New York City Ballet

El regreso de Coppélia

Del 25 al 30 de marzo, este clásico del ballet, con coreografía de George Balanchine y Alexandra Danilova creado en 1974, trajo un toque de frescura al Kennedy Center de DC. La obra, basada en la puesta de Marius Petipa de 1884, tiene aciertos memorables.

Deja un comentario Por () | 27/03/2025

Megan Fairchild con Robert La Fosse en la producción del NYCB con coreografía de George Balanchine y Alexandra Danilova. Foto: Erin Baiano. Gentileza JFKC.

Megan Fairchild con Robert La Fosse en la producción del NYCB con coreografía de George Balanchine y Alexandra Danilova. Foto: Erin Baiano. Gentileza JFKC.

El New York City Ballet (NYCB), como todos los años, volvió al escenario del Opera House del Kennedy Center, y esta vez, con un ballet del repertorio clásico, “Coppélia”. La función comenzó con una presentación del director artístico, Jonathan Stafford, y de la directora artística asociada, Wendy Whelan, quienes recordaron la llegada a los Estados Unidos de los coreógrafos George Balanchine y Alexandra Danilova en busca de “libertad artística” fuera de Rusia. Y luego, ambos directores agradecieron al público por apoyar a la compañía.

Del 25 al 30 de marzo, “Coppélia” trajo un toque de frescura que, sin duda, apuntó a un público más amplio y diverso. Balanchine y Danilova, son los responsables de esta versión de 1974 basada en la puesta en escena de Marius Petipa de 1884, que contó con música del compositor francés Léo Delibes.

Este ballet, en algunas ocasiones conocido como “La Fille aux Yeux d’Émai” (La joven de los ojos de esmalte), se presentó por primera vez en 1870 en el Théâtre Impérial de l’Opéra. La protagonista fue la joven Giuseppina Bozzacchi que cubrió el papel principal de Swanilda, y la bailarina Eugénie Fiocre interpretó a Frantz, su enamorado. Coreografiado originalmente por Arthur Saint-Léon con música de Delibes y libreto de Charles-Louis-Étienne Nuitter, la trama tuvo como referente el cuento corto “Der Sandmann” (El hombre de arena) de E. T. A. Hoffmann.

En esta versión del NYCB, la puesta en escena tiene un toque naive, casi impresionista. Los bailarines del cuerpo de baile ponen todo su entusiasmo para dar vida a esta historia que hace referencia a la irrupción de los muñecos mecánicos del siglo XIX. Las escenas del primer acto, en el que los aldeanos se congregan en la plaza del pueblo en torno a la casa del Doctor Coppelius, incluyen una batería de danzas de estilo, con pasajes solistas y escenas grupales.

Megan Fairchild, como Swanilda, aportó todas las facetas que demanda el rol. Con estilo delicado y una enorme jovialidad, la bailarina transita por el personaje con naturalidad y energía. Sus juegos con Frantz, su enamorado, alcanzan un muy buen nivel de comicidad y le dan a la trama esa frescura necesaria.

Megan Fairchild, como Swanilda, y sus amigas, en el laboratorio del doctor Coppelius. Foto: Paul Kolnik. Gentileza JFKC.

Megan Fairchild, como Swanilda, y sus amigas, en el laboratorio del doctor Coppelius. Foto: Paul Kolnik. Gentileza JFKC.

KJ Takahashi, como Frantz, quizás necesita crecer y reafirmarse en su rol, en especial en su trabajo como partenaire. Por momentos ambos parecían desconectados uno del otro. Sus saltos y sus giros son precisos y sólidos, y su musicalidad es un elemento que enriquece su trabajo.

El segundo acto que transcurre en el taller del doctor Coppelius -escenificado y coreografiado por Danilova-, es una joya que recupera las características del ballet de acción, y pone al límite a la protagonista. Interpretación y calidad actoral, se funden con la técnica más exigente y refinada, al igual que el compromiso emocional de los personajes. Swanilda y sus amigas entran al laboratorio del doctor Coppelius y se encuentran con una colección de muñecos mecánicos que cobran vida. También descubren la naturaleza de esa muñeca que lee en la ventana y que parece real.

Danilova resuelve este acto con una delicada sutileza, y deja translucir el espíritu de la época. Una escena conmovedora, por momentos patética, intensa y resuelta con una magnífica genialidad. En el tercer acto, en cambio, se advierte el toque indiscutible de Balanchine, y el contraste de estilo queda al descubierto. Con un alto nivel técnico el cuerpo de baile, al igual que el grupo de niños de escuelas locales, y las bailarinas solistas, hacen que esta escena final se convierta en un encantador encuentro con la danza cuya culminación llega con el pas de deux final.

Dejar un comentario