La más grande e importante compañía cubana de danza que atesora el más auténtico tesauro de las culturas africanas “transculturadas” en el archipiélago cubano, el Conjunto Folklórico Nacional (CFN), después de tres décadas de su estreno se dio a la tarea de recuperar de su repertorio pasivo el espectáculo “Alafín de Oyó”.
Las nuevas generaciones de espectadores capitalinos serán los afortunados de poder apreciar, en todo su esplendor, esta re-creación coreográfica de Manolo Micler (bailarín, coreógrafo y director general), a partir del original firmado por Roberto Espinosa. El también premio nacional de danza se ha mantenido fiel al libreto del desaparecido Lázaro Ros (caudal patrimonial inmenso de los cantos y mitos de la religiosidad popular conocida también como “regla de Ocha”. Igualmente, en lo fundamental, mantuvo los figurines originales de Alfredo González Planas y la escenografía de Manolo Barreiro. Los diseños de luces de Adrián Reyes exhibieron su pericia probada en este género, que pudo sortear las dificultades tecnológicas y de recursos que adolece el capitalino teatro Mella (a taquilla cerrada para las seis funciones de esta anhelada temporada de mayo).
La obra, de poco más de 35 minutos, se desarrolla en el regio ámbito de tierras africanas llamada el Reino de Oyó, en tiempos remotos cuando el mito cubano de procedencia yoruba introduce las querellas amatorias de dos de las principales deidades de esta religiosidad popular, apoyadas por sus respectivos guerreros y séquitos. Aquí confluyen el teatro dramático, las danzas y los cantos, empeñados en contar cómo la deidad Oyá (dueña del viento y la centella) logró dominar a Shangó (dios del fuego, los rayos y la virilidad), quien había invadido el reino de aquélla, conocido como Takua.
Como resultante, los guerreros de Shangó salen victoriosos, empero Oyá logra dominar a su rey empleando sus encantos femeninos, y además con un arma inesperada: su ejército de egunes (espíritus de los muertos). Moraleja final: Shangó –que simboliza la vida plena-, queda a merced de Oyá, quien considera otorgarle el perdón ´´al descubrirse presa del amor´´. Ambos son coronados -en gran ceremonial-, como regentes de ambos reinos, sentados en un mismo trono real.
Una variedad de diseños coreográficos teatralizados por Micler (antes Espinosa), pero atenidos con fidelidad a los ritos ancestrales, tal como han llegado a la actualidad por ´´los ancianos sabios informantes´´. El virtuosismo de los bailarines, de ambos sexos se revela en el desempeño de las evoluciones danzadas, aunque en materia de interpretaciones las desigualdades en las entregas individuales desvelan lo bisoño de los nuevos integrantes del cuerpo de baile. Entre ellos, es de mencionar lo notable de la prestación como Shangó de Yandro Calderón, de gran fuerza y proyección en el baile, quien sin duda conseguirá comunicar mejor la emotividad apasionada de los textos a declamar. Por su parte, la intérprete de Oyá, Dariana Ortiz (alternaba con Keyla Galarraga), regaló una mayestática y seductora mujer, con dominio de la escena y de los vertiginosos giros múltiples, cual ancestrales derviches.
El cuerpo de baile estaba dividido en guerreros, servidoras y un séquito de féminas (de armas tomar); así como la participación de una coral y de percusionistas (practicantes) en vivo, que constituyen un soporte fundamental para el éxito del espectáculo. De ello dan fe las ovaciones en pie del entusiasta auditorio.
Para la segunda parte, Micler reservó tres piezas de su autoría además de la de Alberto Méndez. En la primera, este último acometió un reto, impensable para algunos ortodoxos de las representaciones teatrales del folclore cubano de raíz africana; es el caso de transpolar una danza clásica original, como ´´Rara Avis´´, del coreógrafo Méndez, en una pieza de acendrada índole folclórico-ritual. Para ello, Micler recurrió a Méndez con su versión estrenada hace varios lustros por el Ballet Nacional de Cuba. Existe registrada una segunda versión bailada por el Ballet de la Televisión Cubana, siempre con el soporte musical del período barroco, con conocidos temas de Handel y Marcelo. Se trata de ´´Iyaré_Mi´´ (Madre mía), una invocación a tres deidades femeninas del Panteón Yorubá, con libreto y coreografía del propio Méndez.
En esta ocasión, se produce un aproximación a Yemayá (color azul, deidad del mar y la fecundidad), Oshún (del amor , los ríos y el metal amarillo, su color) y la suprema Obatalá (de blanco, la paz), al bailar con la música europea grabada, a la cual se superponen las sonoridades producidas por el trío de tambores batá (instrumentos de cuerda de dimensiones distintas y sonidos complementarios, que sirve de soporte musical indispensable para los ritos iniciáticos de la regla de Ocha). El resultado no fue siempre conseguido con fortuna, debido a la producción de sonidos cacofónicos de la percusión, al tratar de imponerse a los sonidos melódico-armónicos del barroco: entonces se produce un enfrentamiento sonoro.
El CFN cerró la temporada con la obra festiva “Ga-Ga”, con libreto y coreografía de Manolo Micler, y el apoyo vocal de la excelente solista Dabnery Díaz, quien interpretó una renovada versión del conocido tema ´´Siguaraya´´, que los espectadores menos jóvenes recordarán en la icónica interpretación de Celia Cruz.
Acto seguido: “Tumba Francesa”, igualmente con libreto y coreografía de Micler. Esta pieza describe las dotaciones de esclavos importadas por los terratenientes franceses, tránsfugas de la revolución haitiana que se reorganizaron en asociaciones de ayuda mutua, las cuales organizaban reuniones sociales donde bailaban miméticas danzas de figuras, provenientes de las cortes europeas y ´´transculturadas a sus ritmos y expresiones danzarias´´. El CFN las entregó con fidelidad, disciplina y desenfado.
Posteriormente, un dúo de virtuosos bailarines, Alejandro Moreira y Adria Rodríguez, al ejecutar una breve, pero paradigmática coreografía de Micler: “Rumberos”. El laureado director del conjunto enriqueció, una vez más, el acervo cultural del auditorio, al mostrar La Rumba cubana (reconocida por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad) en su diversidad, a partir de todos sus estilos, como fueron y son cultivados por los lugareños de este archipiélago caribeño.
Apuntes del programa
El Ga-Ga (o bando Ra-Rá de origen haitiano) llega a Cuba durante la segunda década del siglo XX, con los miles de braceros haitianos que emigraron a la isla para trabajar en las plantaciones cañeras. Estas danzas se ejecutan con gran jolgorio en el período de Semana Santa, particularmente en las provincias orientales, según la división demográfica en la época colonial. Su reconstrucción y traslado escénico fue loable en varios sentidos: los grupos practicantes realizaban recorridos por las ´´guardarayas´´ de los cañaverales, originándose allí encuentros que, al final, daban inicio a competencias entre ellos.