Una nueva temporada de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), la compañía alma mater del género en la isla, en la Sala García-Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso tuvo esta vez el gran incentivo de un “intrigante” estreno absoluto de “Consagración”: una coreografía con el soporte musical de la celebérrima partitura de Igor Stravinski, Rito de primavera. Se trata de una versión particular o idiosincrática de una dupla formada por los jóvenes creadores franceses Jonathan Pranlas-Descours y Christophe Béranger, fundadores de la agrupación Sine Qua Non Art.
En la génesis de la realización de este proyecto artístico entre Cuba y Francia, está el fuerte apoyo de varias instituciones culturales de ambas naciones, teniendo en cuenta los notorios aniversarios que confluyen durante este año, tales como la tercera edición del Mes de la Cultura Francesa (instituido por el entonces presidente galo Francois Hollande); el aniversario 180 del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso (donde se estrena la pieza); los 90 años del estreno del ballet “La Rebambaramba” (1928) del compositor Amadeo Roldán con textos del novelista Alejo Carpentier, así como las celebraciones por los 50 años del debut en Cuba del Ballet del Siglo XX, con la presentación habanera del “Rito de primavera” de Maurice Béjart; y como dato curioso del reforzamiento de los nexos cubano-franceses, recordaré que el debut internacional de DCC (como se la conoce hoy) fue en el Festival de Teatro de las Naciones de París (1961), y una de las coreografías presentadas fue precisamente “La Rebambaramba” cuya creación, como señalara el propio Carpentier en su paradigmático libro “La música en Cuba”, tiene muchos nexos con la admiración del cubano –nacido en París- Roldán por la música de Stravinski y su innegable influencia “en la vanguardia musical cubana de los años veinte y treinta” de la pasada centuria.
En los orígenes de “Consagración” está presente la obra de Alejo Carpentier, Premio Cervantes de las Letras, como autor de la elogiada novela “La consagración de la primavera”, con la que se consagra como “el más grande cronista de la cultura francesa en Cuba y de la cultura cubana en Francia” (después del 1960 hasta su deceso, se desempeñó como diplomático en la embajada cubana en París). El título de su novela, según ha confesado públicamente, fue un homenaje dedicado a la tan admirada partitura homónima de Stavinski.
Esta versión de Béranger y Pranlas-Descours tiene otros dos antecedentes que no llegaron a cuajar, por diferentes motivos, o fatalidades humanas. En 2004, junto al coreógrafo cubano Iván Tenorio (fallecido en años recientes), DCC quería crear una “Consagración de la primavera”, a partir de la visión carpenteriana, en el año del centenario del novelista (por “oscuras razones no fue posible”, según Brooks Gremps, en el programa de mano); y a inicios de 2005, la ex bailarina y ballet mistress Menia Martínez (residente en Bruselas) llegó al DCC con el sueño de Béjart no realizado de montar su obra con el conjunto cubano, empero otra vez se frustró el empeño por el deceso del francés en 2007.
En vísperas del aniversario 60 de DCC, (primeramente Danza Moderna), en 2019, esta “Consagración” se estrenó pocos días antes del 29 de mayo, fecha de la primera audición de la pieza de Stravinski con coreografía de Vaslav Nijinski, hace 150 años, “Cuando fue aplaudida y abucheada, hasta la turbamulta, en el Teatro de los Campos Elíseos”, en la avenida Montaigne de París.
La escritura coreográfica que nos entregan ahora los creadores galos no está inspirada en la novela de Carpentier, según ellos han expresado ante los medios. Lo que han tratado es de apresar escénicamente las intenciones de la bailarina rusa Vera afincada en la isla, personaje protagonista de dicha novela, quien pretendía “llevar a la escena la fuerza, la armonía y el espíritu del cubano cuando danza”.
Gran reto afrontaron los coreógrafos de esta singular versión, al buscar -por supuesto- una distintiva autenticidad y originalidad en la concepción general de su proyecto, cuando existen más de una decena de versiones coreográficas sobre esta música, tales como las iniciáticas de Nijinski, Léonide Massine, Lester Horton, Miloss, las más recientes: de Richard Alston, Tetley, pasando por Kenneth MacMillan, John Neumeier, Hans Van Manen, así como las más representadas de Pina Bausch, Mats Ek o Angelin Preljocaj (sin olvidar la mencionada de Béjart). Este cronista ha podido, con fortuna, testimoniar algunas de ellas en vivo o en filmaciones o vídeos.
Mis consideraciones al respecto de esta “revisitación” de la partitura stravinskiana (ejecutada con acierto en vivo por la Orquesta sinfónica del GTH AA, dirigidas por su titular Giovanni Duarte y su asistente César E. Ramos), al conectarla con las peculiaridades etno-estéticas del contexto cubano, en sus raíces africanas, ofrece un resultado exento de folclorismos a ultranza, sin menoscabo de las intenciones primigenias. Sin duda, a ello ha sido fundamental la contribución humana, antes que todo, la excelente formación técnica y proyección física de los miembros del cuerpo de baile mixto elegido, con un ajustado atletismo ritualista, matizado con la sensualidad al linde del erotismo de la sección femenina. En la ejecución precisa de las evoluciones, observamos un austero uso del contact y elegantes pasos de saltos y poses provenientes del “clásico”.
Sin duda, en la construcción logran conectar los movimientos con las impresionantes sonoridades tímbricas, los ritmos complejos, los atonales acordes de la partitura del autor ruso, con el evidente objetivo de “evocar los juegos primitivos de la Rusia pagana”.
Esta puesta en escena minimalista se enriquece con los aportes creativos de los diseñadores de luces (protagonistas en cada instante dramático) y de los figurines (los propios coreógrafos con colaboración del cubano Vladimir Cuenca): todos en maillots negros con los rostros cubiertos con un largo velo grisáceo, que cumple su cometido al extender las gestualidades en algunos diseños circulares. Al final, una espléndida chica solista, como la elegida, se arranca el velo mostrándonos su verdadero rostro, acto seguido el resto de los miembros de este “ritual” repiten ese gesto: no más sacrificios solitarios de una fémina, es un signo final de rebeldía colectiva en pro de la equidad como metáfora poética lograda. En este punto, el “black out” total, luego el estallido de los aplausos cerrados como prueba de aceptación.
En esta temporada, siempre dirigidos por Miguel Iglesias, quien recibió el pasado mes de abril el Premio Nacional de Danza, se bailó otras obras del repertorio activo de DCC; como “El Cristal” y “Coil”, de Julio César Iglesias, que alternaron con la pieza coral de George Céspedes “Matria Etnocentra”.