American Ballet Theatre

Entre la literatura y el ballet

Hasta el 16 de febrero, la compañía dirigida por Susan Jaffe presenta en el Kennedy Center una obra maestra de la literatura universal, “Crimen y castigo”, de Fyodor Dostoevsky. Creación de Helen Pickett, que combina elementos audiovisuales, música contemporánea y danza-teatro.

Deja un comentario Por () | 13/02/2025

Cuerpo de baile del ABT en “Crimen y castigo”, obra que se presenta en el Kennedy Center. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

Cuerpo de baile del ABT en “Crimen y castigo”, obra que se presenta en el Kennedy Center. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

¿Cómo llevar a escena, con absoluta fidelidad, una pieza crucial y aguda como “Crimen y Castigo” de Fyodor Dostoevsky? Quizás, acercarse a una obra de esta envergadura y llevarla a otros campos ajenos a la literatura, incluido el teatro, requiera una disociación y un desprendimiento absoluto del original. Pretender encontrar esos personajes atormentados que transitan en la novela que el autor ruso escribió en 1866, es ardua tarea. Sin embargo, Helen Pickett intentó fundir imágenes, diálogos, personajes y crear lo que podría llamarse “una obra basada en Crimen y Castigo”. También podría considerarse una suerte de “recreación coreográfica” de este clásico de 600 páginas.

El 12 de febrero el American Ballet Theatre se lanzó a ese riesgo en el que a veces se pierde o se gana, y presentó esta obra, que permanecerá en cartel hasta el domingo 16, en el Opera House del Kennedy Center. Su estreno mundial fue el 30 de octubre de 2024 en el David H. Koch Theater del Lincoln Center de New York, y tuvo como protagonistas a Cassandra Trenary (Raskolnikov), Christine Shevchenko (Dunya), Calvin Royal III (Razumikhin), SunMi Park (Sonya), Roman Zhurbin (Marmeladov), Claire Davison (Katerina), Joseph Markey (Luzhin), James Whiteside (Svidrigailov) y Thomas Forster (Porfiry).

Esta obra maestra de la literatura es una historia policial, escrita y estructurada de tal manera que, no sólo se entrecruzan las tramas, sino que deja al desnudo la condición humana. Dostoevsky narra el asesinato de una vieja prestamista perpetrado por Raskólnikov, un joven que tuvo que resignar sus estudios de abogado por falta de recursos económicos. Pero más allá del hecho en sí, el autor se adentra en un drama psicológico y moral que trasciende la época y se convierte en un conflicto universal. La culpa arrastra a Raskólnikov a una torturante desesperación hasta que finalmente confiesa su crimen y recibe su castigo. Como fiel exponente del realismo ruso (1830-1880), Dostoievski describe las desigualdades sociales de la época con absoluta crueldad.

Catherine Hurlin y Aran Bell, como Razumikhin y Dunya en el Segundo acto de “Crimen y castigo”. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

Catherine Hurlin y Aran Bell, como Razumikhin y Dunya en el Segundo acto de “Crimen y castigo”. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

Frente a esta catedral literaria, la coreógrafa Helen Pickett, que ya había incursionado con éxito en “Crucible” (Las brujas de Salem) para el Scottish Ballet y “Emma Bovary” para el National Ballet of Canada, armó su propia catedral moderna, minimalista y por momentos, despojada de emoción. Pickett propone una forma narrativa interesante, que es una suerte de danza-teatro, danza contemporánea y ciertos guiños al neoclásico. La coreógrafa, quizás demasiado pegada a la gestualidad de los ballets clásicos en algunas secuencias, tiene logros coreográficos de peso, especialmente en las escenas de conjunto donde se ve un cuerpo de baile sólido y convincente.

La apertura, con proyecciones oníricas, llega a su momento de mayor esplendor cuando sube el telón y aparece el cuerpo de baile como una masa uniforme, opresiva y coordinada al segundo. No obstante, fue en el discurso corporal de los personajes principales donde la coreógrafa se debilita y, por ende, frena la fluidez de la obra y la le quita emoción. La puesta, además, se apoya en la proyección de subtítulos que le soplan al espectador lo que está ocurriendo. Un recurso que pudo tener su particular atractivo, pero que, sin embargo, el texto es demasiado obvio y no ayuda a adelantar la escena. Como si el espectador necesitara que lo lleven de la mano para comprender mejor.

El protagonista, Raskólnikov, interpretado en la primera noche por Herman Cornejo, marcó una enorme diferencia con el resto en el plano interpretativo. Cornejo no sólo ejecutó las marcaciones y las secuencias coreográficas con solvencia, sino que se convirtió en ese Raskólnikov atormentado por la culpa. Un bailarín impecable y un gran artista, inteligente, sensible e intuitivo.

Skylar Brandt y Herman Cornejo en “Crimen y castigo” de Helen Pickett. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

Skylar Brandt y Herman Cornejo en “Crimen y castigo” de Helen Pickett. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

Sonya, interpretado por Skylar Brandt con delicadeza angelical, encarna a la joven obligada a prostituirse para mantener a su familia. Es ella quien incita a Raskólnikov a confesar su crimen para lograr su redención. Brandt es una bailarina exquisita, pero la coreografía y el hilo dramático delineado por Pickett, no logran sacar a la luz las virtudes de Brandt, ni tampoco plasman la profundidad del personaje.

Aran Bell y Catherine Hurlin encarnaron a Razumikhin y a Dunya, el amigo y la hemana de Raskólnikov. Ambos lograron su mejor momento en el pas de deux del segundo acto. Una de las pocas secuencias en las que la coreografía logró fundirse con la emoción.

Joseph Markey interpretó a Luzhin, el prometido Dunya. Su trabajo fue excelente, no obstante, la coreografía tuvo secuencias de gran ambigüedad que oscilaba entre la pantomima de Gamache en “Don Quijote” y la delicadeza de Paris en “Romeo y Julieta”.

Desde lo técnico, el American Ballet Theatre hizo un trabajo impecable. Los bailarines, que a su vez eran los encargados de mover los módulos de madera que recreaban distintos espacios, trabajaron con una convicción absoluta. Aunque en esta enorme catedral creada por Pickett la emoción sólo apareció de manera intermitente.

Es importante y hasta necesario que el ballet se acerque a la literatura, y se abran nuevas puertas para contar historias semejantes a las de “Onegin”, “Don Quijote” o “Giselle”. Hoy, narradas con un lenguaje coreográfico diferente y con recursos técnicos, también diferentes.

Herman Cornejo, primer bailarín del ABT, en el role de Raskólnikov. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

Herman Cornejo, primer bailarín del ABT, en el rol de Raskólnikov. Foto: Emma Zordan. Gentileza JFKC.

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