El Ballet de Camaguey, con sede en la homónima provincia, es considerada la más importante compañía clásica del país después del afamado Ballet Nacional de Cuba, y está bajo la conducción de la ex bailarina Regina Balaguer por más de dos décadas. Esta agrupación, después de superar muchos avatares y de realizar ingentes esfuerzos para conseguir los recursos necesarios, ha logrado presentarse con su producción de “Giselle” en el principal y codiciado escenario capitalino de la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” entre el 1 y el 3 de julio.
Su equipo promocional puso énfasis en los medios informativos –para atraer a la fanaticada habanera–, en el hecho de que, al bailar esta obra “en la casa del trompo”, se imponían un reto aquí, donde existe la referencia viva paradigmática de la notable versión coreográfica de Alicia Alonso. Pues ellos también bailarían sobre la original de este decimonónico ballet romántico en dos actos de Jean Coralli y Jules Perrot con música del francés Adolphe Adam. Basado en la leyenda popular recogida por el poeta alemán Heinrich Heine, la cual inspiró el libreto estructurado por Théophile Gautier, Vernoy de Saint-George y el propio Coralli.
Esta versión “otra”, está firmada por el bailarín y coreógrafo local José A. Chávez y fue estrenada hace más de una década, con la misma producción, algo retocada, entonces diseñada por Otto Chaviano, en los figurines del ya fatigado vestuario, y el artista Raúl Font, para la no siempre impecable escenografía.
El coreógrafo Chávez, también maestro de ballet del cuerpo de baile, se lanzó al ruedo corajudamente al realizar “su” versión en un verdadero “tour de force”. Presentarla en este teatro es comparable con “el foso de los leones” del ballet cubano. Antes de exponer nuestros criterios sobre esta puesta en escena, prefiero plantear algunas interrogantes (que comparto con lo comentado por algunos aficionados en la audiencia): ¿por qué realizar otra versión, si contamos con una icónica consagrada internacionalmente con lauros relevantes? Este ballet estrenado en París hace unos 175 años, premió la versión cubana de la Alonso y, por diez años, el Ballet de L´Opéra la incorporó a su repertorio activo? ¿Qué nos aporta ahora esta versión camagüeyana, en cuanto a creatividad y enriquecimiento cultural? Algunas escenas dramáticas muestran pantomimas bien elaboradas, pero otras se nos ocurre son algo “demodées”, o tal vez “old fashion”.
La puesta
En el primer acto, la dramaturgia transcurre fiel al original, en cambio los movimientos escénicos y la actuación los vimos sobreactuados en Hilarión el guardabosque; el duque Albrecht, la madre de Giselle, la Corte de Bathilde, o los campesinos exhiben variantes, al compararlos con las versiones de este título bailado por importantes compañías de ballet. El momento más desconcertante aquí se nos reveló en el Paisant pas de deux, tanto por los diseños coreográficos, como por la apoyatura musical. De este fragmento, la variante de Alicia Alonso con la inclusión de un “pas de huit”, fue muy eficaz e inteligente para la visión del espectador contemporáneo.
En cuanto al llamado ballet blanco del segundo acto, puedo decir que logró una entrega elegante y musical, donde los reproches no son perceptibles en gran medida en su ejecución técnica, aunque puedo señalar algunos acentos de mal gusto, y no muy impecables los port de bras “en couronne”, o en la búsqueda de las correctas alineaciones durante el ejercicio de las dos magistrales diagonales de las wilis.
Los intérpretes
En general, las interpretaciones fueron aceptables, si consideramos que el cuerpo de baile está integrado, en su mayoría, por bisoños efectivos, tanto en lo femenino como en lo masculino, si tenemos en cuenta las deserciones recientes de sus elementos más experimentados, hacia otros grupos del país o del extranjero. Particularmente, puedo elogiar la labor desplegada en sendos actos por la primera solista Sara de Miranda, y el galante soporte de su partenaire, Yanny García, único primer bailarín de la compañía, así como las notables intervenciones de dos intérpretes de Myrtha, reina de las wilis (Elizabeth Pagés y Oleydi Labrada). El propio coreógrafo Chávez, al encarnar el papel del príncipe de Courtland, demostró su veteranía en las posibilidades de algo tan breve.
Según el editor y teórico de danza estadounidense, Francis Mason, existen muchos importantes ballets en la historia: el ballet en el cual la bailarina principal se despojó por vez primera de sus zapatos de tacones; el ballet en el cual ella se paró por primera vez sobre la punta de sus dedos y el ballet en el cual saltó peligrosa y cómodamente desde una altura de 20 pies, para luego ser atrapada en los brazos de su amado. Pero estos ballets, a pesar de todas sus innovaciones, nunca han llegado hasta nosotros; son importantes en un sentido estrictamente académico. “Giselle”, en cambio, ha llegado a nosotros, ha sido interpretado por sucesivas compañías de ballet, desde su primera representación (1841), porque combina la innovación con el drama y el baile, que nos hacen olvidar lo que cuenta su argumento.
La innovación de “Giselle” reside en su síntesis de lo que conocemos como ballet romántico. Para que esto ocurra requiere de la magia. Los poderes misteriosos y sobrenaturales que la poesía romántica invocaba para asegurar su ideal, súbitamente convertido en algo natural al teatro (…). Para Balanchine y Mason, “Giselle” es al ballet, lo que “Hamlet” es para el teatro dramático.