Malpaso, la juvenil compañía de danza contemporánea, se presentó, entre el 4 y el 6 de febrero, en la gran sala del Teatro Nacional de Cuba (su sede habitual ha sido el decimonónico Teatro Martí), con un aforo de tres mil ahora reducido al 50% ante las medidas sanitarias obligadas por la pandemia de la Covid 19. En esta ocasión se lanzó al reto de estrenar una rompedora versión minimalista y posmoderna del archiconocido ballet del gran repertorio, “Cascanueces”. Siempre con la música original de P. I. Tchaikovsky en un meritorio arreglo “digest” de la joven violinista y compositora cubana Jenny Peña, y con coreografía del bailarín y director artístico Osnel Delgado.
En la primera parte del programa, una obra ya paradigmática de la danza contemporánea de los finales del siglo XX, “Tabula Rasa”, del coreógrafo y bailarín israelita Ohad Naharin. Se sumó una intrigante miniatura coreográfica del inmenso coreógrafo sueco Mats Ek, “Woman with water”, como ingreso al repertorio activo del conjunto. Como pieza de apertura el solo masculino “Nana para un insomnio”, creado para Osnel Delgado, con coreografía de la bailarina-fundadora de la agrupación Daile Carrazana, sobre el poderoso soporte musical del malogrado compositor catalán Jordi Sabatés, con dedicatoria in menoriam de esta temporada.
Un equipo, conducido por Fernando Sáez, diseña con cuidadosa estrategia los títulos elegidos para cada temporada y giras internacionales, para evitar arduas elaboraciones intelectuales que permean o cargan las obras que deciden poner a consideración de los numerosos seguidores de este grupo. Es una pauta que siguen otros conjuntos igualmente asociados al Joyce Theatre de Nueva York.
Por supuesto que, de este festín de danza, el plato fuerte a descubrir y degustar es la mencionada versión de “Cascanueces”. Una obra para 10 bailarines de ambos sexos en un acto, con duración de algo más de 40 minutos, en la cual Delgado no se aparta del tema central de la historia familiar, pero elude la narración lineal y se concentra en las definiciones de cada personaje en sus interacciones con los otros en la supuesta fiesta navideña, sin recurrir a la simbología tradicional. La música es ejecutada sobre la escena por una orquesta de cámara ad hoc, conducida con pericia por el maestro Pedro Ortiz. Los diseños de luces y de vestuario son una baza de triunfos debidos a su creador, Guido Gali (asociado al equipo de producción desde sus inicios).
Empero, como se dice en buen cubano: el pollo del arroz con pollo es la coreografía, la cual exhibe una amplia variedad en su vocabulario de pasos, así como unas ingeniosas articulaciones con un desenfadado atletismo posmoderno en las dinámicas corporales, sin miedo a utilizar contaminaciones provenientes de la técnica del ballet, en los port de bras, los sautés, los portées, los tours, los coup de tete y otros. Esta amalgama tiene una coherente estética en la ejecución de los excelentes bailarines del elenco. Por otra parte, la dramaturgia no quedó descuidada. Esta obra fue merecedora con justicia del premio Villanueva 2021, que otorga anualmente un exigente jurado del círculo de la crítica de las Artes Escénicas de la UNEAC (Unión nacional de escritores y artistas de Cuba).
El solo creado por Carrazana para Osnel Delgado (luego compartido por el apolíneo Heriberto Meneses), contó con un “grand concert” piano en escena ejecutado sensiblemente por Carolina Baños. La coreógrafa explota “in extremis” el virtuosismo técnico del notable intérprete que, además, logra comunicar matices interpretativos donde demuestra su madurez artística.
Dos coreógrafos foráneos invitados –gracias al patrocinio de importantes instituciones internacionales–, completaron el cartel con sus creaciones bien avaladas por el público y la crítica europea: “Woman of the Water”, un dúo concebido por el sueco Mats Ek para su excelsa esposa-bailarina-actriz Ana Laguna (aquí su asistente), montado para dos parejas del conjunto, Dunia Acosta con Delgado y Daile Carrazana con Meneses. El hecho de presentarse en este vasto espacio y con la lejanía del público por interposición del gran foso de orquesta, la entrega del drama -encapsulado en 15 minutos- resultó epidérmica.
Por otra parte, la obra coral de Naharin, “Tabula Rasa”, desde su estreno mundial europeo, ha derramado ríos de tinta, más para bien que para mal. Ha sido muy apreciada por las sutilezas refinadas en los planteamientos filosóficos que se empeña en comunicar, danza mediante, apoyado por un grandioso soporte musical minimalista del muy mediático compositor letón Arvo Part, pleno de sutilezas con acentos cósmicos. La producción escénica ha sido muy cuidada e inteligente: luces diseñadas por el propio Naharin y un vestuario pertinente de Eri Nakamura. Una muy agradecida reposición, ovacionada cada noche, que adoleció (como pasó con las otras piezas) del devorador espacio escénico de la Sala Avellaneda.