No resulta una tarea sencilla acercarse al dolor de las víctimas del terrorismo desde el mundo del arte y de la danza. Y menos en un territorio con la sensibilidad a flor de piel como el País Vasco. Hace dos años la bailarina y coreógrafa Iratxe Ansa recibió la llamada del ex ministro José Guirao, entonces director de la Fundación Montemadrid, para proponerle una creación en torno a este tema. Premio Nacional de Danza 2020 en la modalidad de interpretación, Ansa, criada en la década de los 80 del pasado siglo en un pueblo muy politizado en medio del conflicto vasco, era consciente de lo fácil que era dar un paso en falso en una cuestión tan delicada. Después de pensárselo mucho, aceptó el encargo y desde su eterna reivindicación del estatus de ciudadana del mundo, optó por un planteamiento más abierto en el que prima la víctima de cualquier tipo de terrorismo, ya tenga raíces en lo político, en lo religioso o en otra circunstancia.
El resultado es la obra “Prisma”, cuyo preestreno tuvo lugar la última semana en el Museo Universidad de Navarra, donde el año pasado estrenaron “CreAcción”, galardonada con dos premios Max de las Artes Escénicas. Iratxe Ansa e Igor Bacovich se habían propuesto elaborar una coreografía luminosa, sugerente y empática, siempre desde el respeto a la memoria de las víctimas, pero abogando por un proceso interior que pueda desembocar en la sanación de las heridas ocasionadas por la sinrazón. Con una duración de ochenta y cinco minutos, la pieza va atravesando las cinco fases del duelo de una víctima: negación, ira, negociación, tristeza y aceptación.
Ejercicio complejo desde el punto de vista emocional, los seis bailarines de Metamorphosis Dance, entre los que sobresale como pilar central la interpretación de Kate Arber, despliegan su sólida técnica contemporánea, requisito imprescindible para el tándem formado por la vasca y el italiano. Tan rigurosos son con su método creativo que son capaces de generar una cantidad de movimiento superlativa y siempre sobre la base de una danza muy física y exigente. Solos, dúos, tríos y escenas corales ofrecen al mismo tiempo tal cantidad de movimientos y de información que a la retina del espectador le cuesta procesarlos. Danza contemporánea pura y dura, sin aditivos ni colorantes.
Otra de las vertientes importantes de cualquier trabajo de Metamorphosis son sus cuidadas escenografía e iluminación. En cuanto a la escenografía firmada conjuntamente por Mariona Ubia, Francesc Bonsfills e Igor Bacovich, cuatro grandes espejos móviles multiusos van delimitando la escena y creando los espacios en los que transcurre “Prisma”. Un curioso juego de espejos, de sombras y de siluetas que sirve tanto para crear la cárcel del silencio en la que se encierra la víctima como para mostrar la actitud pasiva (o no) del público. Si la paleta de colores tiende hacia los tonos grises y negros, dos excepciones marcan los momentos cumbre de la pieza: el rojo de la ira que tiñe la escenografía y el verde del esperanzador renacer en forma de alfombra de hierba. La iluminación de Nicolas Fischtel acentúa el dramatismo de las escenas iniciales mediante el empleo del claroscuro, para dar paso al torrente de luz del deseado ritual de sanación. La música original de Marc Álvarez se da la mano con todos los elementos escénicos y presenta curiosas sorpresas para el oído avezado como la lluvia sirimiri del País Vasco, el sonido del ancestral instrumento de la txalaparta o el ruido de las fábricas del pueblo natal de Ansa, Errenteria.
Justicia y perdón, caos y ensoñación, tristeza y amor, locura y sanación son los binomios que se reflejan en el proceso interior de la víctima, en cuyo homenaje construyen la coreografía Ansa y Bacovich, en todo momento asesorados por expertos en la materia. Aunque ya lo hiciera Edwaard Liang en el paso a dos “Finding Light” (2012) inspirado en la masacre del cine Century 16 de Aurora (Estados Unidos), quizás el aspecto más novedoso de “Prisma” sea su apuesta por la luminosidad: poner luz en la oscuridad de una experiencia altamente traumática. Emoción o conmoción –en función de la cercanía a un acto terrorista-, lo cierto es que la obra no dejó indiferente al público asistente a la función en Pamplona. En cualquier caso, aplauso sentido en el preestreno en el Museo Universidad de Navarra, antesala del estreno oficial en el Teatro Principal de Vitoria-Gasteiz, donde en origen la obra iba a formar parte del programa inaugural del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.