Sir Kenneth MacMillan, un minucioso narrador de historias y un mago para delinear personajes complejos, creó “Romeo y Julieta”, con música de Sergei Prokofiev, para una de las parejas memorables en la historia del ballet. En 1965 la pieza, basada en la obra de William Shakespeare, subió a escena en Londres interpretada por el Royal Ballet con Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev en los papeles principales. Veinte años más tarde, el American Ballet Theatre (ABT) incorporó esta obra en su repertorio.
Hoy, en el año de las celebraciones del cincuentenario del Kennedy Center de Washington D.C., la compañía volvió con este clásico del siglo XX. Del 15 al 19 de febrero, con dirección de Susan Jaffe, presentó elencos diferentes en cada una de las siete funciones. Un vestuario suntuoso y una escenografía deslumbrante, ambas de Nicholas Georgiadis, envuelven una historia de amor adolescente, apasionada y trágica. Sin dudas, este ballet lleva el sello indiscutible del coreógrafo: una trama bien narrada y resoluciones coreográficas de una enorme intensidad en las que, a través del movimiento, devela los conflictos internos de los personajes.
Si bien la compañía y el cuerpo de baile cubrió maravillosamente las escenas de esta obra compleja, cada función tuvo su impronta personal. En la noche del estreno, el 15 de febrero, los protagonistas de los roles principales fueron Aran Bell y Devon Teuscher, dos bailarines que lograron captar la esencia de los personajes y mostraron una buena formación. A medida que avanzaba la trama y los conducía al dramático final, ambos fueron dejando aparecer a sus personajes. Teuscher, una bailarina delicada, con gran musicalidad, compuso una Julieta atractiva y fresca en su amor juvenil, con largas extensiones y delicados brazos.
Mercucio (Carlos González) y Benvolio (Joseph Gorak), los amigos de Romeo, lograron cautivar con sus actuaciones desinhibidas, graciosas, y especialmente dramáticas en el momento de la muerte de Mercucio, el nudo crucial de este drama.
Herman Cornejo y su Romeo
El viernes 17, el argentino Herman Cornejo fue Romeo. Un bailarín cuyo magnetismo en escena adquiere dimensiones impredecibles. Temperamental y a su vez impecable en su técnica, Cornejo es de esos bailarines que cuando salta parece que una mano invisible lo sostiene y lo deja caer como si acariciara el suelo. Frasea como su propia respiración, a tempo, mientras se lanza por los aires, gira y se desliza, intrépido y avasallante. Su Romeo es encantador y tierno y, al mismo tiempo, logra tocar el dramatismo necesario para las escenas que van desencadenando el final. Su musicalidad capta el ritmo de una compleja partitura y es allí donde surgen el artista y la magia.
Un excelente partenaire, capaz de contener a su bailarina y sacar lo mejor de ella. Al igual que en las escenas callejeras, especialmente con Luciana Paris, la más dinámica de las tres rameras, Cornejo logra desplegar una energía que se percibe desde la platea.
Un maravilloso y vibrante trío compone con sus amigos Mercucio (Tyler Maloney) y Benvolio (Luis Ribagorda). Los tres, subyugan en todas las escenas por su gracia, su atletismo y su perfección técnica.
Julieta, Cassandra Trenary, una bailarina interesante que va desarrollando su personaje con acierto, es infantil, cristalina y chispeante, hasta que luego su semblante se va transformando.
En ambas funciones, la inefable Susan Jones como la nodriza. Adorable desde el primer momento que aparece en escena, en un rol que compone con su maestría habitual y se queda pegada en el corazón del espectador. Mientras, las imágenes de “Romeo y Julieta” quedan pegadas en la retina y los compases de la música reiteran ese drama de amor que se repite a lo largo de los siglos.