A pesar de la incertidumbre reinante y las severas regulaciones sanitarias establecidas por el Estado y ejecutadas por las instituciones dependientes del Ministerio cubano de cultura, ante el azote de la pandemia producida por el patógeno conocido como coronavirus Covid-19, la agrupación fundada y dirigida por la coreógrafa Rosario Cárdenas (premio nacional de danza 2018), logró estrenar “MurMuro”. Esta pieza del coreógrafo cubano Nelson Reguera (la segunda creación para esta compañía en la que fue bailarín antes de trasladarse a Europa), con la banda sonora original del compositor francés Norman Lévy, se presentó en la sala Tito Junco, principal espacio escénico del Centro cultural Bertold Brecht.
No obstante, y debido a las restricciones adoptadas en el ámbito global, el espacio quedó limitado a sólo cien personas en cada una de las únicas tres funciones autorizadas “in extremis” para evitar potenciales contagios virales, las cuales se realizaron del 13 al 15 de marzo.
El público quedó inmerso en medio de un discurso coreográfico-escritural posmoderno, a la vez proactivo y diatópico, que resultó un reto para la exigua audiencia, dadas las atrevidas e irreverentes provocaciones de la danza contemporánea.
Desde el título mismo, Reguena aguijonea las neuronas con el juego de palabras y sus significados (la intertextualidad a la manera de Julia Kristeva no es ajena). El autor, pues, orienta sobre esta astucia para ayudar a salir de un montaje críptico, eficazmente conseguido en poco más de una hora sin pausas. Allí, once bien entrenados bailarines regalan una entrega hermosa y atlética que circula entre lo dionisíaco y lo apolíneo (batalla de sexos, lo hetero y lo andrógino, según el caso).
El propio coreógrafo desvela -en el programa de mano- el sentido lato del vocablo “murmurar” y el significado de “mur” en francés: simboliza algo que está bien maduro, ora una fruta, ora una idea o una persona, pero también puede significar muro o frontera. Aún en esa área reducida, el movimiento sigue creciendo y “puede transformarse en una espiral”, tal una suerte de efervescencia del ser humano que no tiene límites, según explicó en una entrevista reciente concedida a un medio digital local.
Sorpresivamente, en los minutos conclusivos de esta pieza coral -donde se destacan interpretativamente algunos danzantes-, y se funden movimientos de estilos diversos con la acrobacia, boxeo (con la colaboración de un entrenador profesional); brota del conjunto como ave fénix, la maestra fundacional, la propia c al tiempo que ejecuta una serie de dramáticos port de bras (una evocación, quizá, a la Duncan o a la Bausch ?).
Con esta pieza, Reguena rinde homenaje a la bailarina y coreógrafa, como reconocimiento a su permanencia en los escenarios y a su “trasmisión de saberes…el traspaso de conocimientos, de ideas, de cultura”.
La música adquiere aquí gran importancia, teniendo en cuenta las pretensiones del coreógrafo con su dramaturgia teatral. El joven compositor Norman Lévy -colaborador por segunda vez en una obra de Reguena-, ha conseguido una banda sonora electroacústica en la cual se fusionan sonidos del ambiente urbano de La Habana, con otros elementos especiales, tales como la voz de Nina Simone en “Stars” (1976); la colaboración del cantante chipriota Alkinoos Ioanidis; Octave Lissner y el Septeto Ohmero junto con tres excelentes percusionistas cubanos: Lázaro Ferrán, Juan Santana y Yandy Chang.
El diseño de luces de Guido Gali, la escenografía minimalista de Jean-Marc Vibert y el variopinto diseño del vestuario por el Proyecto Dador se constituyen en un valioso aporte a la producción general de esta nueva pieza.