Después de una larga ausencia del repertorio del American Ballet Theatre (ABT), “Coppelia”, ballet en tres actos, original de Arthur Saint-Leon, sobre las agradables melodías de Leo Delibes –que data de 1870–, fue desempolvado y traído a las tablas del Met, para celebrar los 20 años de Paloma Herrera en el elenco de la compañía. El rol de Swanilda correspondió a la conocida bailarina argentina, quien llevó de compañero a Ángel Corella, asumiendo el rol de Franz.
La versión que el ABT ofrece se debe a Frederic Franklin, antiguo miembro del Ballet Russe de Montecarlo, quien la basa sobre la que Nicholas Sergeyev trajo consigo a Londres en 1919, huyendo de la revolución bolchevique que conmovió a Rusia –y al mundo entero–, durante 70 años.
La presencia de Corella acompañando a Herrera en su merecido homenaje, volvió a ser motivo de alegría para sus admiradores. La asociación artística de estos dos bailarines data de la década de los ’90, cuando comenzaban a destacarse como “niños prodigios” de la danza. Las carreras de ambos han continuado casi paralelas, y es justo añadir que se complementan maravillosamente bien en la escena.
Sobre Coppelia
La coreografía original de “Coppelia” ha sufrido múltiples alteraciones a través de los años, por más que todas las versiones, pasadas y presentes, mantienen su estilo alegre y post-romántico. El propio Balanchine, ayudado por la inolvidable Alexandra Danilova, montaría la obra para el New York City Ballet (NYCB), tratando de seguir fielmente “los recuerdos que conservaban del montaje que aparecía en el repertorio del Ballet Imperial de San Petersburgo”. A Danilova le correspondió también el título de ser una de las mejores Swanildas de la historia.
El argumento es cómico, si bien no le faltan complicaciones: Dr. Coppelius, un excéntrico médico del pueblo, mantiene una muñeca llamada Coppelia, sentada en el balcón de su laboratorio o taller. La belleza de la muñeca atrae la atención de Swanilda, y muy especialmente del casquivano Franz; este último la cree humana, y le envía besos a distancia. La curiosidad de Franz lo lleva a entrar en los secretos predios del taller de Coppelius; una vez allí, es sorprendido por el anciano, quien lo invita a tomar con él, pero el vaso del joven contiene una poción que lo hace dormir profundamente.
Swanilda, a quien Franz también enamora, ha presenciado cuando el joven intentaba atraer la atención de la chica del balcón, y llena de celos y de gran curiosidad, decide entrar también a investigar el recinto del viejo doctor, con un grupo de amigas. Allí, para gran sorpresa de todas, encuentran un taller lleno de muñecos de cuerda, además de la bella Coppelia, en el balcón.
El juvenil grupo es pronto sorprendido por el viejo Coppelius, y para tratar de huir de su furia, Swanilda se esconde en el balcón, donde puede comprobar que Coppelia no es más que una muñeca. Jugándole una cruel travesura al viejo doctor, viste la ropa de la muñeca y le hace creer que su adorado juguete ha adquirido vida humana, cuando ejecuta dos bellas danzas para él. Como final de la aventura, Swanilda destroza la muñeca, despierta al tontuelo Franz, y todos escapan del taller rápidamente. El viejo Coppelius queda desolado al ver roto su preciado tesoro; no obstante, la vida continúa alegre en la plaza, donde se suceden plétora de danzas por parte de los residentes.
Noche de gala
El completo reparto de esa noche merece frases de halago. De la Swanilda de la homenajeada, solo pueden escribirse magníficos reportes. Las seguras puntas, y extraordinarios balances de Herrera, son sin duda su mayor tesoro. En la noche en cuestión, mantuvo sin titubeos estos últimos, una y otra vez. No obstante, como contraste, hay también en ella rápidos momentos de bravura, igual que de suavidad, fluidez y delicadeza en los movimientos, aunque una de sus características principales es que su rostro siempre parece impasible. Un poco más de sentimiento y expresión en sus facciones, cuando la obra lo merecen, mejorarían enormemente su posición de gran bailarina.
Entre las dotes sobresalientes de Corella, hay que citar una vez más sus magníficos saltos (especialmente los “split” jetés, que están ahora muy de moda), así como los giros rápidos que pueden terminar con suavidad, igual que con electrizante velocidad; por otra parte, el joven madrileño, además de ser muy atractivo, muestra siempre una amplia sonrisa que ilumina sus facciones, y le gana simpatías apenas pisa la escena. Aquí viene bien hacer la pregunta que pulula entre sus admiradores: ¿continuará siendo constante su presencia en el mundo de la danza neoyorquina, o será esporádica, como ha sucedido este año? Todos esperan y desean lo primero.
En el último acto, además de el importante Pas de Deux que le da culminación a los amoríos de la pareja central, se bailan Czardas, una Mazurka, y dos variaciones, por la Aurora –de Stella Abrera–, y la Plegaria –de Maria Riccetto– respectivamente, que cierran el ballet con paz y belleza. Hasta el díscolo Dr. Coppelius, a cargo del magnífico Victor Barbee, hace las paces con todos, incluyéndose a sí mismo. David LaMarche, al frente de la orquesta, dirigió las deliciosas melodías de Delibes de la mejor forma.
La fiesta en celebración de los 20 años de Paloma Herrera como parte del elenco del ABT, sucedería al final de la función, trayendo a escena a todos sus compañeros, así como al director de la compañía, Kevin McKenzie, portador de un enorme ramo de flores para la homenajeada. También su maestra, Irina Kolpakova, tendría más flores que entregar. Los aplausos continuaron tan estruendosos, que Corella sentó a Herrera sobre su hombro, y la trajo al frente del proscenio, para que recibiera más de cerca la admiración del público. Por último, dos ruidosos estallidos, a ambos lados de la boca del escenario, tiraron al aire infinidad de enormes confetis de brillantes colores, con los que terminaría lo noche y el homenaje del ABT a su estupenda primera bailarina.
Es un placer siempre leer las críticas de Célida P. Villalón, tan versada en la materia y tan amena en su estilo de contar y de ilustrar.