La historia podría empezar con: “Había una vez…”, en las largas noches de Dresden, Alemania, durante la mitad del siglo XVIII, había un conde llamado Hermann Carl von Keyserlingk, embajador ruso, que no podía conciliar el sueño dado que sufría de insomnio. Así fue como, en su desesperación, encomendó al compositor Johann Sebastián Bach, quien era el maestro de su clavicembalista Johann Gottfrieb Goldberg, que compusiera unas piezas para el teclado, suaves y agradables, que le permitieran entretener sus noches. Y en 1741, Bach concluyó aquellas piezas que terminaron llamándose “Las Variaciones de Goldberg”, ya que era el joven quien las tocaba noche tras noche. También cuentan que Bach recibió del conde una copa de oro llena de monedas de oro, como pago por la partitura.
Otros cuentan que estas variaciones forman parte de uno de los tomos dedicados al clavicémbalo, de la enciclopedia musical que Bach empezó a escribir durante su madurez, y que el conde insomne solo recibió una copia como regalo, en agradecimiento por las referencias que había hecho para que Bach fuera compositor de la Corte de Dresden a finales de 1736.
Sea como fuere, las “Variaciones Goldberg” se convirtieron en una de las piezas más famosas de Bach a lo largo del tiempo. Y en pleno siglo XXI, la compañía sueca Andersson Dance y el Scotish Ensemble, llevaron al Kennedy Center de DC una propuesta particular, casi teatral o de danza callejera. Ajena a cualquier reverencia cortesana, esta versión se puso zapatillas de goma, jeans, camisetas, ropa deportiva y se despojó de prejuicios.
En el escenario del Eisenhower Theater, desde el 26 al 28 de abril, la compañía dirigida por Örjan Andersson, se sumergió en esta nueva mirada de este clásico barroco, creada en 2015 como una iniciativa de Andersson y Jonathan Morton, director del Scotish Ensemble. Y esta vez, las variaciones escritas para clavicémbalo se convirtieron en variaciones para orquesta de cuerdas. Y una orquesta de cuerdas en la cual los músicos, también bailan.
Con el nombre “GoldbergVariations — Ternary Patterns for Insomnia”, los cinco bailarines de Andersson Dance se fueron mezclando con los once músicos del Scottish Ensemble. Con coreografía de Andersson, músicos y bailarines van componiendo una estructura que se asemeja más a ejercicios de improvisación que a una puesta formal. Con insinuaciones de “Contact”, Hip-Hop, Tap, danza contemporánea y expresión corporal, los intérpretes van transitando cada una de esas 30 bellas variaciones que, con clavicémbalo ausente, sonaban igualmente magníficas en manos de los excelentes músicos del Scottish Ensemble.
Bailarines estupendos, dueños de una gran flexibilidad y ductilidad, músicos talentosos y dispuestos a jugar con libertad en el escenario, arman un ensamble compacto, atractivo, si bien casi al final de los 75 minutos de esta obra, la propuesta se vuelve repetitiva y los recursos creativos parecen agotarse.
En estas “Variaciones”, el humor fue el disparador. Una insolente irreverencia que descubre otros perfiles de la solemnidad, que rompe con las estructuras establecidas y se lanza a una nueva exploración. Desafiante. Riesgosa. Intrépida. Pero finalmente, se convierte en una perspectiva diferente, una particular mirada sobre el arte formal, su contexto, su finalidad y su destino. Quizás, un nuevo camino a recorrer y a descubrir en este primer cuarto de siglo tan confuso y errático.