“Lago de los cisnes” es, sin duda, uno de los clásicos a los que siempre se vuelve. Un acabado de la vida y sus contradicciones. Un ballet conmovedor que despierta todos los sentidos y se inserta en el alma.
La versión de Kevin McKenzie -sobre la de Marius Petipa y Lev Ivanov de 1895, estrenada en San Petersburgo- de este clásico en dos actos y dos escenas, que el American Ballet Theatre (ABT) trajo al Opera House del Kennedy Center de Washington DC desde el 21 al 25 de febrero, reúne todos los elementos necesarios para ser una de esas piezas insoslayables de la compañía. Un cuerpo de baile sólido y entusiasta, solistas impecables y comprometidos con cada rol, y protagonistas de alto nivel y sensibilidad integran esta ecuación cuyo resultado es una obra de gran intensidad y belleza.
Si bien hay una diversidad de versiones de este clásico, la de McKenzie, cuyo estreno mundial fue en el Metropolitan Opera House en 2000 con Susan Jaffe y José Manuel Carreño, narra en su prólogo la forma en que Odette fue capturada por el malvado hechicero von Rothbart quien, en su intento por obtener el amor de la princesa, la embruja y la convierte en un cisne que queda atrapado en sus dominios. La función de apertura, protagonizada por Isabella Boylston como Odette/Odile, y por el brasileño Daniel Camargo como Sigfrido, tuvo momentos intensos, que indudablemente se refuerzan con una bella coreografía y la música incomparable de Piotr Illych Tchaikowsky.
Boylston y Camargo hicieron un muy buen trabajo, con momentos conmovedores y de alto nivel técnico. No obstante, la profunda emoción que genera el pas de deux del acto blanco estuvo ausente. También estuvo ausente ese refinamiento y perfección en el suave braceo del cisne de Boylston.
Camargo interpretó un tibio Sigfrido, ajustado a las exigencias técnicas de una coreografía compleja. Preciso, a tempo, cuidado, pero sin emoción. Aún en el final del Acto III, cuando descubre la trampa de von Rothbart con el propósito de proteger el hechizo y mantener cautiva a Odette. Allí estaba en juego romper el maleficio a través del amor verdadero. No parecía lo mismo para este Sigfrido encarnado por Camargo.
Un excelente trabajo del cuerpo de baile en el acto blanco donde los cisnes, en la penumbra del lago, salen durante la noche bajo la luz de la luna.
El tercer acto situado en el palacio, durante el gran baile destinado a que Sigfrido encuentre a la princesa para casarse, incluye danzas folclóricas tradicionales como zardas, mazurcas, danzas napolitanas y españolas. Allí aparece von Rothbart, desdoblado aquí en un atractivo y maquiavélico personaje y encarnado por Jose Sebastian, un bailarín con fuerte personalidad y atractiva presencia. Con aire dramático y amenazador llega al palacio para quebrar el pacto de amor entre Sigfrido y Odette. Sebastian realizó una excelente variación y mostró su calidad como bailarín de la compañía.
La clave de este acto es el famoso pas de deux del Cisne Negro, encarnado por Odile, esta suerte de Alter Ego de Odette. Una coreografía que pone a prueba a cualquier bailarina tanto en la destreza técnica como en la interpretación. Boylston cubrió esas expectativas, si bien faltó algo de trabajo actoral sobre un personaje que difiere enormemente de Odette.
El hechizo de Herman Cornejo
El sábado matiné, tuvo como protagonistas de este “Lago…” a Herman Cornejo y a Skylar Brant. Una función cargada de emoción en la que ambos bailarines lograron un ensamble perfecto: técnica excelente, comprensión particular del drama de los personajes, emoción, sensibilidad y talento. Algo poco frecuente de encontrar.
Cornejo parece dibujar la música en el aire. Sus giros, sus saltos, silenciosos y perfectos, hablan de un bailarín con cualidades especiales. Excelente como partenaire, junto a Brant lograron un pas de deux conmovedor en el acto blanco. Brant con un port de bras magnífico, sutiles movimientos de cabeza, no hizo otra cosa más que asemejarse a un cisne en busca de su libertad a través del amor verdadero.
Fue en el tercer acto donde se lanzó con fouettes dobles que hicieron bramar a la platea. Allí su Odile fue la encarnación del mal, dispuesta a engañar a ese Sigfrido casi inocente y consternado. Cornejo y Brant, volvieron a deslumbrar en un acto en el que sí se advirtieron las diferencias entre ambos cisnes que, de alguna forma, representan la lucha entre las fuerzas del bien y del mal. Una función memorable que permitió observar el talento de varios solistas y cuerpo de baile.
Jake Roxander, como Benno, el amigo del príncipe se destacó con su actuación, con su personalidad entusiasta y su ajustada técnica. Su personaje fue sencillamente brillante al igual que el von Rothbart que compuso Andrii Ishchuk, cuya precisión en los saltos y en su variación fue impecable, al tiempo que puso un toque de humor displicente y malvado.
Una trama sumamente atrapante, elementos mágicos poderosos, dilemas morales y psicológicos, un gran despliegue escenográfico, danza pura, y belleza absoluta componen este “Lago de los cisnes” del American Ballet Theater.