“Giselle” es una de las obras clave de la historia del ballet, emblemática, y un desafío técnico y de interpretación. Cada bailarín pone su impronta personal, y quizás en ese punto se pueda distinguir esa sutil barrera que separa a los grandes bailarines de los verdaderos artistas.
A su vez, la pieza presenta una trama intrincada, con connotaciones psicológicas que ponen en juego los valores morales, la pasión y la entrega, deviene en un debate emocional entre el perdón, la justicia y el amor en todas sus aristas.
La versión que subió a escena el American Ballet Theatre (ABT) en su breve temporada -del 11 al 16 de febrero- en el Kennedy Center de Washington DC, con puesta en escena del director de la compañía, Kevin McKenzie, permite un desarrollo especial de sus personajes tanto principales como secundarios. Pero básicamente, abre una puerta para que los intérpretes se internen en lo más profundo de esos seres que, como Albrecht y Giselle crecen a través de la historia.
Estrenada en 1841 en la Ópera de París, “Giselle” es un ballet en dos actos con música de Adolphe Adam, coreografía de Jules Perrot y Jean Coralli, y libreto de Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy. Basado en la obra “De l’Allemagne” (1835) de Heinrich Heine, la obra introduce a las Willis, esos personajes sobrenaturales que representan el espíritu de las doncellas que fueron traicionadas antes de su boda y murieron inmersas en la locura y la desolación.
El ABT presentó por primera vez este ballet en 1940 en el Center Theatre de Nueva York. Una segunda producción en 1946 en el Brodway Theatre, puso a Alicia Alonso en la cima de la danza de Nueva York. Finalmente, la compañía tuvo su sexta producción en 1987, estrenada en Los Ángeles con Marianna Tcherkassky como Giselle y McKenzie como Albretch.
La historia se centra en tres personajes fundamentales: Giselle la campesina enamorada de Albretch, un noble que pretende ser campesino para conquistar su amor; Hilarion, el joven aldeano que, despechado por el rechazo de Giselle, descubre el engaño de Albretch y provoca que la joven enloquezca y muera.
La noche del estreno tuvo en los protagónicos a Hee Seo como Giselle y Cory Stearns, como Albretch. Ambos impecables en la técnica y en la precisión. Hilarion, encarado en la noche del estreno en Washington por Roman Zhurbin se mostró como un bailarín sólido y expresivo. Al igual que Andrii Ishchuck, que cubrió el mismo rol en la noche del 13 de febrero en la que los protagonistas fueron Herman Cornejo y la solista Skylar Brandt. Ambos en una interpretación conmovedora e intensa.
En el primer acto, Seo y Stearns, hacen una pareja agradable, con un impecable despliegue técnico, y en el segundo, el acto blanco, cuando Albrecht, arrepentido, llega hasta la tumba de Giselle y juega con el espíritu de la doncella muerta, ambos muestran una gran solvencia. No obstante, la intensidad de la comunicación entre ambos bailarines estuvo ausente.
Una composición diferente, con otra óptica, fue la encarada por Cornejo para su Albrecht. Mientras Stearns parece acercarse a Giselle solo como una diversión y con sus gestos asegura a Mathilde, su prometida, que fue solo una locura, Cornejo no puede ocultar su enamoramiento hacia Giselle.
El cuerpo de baile de la compañía, atractivo y dinámico en el primer acto, fue sublime y bello en el acto blanco, donde las Willis, en arabesque, se desplazan, en ese bosque hechizado en el que los hombres que osan entrar en él mueren atrapados por las Willis vengativas. Devon Teuscher y Christine Shevchenko (el 11 y el 13 respectivamente), como Mirtha, hicieron un excelente trabajo, al igual que Katherine Williams y Luciana Paris (Moyna) y Stephanie Williams y Cassandra Trenary (Zulma). Paris también volvió a mostrar su calidad como bailarina y su habitual vitalidad en el primer acto (el 11 de febrero) cuando junto a Gabe Stoine Shayer interpretó el Pas de Paisan.
Brandt, quien reemplazó a Misty Coopeland debido a una lesión, conformó una dupla entrañable con Cornejo en el primer acto el 13 de febrero. Frescos, jóvenes, enamorados, ambos bailan juntos con enorme soltura. Partenaire impecable, Cornejo puso especial cuidado en la joven bailarina con potencial para estos roles. Brandt se sumergió en el acto de la locura, clave en este primer acto, con intensidad y fuerza expresiva.
Cornejo, en una interpretación memorable, deja fluir la danza con precisión, cuidado, perfección y gozo. En el acto blanco, Brandt y Cornejo transitaron con sutileza impecable el pas de deux y cada una de las escenas en el reino de las Willis.
Ver a Cornejo en escena confirma, una vez más, que los verdaderos artistas, los que dejan huella, los que son capaces de despertar las emociones más profundas de iniciados y neófitos, son pocos. Y Cornejo es uno de ellos.