La compañía cubana de danza Malpaso, una compacta agrupación mixta de bailarines bien entrenados concluyó su primera incursión en el vasto escenario de la grandiosa sala neobarroca Federico García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Para muchos artistas esto sería considerado un gran privilegio -si tenemos a este sitio como el de mayor rango consagratorio-, pero para este veterano observador de las artes escénicas hubiera preferido como locación más ajustada para el formato actual de Malpaso (y de otros conjuntos similares), un espacio teatral donde se produjera la interacción dialógica de los intérpretes con el auditorio, aquí entorpecida por el distanciamiento por el amplio y profundo foso para una orquesta sinfónica.
Como apoyo a nuestra observación, podemos sumar el hecho de la elección del repertorio que conformaba este programa. Los tres títulos, en esta ocasión, se debían a jóvenes creadores con bien ganada reputación mediática en el mundo de la danza contemporánea, especialmente el menos joven, autor de la obra conclusiva del espectáculo. La producción escénica de los mismos no tenía necesidad de una escenografía corpórea; los cambios de sus respectivos ambientes o atmósferas eran conseguidos rápidamente por experimentados diseñadores de luces, teniendo como soporte un ciclorama negro. En el caso del acompañamiento musical para todas las obras, se consiguió el apoyo con excelentes grabaciones en HD.
Como bien señala en el programa de mano Fernando Sáez, director general y co-fundador de este conjunto, la escogencia de “notables” coreutas extranjeros, ha sido “el resultado de colaboraciones que han marcado nuestro destino (…), y nuestra voluntad de diálogo”. Sin embargo, a dos años de una década de existencia, Malpaso prepara una temporada para marzo de 2021 -esta vez de nuevo en el renovado decimonónico teatro Martí-, para seguir su primigenia motivación al ofrecer una “serie de obras de jóvenes coreógrafos cubanos”.
El espectáculo
Sin duda, han ofrecido un espectáculo encomiable por su titánica resiliencia ante las privaciones del ostracismo involuntario de nueve meses, obligado por los protocolos sanitarios a seguir para evitar los contagios de esta pandemia planetaria del nuevo Coronavirus. Esta decena de bailarines, bajo la égida de su colega y compatriota Osmel Delgado, lograron mantenerse en forma física y técnica con un duro trabajo cotidiano, clases y ensayos, a partir de las copias en video enviadas por los autores, en ausencia de su ejecutoria presencial debido al cierre de aeropuertos y la prohibición de los vuelos internacionales y locales.
Pudimos apreciar en ellos el atletismo elegante de los chicos y el retador lirismo de las chicas, para entregar con rigor estético los diversos estilos coreográficos de cada título. Esos variados estilos son inclusivos, evidente por las contaminaciones del vocabulario del movimiento procedente de la danza académica (tal vez guiños a la manera de Twyla Tharp, o de otros en la Judson neoyorkina), que observamos en las tres piezas de autores norteamericanos.
En la primera parte, como apertura disfrutamos los 27 minutos del “Vals Indomable” con coreografía de Aszure Barton, sobre motivadoras músicas de Alexander Balanesco, Michael Nyman y Nils Frahm y diseño de luces por Nicole Pearce. Varias instituciones y fundaciones estadounidenses contribuyeron a la realización de esta obra, co-comisionada por Dance Cleveland y la Cleveland Foundation.
Tras una breve pausa, le siguió “Elemental”, de sólo 24 minutos, para honrar la memoria de Bob Williams, concebida por la coreógrafa Robyn Mineko Williams, sobre un collage musical variado que incluye nueve temas, bajo la supervisión de Robby Haynes. En “Elemental” escuchamos a Tim Rutili en “Zabriskie After Midnight”, pasando por dos danzas para piano del cubano Ernesto Lecuona; un bolero cantado a capela en vivo por el bailarín Manuel Durán, así como un instrumental de Arvo Part. La obra cerró con el famoso “Kitchen Pan” de Robyn Williams (su voz en off). Muy generosamente aplaudida, la pieza contó con el apoyo del Chicago Auditorium, donde fue estrenada, y del Joyce Theater Production.
La segunda parte, como pieza conclusiva única, presentó “Tabula Rasa”. Gratificantes 27 minutos del afamado coreógrafo israelita Ohad Naharin, quien pudo enviar a tiempo dos asistentes, Matan David y Bret Easterling. (Gracias a ellos los bailarines pudieron trabajar el particular vocabulario Gaga creado por Naharin). Con el magnífico soporte musical de Arvo Part y el vestuario diseñado por Eri Nakamura (esposa japonesa de Naharin), beneficiado con las luces del propio coreógrafo. Como los precedentes títulos, la presentación de esta obra fue también posible gracias a The Executive Director´s Fund del Joyce Theater Foundation y de la Jerome Greene Foundation, en honor de Karen Brooks Hopkins.