaron en Clara), Osiel Gounod (la revelación masculina durante la reciente gira por los Estados Unidos), Yanier Gómez, y los más jóvenes del cuerpo de ballet, Arián Molina y Víctor Estévez (laureado en varios concursos europeos).
Quizás es en el plano interpretativo donde habría que enfocar la exigencia futura, con más fogueo y orientación acertada de sus regisseurs o ensayadores. Es cierto también que, el cuerpo de baile, el femenino en mayor medida, estuvo correcto y homogéneo en sus alineaciones, coordinaciones y tempos musicales; algunas veces con momentos efectistas brillantes premiados por el público merecidamente.
La hermosa partitura de Tchaikovski puede considerarse un elemento protagonista en esta pieza, más allá de un mero acompañamiento musical. Su difícil escritura para los instrumentos solistas fue bien concertada con pulso firme por la batuta del maestro Giovani Duarte, aunque algunas cacofonías emergentes del foso, por parte de una mini-coral y de algún viento-metal, empañaron la entrega total. Pero es meritorio destacar la brillante interpretación solista de una joven arpista recién diplomada, nueva integrante de la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro.
Aunque breves en escena los roles de Petruchka, el Moro y la Bailarina, entran en la categoría de excelentes desempeños en cada una de las funciones, dignos de mencionar sus nombres .. ¿?,,, por lo técnicamente logrado y las interpretaciones de los mismos . Siempre se enuncian los detalles para los protagónicos , sería bueno que mencionase también los nombres de estos ejecutantes, talentosos y virtuosos , y ya no se les puede decir que prometen ya que demostraron EVIDENTEMENTE la calidad que tienen .
Nota aparte , la función del domingo no me impresionó ni la reina y ni el príncipe de las nieves , qué sucede con las figuras que estan ya categorizadas y pleno apogeo y desarrollo que pueden desempeñarse con superior calidad por su ya probada experiencia. Hubiera sido un feliz momento para mostrar sus talentos. Respetar como DEBE SER la categoría de cada bailarín(a) que asuma con la calidad el rol que le corresponda, por supuesto, y los hay, pero no estuvieron quedamos con deseos , lo lógico es crecer como corresponde de poco a poco están metiendo buenas “palancas” ..obvio
Lamentable