Ballet del Estado de Baviera

Una versión ejemplar

“La sílfide” que acaba de estrenarse en Múnich es la de Filippo Taglioni y Jean-Madeleine Schneitzhoeffer reconstruida por Pierre Lacotte. La compañía dirigida por Laurent Hilaire presentó un minucioso trabajo de puesta en escena y realización coreográfica.

Deja un comentario Por () | 01/12/2024

“La sílfide” tuvo como protagonistas a Jakob Feyferlik y a Ksenia Shevtsova. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

“La sílfide” tuvo como protagonistas a Jakob Feyferlik y a Ksenia Shevtsova. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

Con las primeras nieves del otoño ha llegado a Múnich “La sílfide”, una pieza que puede ser considerada como la obra fundacional del ballet clásico-romántico. Fue el primer ballet bailado íntegramente sobre puntas y el primero que incluyó un acto blanco completo, con la consiguiente consagración del tutú del mismo color. De “La sílfide” existen dos versiones. La original, con coreografía de Filippo Taglioni y música de Jean-Madeleine Schneitzhoeffer, fue estrenada en París en 1832 y pese a su inmenso éxito y a haber sido una obra que marcó el camino del ballet clásico, dejó paulatinamente de representarse. Desaparecida de los escenarios durante aproximadamente un siglo, fue reconstruida en 1972 por Pierre Lacotte, quien para su labor se basó en testimonios gráficos, literarios y musicales que daban fe del ballet original de Taglioni. La segunda versión es la de Antoine Bournonville, con música de Herman Severin Løvenskiold, creada en Copenhague en 1836 y que desde entonces sigue en el repertorio del Ballet Real Danés y que ha sido adoptada por otras compañías.

“La sílfide” que acaba de ser estrenada en Múnich es la de Taglioni y Schneitzhoeffer reconstruida por Lacotte, con el añadido de un número musical compuesto por Ludwig Wilhelm Maurer. En realidad, más que de un estreno se trata de un regreso tras una muy larga ausencia, pues a partir de 1840 “La sílfide” de Taglioni fue representada en la Ópera de Baviera durante más de dos décadas. La reconstrucción de Pierre Lacote forma parte del repertorio de la Ópera de París, teatro del que fue danseur etoile el actual director del Ballet del Estado de Baviera, Laurent Hilaire.

El italiano Robin Strona da vida a la bruja Madge. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

El italiano Robin Strona da vida a la bruja Madge. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

Lo primero que se advierte en esta nueva producción es la pulcritud y la seriedad con la que ha sido abordada. Llama la atención el minucioso trabajo de puesta en escena y realización coreográfica, llevado a cabo por Anne Salmon y el propio Laurent Hilaire, sin duda muy bien secundados por los maestros de la compañía. Evidentemente se ha puesto gran empeño en reproducir el estilo de danza de tiempos de Taglioni, manteniendo, en la medida de lo posible, su pureza y sus características propias. De este modo se advierte una consciente renuncia a alardes virtuosísticos superfluos, incluso limitando parte de las posibilidades técnicas de los bailarines actuales, bastante mayores que la de sus antecesores de hace casi dos siglos.

También es evidente la enorme atención con la que se han tratado los pormenores no sólo coreográficos, sino también escénicos, característicos del lenguaje romántico. Muy loable es el relativamente alto grado de tensión dramática que se logra, sobre todo, en el primer acto, algo sorpendente dadas las características de la acción. El único punto débil es la luminotecnia en el segundo acto. El fondo resulta demasiado claro, lo que tiene dos consecuencias negativas: la pérdida del ambiente sobrenatural que le es propio y la falta de contraste entre los tutús blancos y el decorado. A ello se añade una iluminación demasiado dura que cae inmisericorde sobre los solistas y el cuerpo de baile. Es una pena, pues tanto la danza como los hermosos efectos escénicos pierden gran parte de la magia que en una pieza como ésta debería ser inexcusable. Así, por ejemplo, en el vuelo de las sílfides los cables de los que cuelgan son escandalosamente visibles debido a la errónea iluminación.

En el plano coreográfico lo más llamativo es la cohesión, la precisión y la homogeneidad del cuerpo de baile. Ya el anterior director de la compañía, Igor Zelenski, había elevado su nivel, labor que Laurent Hilaire ha continuado con éxito. Esto es especialmente meritorio si tenemos en cuenta que el Ballet del Estado de Baviera es una compañía formada por bailarines de procedencias muy diversas. En esta Sílfide se puede admirar un cuerpo de baile disciplinado, perfectamente sincronizado, con alto nivel técnico, dominio estilístico y mucho donaire.

Toda la obra gira entorno a la figura protagonista, la Sílfide, sobre quien recae el peso de la representación de modo mucho más intenso de lo que es habitual. Su intérprete, Ksenia Shevtsova, formada en la Academia Vaganova de San Petersburgo, luce una gran  musicalidad que se concreta en una excelente línea de danza. Sus movimientos fluyen melódicos, limpiamente fraseados, sin aristas. A ello contribuye un blando y siempre bien redondeado port de bras, típico de la escuela petersburguesa. La danza de Shvetsova es, por decirlo de algún modo, bel canto coreográfico, adecuadamente romántico en su gestualidad. Sus giros, sobre ejes perfectamente centrados, son impecables. Sus puntas bordan pulcramente cada uno de los pasos. Ver a Ksenia Shvetsova bailar este papel es una delicia para los ojos.

Sin embargo, esta belleza material no logra ocultar un serio déficit expresivo que deja a la figura de la Sílfide convertida en una hermosa forma con muy poco contenido. Aunque no es ésta una pieza dramática, sino claramente lírica, no deja de ser un ballet argumental y por lo tanto con una fuerte vertiente teatral. El personaje protagonista es especialmente complejo: por una parte se trata de un ser numinoso, sobrenatural; por otra, está poseída por una pasión amorosa y una melancolía muy humanas. Reflejar estos aspectos sin renunciar al lirismo romántico es el gran desafío de “La sílfide”. Y es precisamente aquí donde la interpretación de Shvetsova falla claramente. Su Sílfide es superficialmente coqueta, pero nada más. En ningún momento de la función se manifiesta el trabajo intelectual de profundizar en el personaje y darle una configuración concreta, así como tampoco la intensa implicación emocional que esta figura exige de la bailarina. La Sílfide de Ksenia Shvetsova ni refleja ideas ni conmueve. Su interpretación es muy bonita, pero también muy banal y uniforme, incapacaz de emocionar o al menos de tensar un poco el ánimo del espectador: es una experiencia placentera, pero que pasa sin dejar huella.

Ksenia Shevtsova y Jakob Feyferlik. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

Ksenia Shevtsova y Jakob Feyferlik. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

Muy diferente es la actuación del austríaco Jakob Feyferlik en el papel de James. Siguiendo los usos del ballet romántico, que hace del varón sobre todo un acompañante subordinado a la estrella femenina, la reconstrucción de Pierre Lacotte ofrece a James sólo discretas ocasiones de lucimiento. Jakob Feyerlik las resuelve más que correctamente y con buen gusto. Pero sobre todo demuestra ser capaz de dar a su personaje el relieve psicológico que echamos de menos en su compañera. James aparece como un personaje psicológicamente desestabilizado por la aparición de la Sílfide, situado en una trágica encrucijada, indeciso, tal vez enloquecido por una alucinación. Jakob Feyferlik logra transmitir todos estos estados de ánimo con una gran economía de medios, sobriamente, sin exageraciones. Su danza es viril y su configuración dramática de James es del todo verosímil y convincente.

La seguna figura femenina, Effie, es encarnada por Carollina Bastos, una bailarina brasileña formada en Múnich. Su interpretación es muy satisfactoria y contiene el justo grado de vivacidad y de romanticismo que exige la figura. El italiano Robin Strona da vida a la bruja Madge con una muy eficaz combinación de truculencia e ironía y demuestra ser un mimo inspirado y con gran comprensión de su papel. También Matteo Dilaghi convence en el papel de Gurn. Una mención especial merece la pareja formada por Margarita Fernandes y Antonio Casalinho. Sin ninguna duda estos bailarines portugueses son dos de las figuras más interesantes del Ballet de Baviera. Su interpretación del paso a dos escocés en el primer acto es un derroche de energía, frescura, gracia y entrega a la danza, y constituye uno de los momentos más logrados de esta velada.

La dirección orquestal del veterano Myron Romanul se adapta perfectamente a las necesidades de la danza y obtiene muy buenos resultados también en el aspecto puramente musical. La partitura de Schneitzhoeffer y Maurer suena muy agradablemente, poniéndose de manifiesto todas sus virtudes melódicas, rítmicas y teatrales. Los diversos afectos y ambientes (fantasía, magia, tensión, alegría, etc.) están muy bien logrados. Sólo en la introducción del segundo acto se advierte una cierta falta de cohesión y una poco afortunada intervención de los metales, defectos solamente puntuales y que son rápidamente corregidos.

El Ballet del Estado de Baviera presentó en Múnich “La Sílfide”. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

El Ballet del Estado de Baviera presentó en Múnich “La Sílfide”. Foto: Katja Lotter. Gentileza Ballet del Estado de Baviera.

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