Las jóvenes generaciones de bailarines que integran el cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba, en esta ocasión beneficiados por la larga gira desempeñada exitosamente en la península ibérica por el grupo más experimentado, se han visto enfrentados a dos creaciones con características estéticas antitéticas, con respecto al repertorio clásico de este conjunto, y de esta novedosa experiencia salieron airosos.
Si bien no son piezas de especial trascendencia, el más importante aporte observado en sendas miniaturas coreográficas, tanto en “Siéntate”, de la joven noruega Cina Espejord, como en “Aires de tradición”, por el nacional Eduardo Blanco, fue el descubrir los talentos más prometedores de la compañía: hermosas líneas, pies arqueados soberbios (empeines poco frecuentes) y esbeltas figuras. En cambio, todavía está por pulir la entrega técnica impecable y por alcanzar la madurez en las interpretaciones.
La reciente decisión del admirado primer bailarín Alejandro Virelles de abandonar las huestes de Alicia Alonso, y permanecer en Europa “en busca de nuevos horizontes artísticos”, según parece fue lo comunicado personalmente a la dirección del BNC antes de su retorno a la isla, ha impulsado la promoción acelerada del elegante bailarín principal Camilo Ramos, quien tuvo que asumir las responsabilidades urgentes de acompañar a las estelares Viengsay Valdés y Sadaise Arencibia, en una reciente gira relámpago por la ciudad canadiense de Hamilton.
No obstante, en estas funciones ofrecidas en el Gran Teatro de La Habana, se pudo advertir entre los juveniles dos o tres con las dotadas condiciones físicas de Virelles (como una verdad de Perogrullo, “nadie es indispensable”).
En cuanto a la obra de la invitada noruega, Cina Espejord, “Sientáte”, con el soporte musical de su compatriota Urban Tunélls Klezmerband y asistida por la ballet mistress María Elena Llorente, poco se puede decir de sus reflexiones conceptuales, ya que entre saltos y giros de las cinco parejas, la pieza concluye en un abrir y cerrar de ojos (la respuesta del público fue muy discreta). En cambio, justifica el título con el manido empleo de unas sillas de madera, o taburetes, manipulados por los bailarines con una fusión ecléctica de gestualidad y pasos, con el riesgo de echar mano al “contact”, o a los modelos de sus pares escandinavos y hasta de la “danse d´école”.
La otra pieza –también como parte de un programa de concierto–, “Aires de tradición” embarca a Blanco en busca de sus “tradiciones culturales”, a partir de las raíces afro-ibéricas que afloran en la idiosincrasia del cubano: sus movimientos muestran evidencia de su sensualidad casi erótica, apoyados por una rítmica percusiva envolvente, para dar lugar a una apasionada entrega interpretativa de la única mujer seductora de nueve guapos bailarines.
Sin duda, esta obra surge como vehículo y vitrina para la garbosa Irene Rodríguez (exprimera bailarina del Ballet Español de Cuba), una excepcional intérprete cubana de la danzas españolas y del flamenco. En esta pieza se muestra ataviada con un amplio y flamígero vestido y zapatos negros de tacones, rodeada de una servidumbre de muchachos con espléndidos torsos desnudos, que se desdoblan como percusionistas al ejecutar sobre barriles de vino la polirritmia de las danzas llamadas “afrocubanas”, como la rumba de los ambientes urbanos de la capital.
Blanco resuelve sagazmente los desplazamientos de la bailarina y su agresividad pasional con sus contrapartes masculinas, aunque su montaje es de gran sencillez y cae en la trampa del déja-vu, al buscar la entrada sorpresiva de la bailarina desde el interior de uno de los barriles sobre escena, sobre el cual deslumbra con un virtuoso zapateado flamenco. Al final, las ovaciones de pie del auditorio no se hicieron esperar.