Sumido en un extraño sueño, el príncipe alcanza a ver un maravilloso cisne, un ser de imponente belleza masculina, fuerte, sensual, agresivo, salvaje. Una suerte de figura opuesta a ese ser timorato que no se anima a descorrer las barreras de los prejuicios. Al despertar, vuelve a su rutina sofocante, a una madre devoradora y a una sociedad superficial y arrogante.
Estrenado en Londres en 1995, este “Lago de los cisnes” del inglés Matthew Bourne, no sólo ha batido récords de representación en todos los escenarios del mundo, sino que es una de las obras que más premios recibió desde su estreno. Casi al final de su gira 2019-2020 la compañía New Adventures regresó al Kennedy Center de Washington DC con esta ya clásica versión de “Swan Lake”.
Con una fuerte impronta psicológica que no escapa a la crítica de una sociedad banal, el coreógrafo inglés se anima a mostrar un caleidoscopio de intrigas, tendencias sexuales y promiscuidades para retratar este mundo contemporáneo. Siempre, y con su estilo, aparecen el humor irónico y cierta cuota de cinismo y crueldad. El vestuario –bello y ocurrente– y la escenografía de Lez Brotherston, encuentran el toque justo para esta puesta que replantea desde otra óptica la historia de la princesa-cisne.
Si en algo se parece este “Swan Lake” al creado en 1877 por Marius Petipa, es que mantiene la música de Piotr I. Tchaikovsky y la dualidad del personaje central, con el doble rol de Cisne-Extranjero (Odette-Odile), asumido magníficamente en la noche del estreno en Washington por Max Wetswell. Aquí, el cisne masculino, seguido por un séquito de cisnes, también masculinos, aunque no se hace referencia a ningún tipo de hechizo como el de Rothbart.
De esta forma, es el personaje del Extranjero, el que representa a Odile (el cisne negro) en el tercer acto. Casi un psicópata, voraz y ambiguo, que seduce a la madre del príncipe y al resto de los invitados a la fiesta del palacio, mientras el príncipe cae destrozado por su indiferencia y desprecio.
Wetswell, un bailarín que logra una particular violencia animal en su personaje, le impone un toque vibrante a ese cisne con el que sueña y en donde se refugia ese príncipe atormentado. Impecables equilibrios y saltos ajustados se contraponen en el tercer acto donde predomina lo contemporáneo y la danza-teatro. En ambos roles, Wetswell logra captar la esencia de cada personaje.
James Lovell, el príncipe, hace una excelente y conmovedora composición. Muestra sus fantásticas condiciones de bailarín especialmente durante el segundo, en un pas de deux intenso con Wetswell. Su actuación e interpretación son impecables.
En estas intrincadas relaciones también se mezcla la ambigüedad y el incesto entre el príncipe y su madre. El joven debe enfrentarse a una madre promiscua y distante, interpretada con absoluta solvencia por Nicole Kabera. Perfecta en su rol y con un alto nivel técnico como bailarina.
Bourne intercala el drama con la sátira de manera magistral. En medio de esta parodia a la monarquía contemporánea en la que la realidad supera la ficción, aparece la “novia/pretendiente/aspirante a”, una suerte de “prostituta” arribista, Katrina Lyndon, que intenta infructuosamente conquistar al joven casadero. Delicioso trabajo, con marcados estereotipos que lindan con una comicidad descollante.
Desorientado, en el segundo acto, el príncipe trata de calmar su desasosiego con un intento de suicidio y, contrariamente a la trama de Petipa, el salvador resulta ser salvado por el cisne, quien le renueva su deseo de amar y de vivir. Con bellas escenas, una compañía sólida e intérpretes excelentes, el lago se transforma en un espacio mágico, no sólo por la trama, sino desde el punto de vista visual. Cisnes sudorosos, salvajes, majestuosamente masculinos acorralan al príncipe y lo sumergen en su propio hechizo.
Sin embargo, esa ilusión desbordante provocada por el encuentro se quiebra abruptamente en el tercer acto en la escena de la fiesta del palacio con la llegada del extranjero. Lasciva, por momentos, la escena adquiere una fuerte dosis de cinismo y sarcasmo mientras el pas de deux entre el príncipe y el extranjero provoca el desenlace final.
Tendido en su enorme cama, desolado e insomne, el príncipe cae en su última y desesperada pesadilla en la que los cisnes invaden su habitación y lo destruyen. Un desgarrador final, violento y cruel.