En el año de su 75 aniversario, New York City Ballet (NYCB) regresó, como lo hace cada temporada al escenario del Opera House del Kennedy Center del 4 al 8 de junio. Y lo hizo con uno de los grandes clásicos de George Balanchine, estrenada por la compañía en 1976: “Jewels”. Una obra abstracta, concebida en tres actos que involucran, a su vez, compositores distintos, y joyas, muy diferentes. “Esmeraldas”, con música de Gabriel Fauré, seguida de “Rubíes”, pieza signada por la partitura irreverente de Igor Stravinsky, y “Diamantes”, en la cual Peter Ilich Tchaikovski pone todo el rigor clásico. Con la Kennedy Center Opera House Orchestra, dirigida por Andrew Litton, la pieza adquirió gran esplendor, apoyada por el vestuario de Karinska y la escenografía de Peter Harvey.
Con energías renovadas, la compañía dirigida por Jonathan Stafford dejó aflorar sus jóvenes talentos. “Esmeraldas” abre este tríptico que solo confirma la maestría y minuciosidad de Balanchine para crear cada una de las secuencias de este ballet. Indiana Woodward cubrió el rol principal que, en la noche del estreno mundial estuvo a cargo de la inolvidable Violette Verdy. Woodward posee un encanto natural y, junto a su partenaire, Tyler Angle, logró encontrar una interpretación acertada y prolija. Ambos dieron fluidez y armonía a esta pieza que se caracteriza por su especial romanticismo.
Emilie Gerrity, con sorprendentes solos, en el pas de deux tuvo como compañero a Alec Knight, mientras que la variación del trío estuvo a cargo de Baily Jones, KJ TTakahashi y Alexa Maxwell. Frescos y ligeros.
En “Rubíes”, la música de “Capriccio” de Stravinsky cobra protagonismo en sí misma y la competencia con los bailarines es feroz. Esta vez, Mira Nadon asumió el desafío como la segunda bailarina. Sexy, seductora y precisa, se destacó del reparto con sus arabesques y su port de bras.
Megan Fairchild, que ha bailado esta obra durante largo tiempo, manejó con sutileza y oficio su rol principal. Más allá de su compañero, Anthony Huxley, a quien aún le falta ese espíritu desenfadado y chispeante que solía ponerle Gonzalo García hace ya varios años. Sus saltos, sus giros y su velocidad son impecables, pero con eso no alcanza para afrontar ese papel desafiante y hasta traicionero para cualquier bailarín. Huxley todavía está adherido a la coreografía y no deja aflorar al artista.
La tercera obra de este tríptico, que llega después de la explosión musical y coreográfica de “Rubíes”, pone en juego, con Tchaikovsky, la pureza clásica de la Rusia imperial. Sara Mearns, en el rol que asumió Suzanne Farrel la primera vez que se presentó “Diamantes”, y Chun Wai Chan fueron los protagonistas. Mearns es una bailarina expresiva, intensa, que escapa a la interpretación distante que generalmente adopta este ballet. En el pas de deux, Mearns hizo una bella interpretación, con solidez y magnífica línea.
Una presentación que hizo merecido homenaje a sus fundadores, George Balanchine y Lincoln Kirstein, quienes se arriesgaron a lanzar esta magnífica compañía, construida a lo largo de estos años por emblemáticos bailarines.