En la madrugada del 10 de junio dejó de existir uno de los iconos de la cultura artística cubana del siglo XX (y parte del nuevo milenio), la inconmensurable Rosita Fornés a los 97 años, en la ciudad floridana de Miami-donde se encontraba temporalmente junto a su familia-, víctima de un paro respiratorio por complicaciones pulmonares.
Respetando su última voluntad, como expresó su deseo en varias entrevistas recientes, de ser inhumada en Cuba en el panteón familiar Bonavia en la Necrópolis de Colón de La Habana, junto con los restos de su madre y de Armando Bianchi, destacado actor-cantante, y su esposo durante más de 28 años (con el que no tuvo descendencia), su féretro fue trasladado a la capital cubana con familia más cercana en un avión privado y siguiendo todos los protocolos sanitarios exigidos por este período de pandemia.
Rosalía Palet Bonavia, conocida con el famoso nombre artístico de Rosa Fornés, nació en la ciudad de Nueva York el 11 de febrero de 1923, como hija única de un matrimonio de origen español, en aquel momento residiendo en los Estados Unidos de América por asuntos comerciales, aunque vinculados al mundo teatral. Posteriormente, del 1933 al 1936, trasladaron su residencia a Madrid, pero cuando estalló la Guerra Civil en España decidieron viajar a Cuba, con intenciones de fijar residencia permanente en su capital junto con la pequeña Rosalía. Desde muy corta edad, la niña mostraba sus talentos artísticos en ciernes, aupada por un seno familiar donde la música y las artes escénicas era pan cotidiano.
Todavía una adolescente, se presentó en el programa radial La Corte Suprema del Arte, un certamen para descubrir talentos considerado entonces el trampolín más expedito para alcanzar sus objetivos artísticos en un futuro cercano. El 12 de abril de 1938, Rosalia cantó frente a un riguroso jurado establecido por la radioemisora CMQ, patrocinadora de la mencionada emisión, la milonga “La hija de Don Simón”, con la cual triunfó. Desde entonces, en vertiginoso ritmo, se desencadenó una serie de sucesos artísticos relevantes, donde (siempre bajo la custodia celosa de su padre) exhibía sus excepcionales dotes como cantante, actriz dramática, bailarina de salón y comediante, con los cuales consiguió un desempeño integral, para sorpresa de todos si se tiene en cuenta la precoz seriedad profesional en su etapa juvenil para llegar a ser una vedette (con los valores añadidos, que no eran pocos, de sus espléndidos atributos de belleza física, que supo administrarlos con inteligencia, como un medio y no un fin).
La artista
Se transformó en una artista “todo terreno”, con glamur y rigor escénico en una diversidad de géneros creativos: la zarzuela y la ópera; la revista de variedades y la comedia musical; el mambo y el bolero; el tango y la balada pop. Tampoco los medios de comunicación le fueron ajenos: el teatro, la radio, la televisión y el cine (en cada uno alcanzó las mejores críticas). Como una artista perfeccionista (exigente con los colegas que compartían sus espacios), había considerado el estudio, el ensayo previo, la responsabilidad laboral, como herramientas imprescindibles para obtener gloriosos resultados.
La Fornés triunfó en México y los Estados Unidos; y en otros países de Latinoamérica, el Caribe y Europa donde supieron calibrar justamente su valía. Con ella no se ajustaba la referencia bíblica “nadie es profeta en su tierra” porque en su isla siempre el gran público le demostró su extrema simpatía, hasta en sus últimas presentaciones públicas (durante una gira nacional intensiva por todo el país hubo desbordamiento popular en casi todos los espacios). En somero repaso por su intensa carrera, permite señalar su debut cinematográfico en el largometraje “Una aventura peligrosa” (1939) dirigida por el mexicano Ramón Peón, y en 1940 llega a la zarzuela con el título “El asombro de Damasco”, en la escena del Teatro La Comedia, con éxito delirante.
Durante una larga temporada en tierras mexicanas, en 1947, se casó en primeras nupcias con el actor y empresario mexicano Manuel Medel, con el que concibe a su única hija, Rosa María. Allí fundaron la Compañía de Teatro Lírico Medel-Fornés, con la cual se ganaron los favores del público aficionado del vecino país. Empero en febrero de 1952, ocurrió la crisis matrimonial y decidió retornar a Cuba, donde la naciente televisión le otorgó un digno espacio: en un programa de gran teleaudiencia, El Gran Teatro Esso (bajo el ambicioso patrocinio de dicho consorcio petrolero de los Estados Unidos), que transmitía semanalmente le empresa de los Mestre, CMQ-TV, con la opereta “La casta Susana”, bajo la conducción musical del eminente compositor Gonzalo Roig. En esas faenas conoció al su “adorado” segundo esposo durante 28 años, el malogrado actor-cantante Armando Bianchi, hasta su muerte accidental.
El cine y la TV
Participó en múltiples programas estelares de televisión y teatrales, algunas revistas de variedades (fue figura central del afamado cabaré Tropicana), y en numerosos festivales líricos locales y foráneos. Giraba entonces por España cuando conoció de los sucesos de enero 1959, y los cambios revolucionarios que acontecían en su isla, por lo cual decidió adelantar su retorno a La Habana, y de inmediato se integró al recién fundado Teatro Lírico Nacional.
Prácticamente, como bien señala un documentado artículo del diario oficialista Granma, Rosita nunca dejó de trabajar, siquiera después de su retiro de la zarzuela con una espléndida serie de presentaciones de la Cecilia Valdés, de Roig (1998), y de la María de La O, del insigne Lecuona (1999), durante un largo periplo por la península Ibérica.
Finalmente, el cine cubano se interesó en ella por su garbo e histrionismo intactos, cuando el director cubano Juan Carlo Tabío la “recuperó” de su retiro en 1983 para protagonizar su laureado filme “Se permuta”, que le abrió las puertas para participar en otras producciones como “Plácido” (1986); “Papeles secundarios” (1989); “Quiéreme y verás” (1994); “Las Noches de Constantinopla” (2001) y “Mejilla con mejilla” (2011).
El teatro cubano disfrutó con su excelencia interpretativa hasta tiempos recientes, cuando los hermanos Nelson y Nicolás Dorr la eligieron como protagonista de sus últimas puestas en escena: “Confesiones en el barrio chino”, “Vivir en Santa Fé” y por último, “Nénufares en el techo del mundo”.
Fornés fue condecorada con la máxima distinción cultural que concede el Consejo de Estado de Cuba, la Orden Félix Varela en 1995, y mereció otros premios nacionales de reconocimiento artístico en teatro, televisión y música. Y en una de estas confesó a los medios su “arte poética”: “el premio más grande que haya podido tener como artista es la manera en que siempre me ha recibido el público, cómo me ha querido siempre. Con eso me bastaba. Yo nunca me creí la mejor. Nunca.”
Antes de la partida del cortejo hacia la ceremonia privada en la necrópolis, la actriz Rosa María Medel, única hija de Fornés, quiso agradecer a todos los que la acompañan: “porque se cumplió su voluntad de ser enterrada en Cuba, a la que tanto quiso y a la que tanta alegría le dio…Mi madre tocó maravillosamente la sinfonía de la vida y pasó a la eternidad”.
Correspondió al poeta y etnólogo Miguel Barnet entregarnos una vibrante pieza oratoria de despedida. Se refirió a la paradigmática Rosita “como la más versátil y carismática artista cubana de todos los tiempos”. Fue aclamada como una de sus más célebres figuras “porque ella no fue otra cosa que un pueblo vestido de luz”, concluyó Barnet.