Después de un hiato de 10 años, el Real Ballet Danés ha regresado al Lincoln Center de Nueva York, para ofrecer una corta temporada en el Koch Theatre, desplegando un extraordinario elenco, ahora bajo la dirección de Nicolaj Hübbe, conocido y admirado bailarín estrella del New York City Ballet por varios años. Tres programas diferentes subieron a la escena, entre ellos, “The Lesson”, de Fleming Flindt, y “La Sylphide”, antigua joya de Auguste Bournonville, que data de 1836.
Asistir a una función de los daneses, es como visitar una institución muy respetada, que ha sabido preservar intactos sus más preciados tesoros, al mantener con devoción las aplaudidas obras de Bournonville. Aunque el repertorio también contiene novedades, ahora, bajo la dirección de Hübbe, se dice que lo antiguo ha sido “refrescado”, y sin perder su esencia, la compañía parece haber adquirido una modernidad que le viene muy bien.
“The Lesson”, con música de George Delerue y escenografía y vestuario de Bernard Daydé, es una historia macabra (o “demoníaca”), que no obstante, puede aparecer en un mismo programa, junto a una obra clásica por excelencia, y el resultado final es totalmente aceptable. Hecha para la televisión en 1963, “The Lesson” está basada en un trabajo de Ionesco que trata de un profesor de matemáticas, loco, que asesina a sus alumnos con la ayuda de su asistente. Flindt, en 1964, decidió trasladar la historia a un estudio de ballet: el profesor es un maestro de baile, su asistente , una amenazante mujer, y como la alumna, en contraste, aparece una encantadora jovencita, aniñada y de inocente presencia.
Mads Blangstrup, le da al inquietante role del maestro una personalidad característicamente desagradable. La asistente, Mette Bodtcher, quien además provee el acompañamiento de piano a las clases de ballet, es de movimientos duros, casi marciales. Alexandra Lo Sardo, como la candorosa alumna en cuestión, en medio de un ambiente tan tenebroso, proyecta el hechizante rayo de luz que el argumento necesita.
Cuando las aspiraciones de la pequeña bailarina desesperan al profesor, éste, que no necesita un acicate mayor para dislocar su mente, toma a la alumna por el cuello, dejándola inerte sobre la barra de clases. La asistente, sin inmutarse, no tiene remilgos en ayudar al perturbado maestro a desaparecer el cadáver; por último, con gran pasividad, vuelve a ordenar las sillas de la habitación, en espera de la próxima víctima. El tema es muy inquietante si se quiere, pero no se le puede quitar que su novedad despierta el interés de los presentes, por lo que continúa permanentemente en el repertorio de la compañía.
La Sylphide
Con un cambio total de estilo y ambientación, “La Sylphide”, refrescando la sala del teatro, subió a la escena para para presentar esos momentos soleados y bellos, considerados como la “firma” de las obras de Bournonville, concebidas hace más de una centuria.
Este hermoso ballet, considerado el iniciador del estilo romántico-francés, fue originalmente coreografiado por Filippo Taglioni para su hija Maria, en 1932. Cuatro años más tarde, Auguste Bournonville –quien creó su propia escuela de danza (“beats”, o límpidos y múltiples entrelazados de las piernas, y extraordinario “ballon”, o saltos elevados)– produjo su propia Sílfide, única obra trágica del conocido maestro, que lleva música de Herman S. Lovenskjold, y escenografía y vestuario de Bernard Daydé.
La historia, contada en pocas palabras, trata del joven escocés James, Ulrik Birkkjaer, quien en vísperas de su boda con Effy, Camilla Ruelykke Holst, se ve dividido entre el mundo que conoce, y sus sueños de un mundo tentador y diferente, a la vez que peligroso. Allí reside una hermosa Sílfide, Gudrun Bojessen, quien lo persigue y lo lleva al entorno irreal que ella habita, junto a su corte de sílfides, el cual James ha vislumbrado en sus alucinaciones. La bruja Madge, quien en venganza por haber sido maltratada por el joven, causa la destrucción final de sus sueños y su vida, no pudo tener mejor intérprete que Sorella Englund, legendaria figura del ballet danés. Esta mujer, de pequeña estatura, puede ser apabullante a la vez que muy creíble, por la fortaleza interpretativa con que aborda el papel.
Birkkjaer es alto y buen mozo, si bien por encima de todos sus atractivos físicos, hay que mencionar el dominio con que despliega la difícil técnica del eterno maestro (saltos que asombran por su elevación, y límpidos y múltiples “entrechats”). La sílfide de Bojessen seduce desde el momento que la cortina se descorre, y aparece en escena sentada en el suelo junto a James, quien duerme pasivamente. Su estilo alado la convierte en una hechizante visión, y lo mismo puede decirse del magistral coro de Sílfides que forma su corte.
En el triste final, la Sílfide –que pierde sus alas y muere cuando James trata de poseerla, enredándola en el velo envenenado que la bruja le diera–, es trasladada por sus compañeras a otro mundo, sobre una hermosa nube que cruza la escena en lo alto, de un lado a otro. Con esta hermosa visión termina una noche fascinante de ballet, que tuvo un magnífico acompañamiento musical bajo la batuta de Henrik Vagn Christensen.