Un clásico indiscutible que en esta temporada del American Ballet Theatre (ABT), como casi todos los años, subió al escenario del Metropolitan, sirvió para despedir a uno de sus grandes bailarines: José Manuel Carreño. Kevin McKenzie, director artístico del ABT, optó por “El lago de los cisnes” para honrar a este bailarín que durante 16 años trabajó en la compañía.
Desde el estreno de “Black Swan”–cinta fílmica de Aron Aronofsky, sobre una bailarina totalmente esquizofrénica–, tanto el ABT como las compañías de ballet que incluyen “El Lago de los Cines” en su repertorio y que lo han presentado recientemente, han aumentado enormemente la venta de entradas al espectáculo.
Este maravilloso ballet, tercero y último compuesto por el binomio Petipa-Tchaikowski (1895) –para el que Lev Ivanov creó las dos inmejorables escenas del lago–. siempre considerado el más taquillero de los antiguos clásicos, ahora llena el teatro en su capacidad total. Sucede que un nuevo público, impresionado por el “suspenso psico-sexual” que caracterizó la cinta fílmica, continúa ansioso por aprender más de la maquiavélica ave oscura de la película.
De estos inesperados aumentos en las entradas, podrían dar fe las dos compañías que aparecen en el Lincoln Center de Nueva York regularmente: New York City Ballet (NYCB) y ABT. EL NYCB ya anuncia, en grandes cartelones de la plaza, que su “Lago”, original de Peter Martins (que antes nunca recibió buenas críticas) aparecerá en escena nuevamente el próximo otoño.
En “El Lago de los Cisnes” que Kevin McKenzie, arregló para la compañía en 2000, la historia no se desvía mucho de la original de Begichev y Geltser. La variante mayor es que en vez de los cuatro actos originales, ahora solo hay dos. Para quienes desconocen la obra, el nuevo comienzo de McKenzie ayuda a entender mejor lo que continúa: La bella princesa Odette es transformada en cisne por el mago Von Rothbarth, maléfico personaje, quien luego asiste a la fiesta del príncipe Sigfrido en el Palacio, convertido en una atractiva figura masculina.
Allí llega acompañado de su hija Odile, el malvado Cisne Negro, quien seduce a Sigfrido, y por consecuencia, éste rompe su juramento de amor eterno a Odette, el trágico Cisne Blanco. Por lo demás, las danzas varían, pero mantienen su estilo original; otras muy interesantes han sido añadidas, para beneficio del resultado total.
En el final de la obra, McKenzie opta por la destrucción física de Odette y Sigfrido, precipitando ambos a su muerte desde un alto risco. La pareja después aparece en una enorme luna, unidos para siempre en el más allá; a la orilla del lago ha quedado la corte de cisnes, postrada sobre el suelo, desapareciendo entre la profusa humareda.
Para despedir al admirado José Manuel Carreño (Totó para sus amigos) de sus labores en la compañía como figura principal, se escogió esta obra, que además de ser la favorita del público, también lo es del bailarín. Esta actuación fue compartida por dos bailarinas principales del ABT, que doblaron al personaje central: Julie Kent, fue Odette, el cisne blanco, y Gillian Murphy, asumió el rol del afamado cisne negro.
Un solo adjetivo viene a la mente para describir lo que sucedió en el enorme Met, la noche del 30 de junio: ¡sorprendente! La capacidad de asientos estaba completa, por más que hay que añadir los espacios dedicados a “standing room”, que también parecían completos.
Sobre la interpretación de los bailarines, hay mucho que decir. Carreño fue sin duda alguna, el héroe de la noche. Todos las variaciones bailables del príncipe Sigfrido fueron hechas con total maestría y dominio. No hubo sorpresas pero sí admirable corrección, especialmente en sus rápidos giros, que terminarían suaves, como si fueran de seda. Sus grandes brincos alrededor de la escena, una y otra vez, atraían gritos estentóreos de aprobación del público (si, es verdad que había infinidad de cubanos, pero el público en general, había ido a ver “circo”, o lo que se pareciera a ello, y no estaba dispuesto a quedarse en silencio si se les daba lo que esperaba). El bailarín tampoco escatimó “assembés” dobles, que terminaría en perfecta quinta posición cerrada.
No obstante, las actuaciones dramáticas de Carreño, a través de los años en que ha sido figura constante de la escena neoyorquina, se han caracterizado siempre por la espectacularidad de su técnica, por más que sus facciones poco anuncian. Su cara es más bien una página en blanco, atractiva, no hay duda, pero dice muy poco, o nada.
Julie Kent es lírica, delicada, casi efímera. Odette le viene muy bien, porque el rol demanda más expresión que técnica, si bien los entrechats que finalizan su variación sola, lograría terminarlos sin problemas. Esta Odette no escatimó sentimiento… eso le sobraba. Su desesperación por el fatal destino que la esperaba, parecía real y sincera. En pocas palabras, su vulnerabilidad partía el alma.
No obstante, siempre hay un pero: ¿por qué Kent hizo su primera aparición en la escena antes de tiempo? La entrada de Odette siempre es anunciada por unos cuantos acordes fuertes de la orquesta, pero antes que esto sucediera, Kent apareció, a un lado de la escena, antes de que Carreño se marchara, cuando se asusta por la aparición lejana que veía acercarse, de un ser humano con plumas. Serían nervios o emoción…
Gillian Murphy, como el malvado Cisne Negro, dio todo lo que se esperaba de ella: fiereza, rapidez, y esas vueltas maravillosas (tres y cuatro giros en medio de fouettes dobles), que hicieron rugir al público con extrema satisfacción.
David Hallberg, como el “humano” Von Rothbart, fue una revelación. He visto a Marcelo Gomes varias veces en ese rol, que le ha ganado mis mejores comentarios; esta vez fue Hallberg quien revistió el personaje de una maldad impresionante, con datos y movimientos que lo coronan como un gran actor dramático, además del gran clasicista que es.
Otra sorpresa fue la inclusión de Joaquín De Luz en el programa como Benno, amigo del príncipe. De Luz, bailarín principal del NYCB, fue invitado por Carreño a participar en el programa final de su carrera, y el joven madrileño aceptó, bailando un trìo con la encantadora Sarah Lane, y Yuriko Kajiya.
Las cuatro princesas aspirantes a la mano de Sigfrido, a cargo de Misty Copeland, Luciana París, Renata Pavam e Isabella Boylston, resaltan sus respetivos roles con las características apropiadas. No puedo olvidar a Susan Jaffe como una imponente joven y bella Reina Madre. Igual que a la traviesa pareja de napolitanos, a cargo de Craig Salstein y Joseph Phillips. Y ¿qué decir de la magnífica orquesta, bajo la batuta de Ormsby Wilkins? Sólo buenas melodías y apropiados tiempos se escucharon de ella.
La despedida
Las cortinas finales, incontables, dejaron al público presenciar una de las más hermosas y sentidas despedidas que puede ofrecérsele a un artista. Buena clase y elegancia, son las tres palabras que acuden a la mente, gracias a la calidad del ABT. Todos los compañeros, pasados (Julio Bocca, Alessandra Ferri, y otros) y presentes (Paloma Herrera, Xiomara Reyes, Marcelo Gomes, Ethan Steifel, Corey Stearns) de Carreño hicieron su aparición, portando inmensos ramos de flores. De estas hubo montones (incluyendo coronas) aumentadas por las que algunos presentes lanzaban desde la primera fila del lunetario. También la hija del bailarín, y su hija política, aparecieron en la escena, un bello dúo que anudara el enorme abrazo del progenitor. El acto finalizó con el estruendoso lanzador de confetis de brillantes y variados colores, que dio fin a la inolvidable velada.
¿Qué espera próximamente a Carreño en su nuevo camino? De inmediato, una invitación a dar un curso intensivo de ballet para estudiantes adelantados el próximo agosto, que titulará The Carreño Dance Festival, en Sarasota, Florida, según cuenta Valerie Gladstone en Playbill. Magnífico comienzo para otra nueva aventura que, sin duda, será tan larga como exitosa.