“Trata de recordar tu primer amor verdadero”, dijo Christian, un joven artista en apuros que llega a París en busca de su destino. Con su mirada despojada y su aún transparente candidez abre las puertas del túnel del tiempo para llegar al exuberante estallido de color, de bailes y de música de “Moulin Rouge, el musical”.
Con decorados deslumbrantes y arrolladores, luces de neón, pirotecnia y un elenco que estalla de energía, el musical llegó al escenario del Ópera House del Kennedy Center y permanecerá en cartel hasta el 24 de septiembre.
Al entrar al Moulin Rouge, la realidad parece desvanecerse en medio de un mundo caótico y vibrante donde las mezquindades, el amor, la violencia, la pasión y la libertad rompen con todos los parámetros. En ese memorable cabaret parisino, que abrió sus puertas en 1889 y reunió a la bohemia de la época, sobrevivió guerras y bancarrotas, se entrecruzan la realidad y la fantasía.
A través de la historia de amor clandestino entre Christian (John Cardoza) y Satine (Yvette Gonzalez-Nacer), el brillante diamante del Moulin Rouge, surgen caminos paralelos, y los protagonistas transitan al borde del abismo. Mientras Satine se dispone a seducir al Duque de Monroth (Andrew Brewer) -antagonista perfecto, malvado y seductor- para salvar al Moulin Rouge del cierre, su salud se deteriora silenciosamente.
Sin duda, el vínculo amoroso entre Christian y Satine rinde homenaje a una de las grandes heroínas de la literatura, Margarita Gautier, el personaje de “La dama de las camelias”, de Alexander Dumas, llevada a la ópera a través de “La traviata”. El sacrificio de Satine de rechazar a su gran amor, el fantasma de la tuberculosos y la muerte convergen como elementos simbólicos.
Pero el Moulin Rouge no sería verdadero sin incluir el personaje de Toulouse-Lautrec, el creador de los posters originales del cabaré, asiduo concurrente, testimonio de la época. En este musical su figura, interpretada por Nick Rashad Burroughs, cobra un encanto particular que cautiva y emociona. Toulouse-Lautrec es el personaje que pone el toque de realidad, la reflexión y la mirada al París de principios del siglo XX con toda su carga, sus luces y sus sombras.
Los arreglos de Justin Levine dan vida a temas musicales que han quedado grabados para siempre como “I Will Always Love You”, “The Sound of Music”, entre otras, que combinan a la perfección con el libreto de John Logan. La coreografía de Sonya Tayeh es dinámica, seductora, y al mismo tiempo, escapa de los lugares comunes típicos de las coreografías de musicales, especialmente en las escenas grupales. A cada uno de esto elementos se suma la acertada dirección de Alex Timbers, sugerente por momentos, sutil y medida.
Con una asombrosa tecnología, cada una de las escenas dejan boquiabierto al espectador. La escenografía de Derek McLane y la iluminación de Justin Townsend son excepcionales, y resaltan el impresionante y colorido vestuario de Catherine Zuber.
Un elenco ajustado al milímetro, expuesto a la máxima exigencia, con potentes voces y una formación corporal sólida, arma un entramado impecable. Los protagonistas, González-Nacer y Cardoza enfatizan la pureza del alma cuando se trata del amor verdadero. Ambos gestan encuentros conmovedores, en los que sus voces se funden en magníficos dúos casi operísticos. Ambos cubren sus roles con refinamiento y delicadeza. No caen en exageraciones ni en estereotipos.
En “Moulin Rouge! The Musical”, la vida es bella, como no lo es en la realidad. Y vale la pena, al menos por una noche dejarse seducir por ese mundo de fantasía.