Por vez primera, los cubanos han podido ser testigos presenciales de la portentosa puesta en escena de la archiconocida cantata escénica “Cármina Burana” del compositor alemán Carl Orff (1895-1982); una respetable superproducción equiparable con aquella creada en la capital mexicana en 2008, siempre con la coreografía de George Céspedes para la compañía Danza Contemporánea de Cuba (DCC) y la participación de dos coros y una orquesta sinfónica.
En meses pasados, la DCC retornó al país vecino para producir este magno espectáculo en el Auditorio Nacional de México y en dos funciones consiguió apoderarse del favor de unas 20 mil personas, y recibir el codiciado premio Luna que concede este coliseo por considerarlo lo mejor del año. Igualmente, en La Habana, un jurado de la Sección de críticos de las artes escénicas de la UNEAC decidió -por unanimidad- otorgarle el Premio Especial Villanueva.
Este monumental espectáculo ha sido producido en la flamante Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso –a teatro lleno durante sus tres únicas funciones, con asistencia de altas autoridades gubernamentales-, con el concurso de gran despliegue de recursos técnológicos: un impresionante diseño de luces, con empleo de equipos led, entre otros. La pantalla gigante de fondo mostraba una serie de imágenes móviles ajustadas a los textos goliardos de los siglos XI, XII y XIII, según los 24 poemas “puestos en música” por Orff.
Para su estreno cubano, bajo la dirección general de Miguel Iglesias, los 34 hermosos y atléticos bailarines de DCC contaron con el eficaz soporte musical de los Coros nacional e infantil (unos 66 coristas), ataviados cual monjes medievales sobre elevadas plataformas ad hoc- no así los infantes-dirigidos por la laureada maestra Digna Guerra, y en el foso los 60 músicos de la reputada Orquesta Sinfónica Nacional bajo la batuta de su titular, el maestro Enrique Pérez Mesa, con una atinada entrega. Fue una demostración de los talentos locales, con sólida formación académica, al vencer el reto de asumir esta compleja partitura en un breve tiempo posible.
La coreografía de Céspedes, esta vez, nos pareció adquirir una mejor definición de sus conceptos atenidos a las matemáticas, a la llamada teoría de los números, visible en la recurrencia de las series en las variedades compositivas de su creativa escritura coreográfica de conjunto, aunque atenida a conseguir una traducción escénica de poemas y música, con su peculiar gestualidad.
Apreciamos positivamente la articulación de los lenguajes: danza, música, canto, vídeos, luces, escenografía y vestuario (este último debido al experimentado diseñador Vladimir Cuenca), los cuales logran una seductora belleza a partir del ritmo trepidante, tales como las escenas de apertura y final con su popularizado tema “O Fortuna”. En el cual se manifiesta visualmente la intención expresa del autor: lo erótico-pasional, mediante el virtuosismo físico e interpretativo de los bailarines (vale destacar a dos de ellos: Norge Cedeño y Penélope Morejón). Hay aquí atisbos de un autor que ha incursionado en los estudios recientes de antropología de la danza.
Tres cantantes líricos cubanos defendieron los textos con solvencia, otorgando realce en sus prestaciones. Es el caso de la soprano Milagros de los Ángeles, en particular su interpretación de Amor volatundique , exquisita en Dulcissime, siempre en latín, la cual requiere de notas extremadamente altas (no obstante, Orff prefirió una soprano lírica y no de coloratura, para acentuar las tensiones). La parte del barítono estuvo a cargo de un esforzado Ulises Aquino (afectado por estado gripal, según conocimos), con arias exigentes para esta cuerda, por las notas altas y el falsetto necesario para Diesnoxomnia. En cuanto a la única aria para tenor, el joven diplomado Harold López Roche logró lucir sus posibilidades vocales futuras en el solo Olimlacuscolueram, generalmente cantada en falsetto para expresar el sufrimiento del personaje.
Una historia que lleva siglos
Carmina Burana (como se escribe en latín sin tilde) es una cantata escénica compuesta por Carl Orff entre 1935 y 1936, y estrenada en Frankfurt el año siguiente, como parte de “Trionfi”, un tríptico musical que incluye “Catulli Carmina” y “Trionfo di Afrodite”.
En 1934, Orff encontró la edición del manuscrito de Carmina Burana realizada por Johann Andreas Schmeller, cuyo texto original data de los siglos XI y XII, con la inclusión de algunos del siglo XIII. Michel Hofmann, joven alemán estudiante en leyes y entusiasta del Latín y el Griego, asistió a Orff en la selección y organización de 24 de esto poemas en un libreto, fundamentalmente en versos latinos, con unas pequeñas partes en textos medievales de la Alta Alemania; del Provenzal antiguo y del Francés arcaico.
Esta selección cubre un amplio espectro de tópicos, tan familiares en el siglo XIII como lo son en el siglo XXI: la fortuna y el poder; la naturaleza efímera de la vida; el goce del retorno de la primavera; los placeres y peligros de la ebriedad; la gula; los juegos de azar o la lujuria, así como la crítica a las desviaciones de un sector del clero.
“Cármina Burana” significa en latín: Canciones de Beuern (de Bura, nombre del pueblo germano de Benediktbeuern). Por lo general, se escribe Carmine (sin tilde, como en el original latino), aunque se pronuncia /kármina/ Para evitar que un hispanoparlante la pronuncie erróneamente –los locutores radiales, por ejemplo-, la RAE sugiere colocar la tilde, como es aquí el caso.