Cuadriplicar los cisnes sobre el escenario fue la genial idea que tuvo Derek Deane cuando el promotor Raymond Gubbay invitó al English National Ballet a ofrecer una actuación en el Royal Albert Hall de Londres. El reto para el coreógrafo británico era de unas dimensiones tan colosales como el propio Hall, concebido a semejanza de un anfiteatro romano y cuya forma elíptica tiene un tamaño de 83 por 72 metros para albergar a un aforo cifrado en 5.544 espectadores. Convertir la necesidad en virtud le dio unos excelentes resultados a Deane, quien triunfó con la fórmula “Swan Lake in-the-round”, producción estrenada con grandísimo éxito el 29 de mayo de 1997 en la emblemática sala londinense.
Desde su creación, más de 650.000 espectadores se han sumergido en el espectáculo ideado por Deane, por lo que cíclicamente el English National Ballet ofrece una temporada en su escenario fetiche del Hall, como ocurre estos días. Partiendo del original de Marius Petipa y Lev Ivanov (1895), el objetivo inicial de Derek Deane era crear una versión de “El lago de los cisnes” que cubriera todos los ángulos del escenario circular con la intención de poder deleitar al numeroso público congregado en las gradas dispuestas también de manera circular. Su feliz hallazgo consistió en convertir los 24 cisnes tradicionales en 60 ánades y en multiplicar el número de bailarinas intervinientes en los célebres dúos y cuartetos del segundo acto, amén de los participantes en las danzas de carácter del tercer acto. En total, la producción reúne a 120 bailarines en escena.
Siendo una de las principales innovaciones el número de participantes, también estriba ahí uno de los mayores retos de producción: cómo mover a tan copioso elenco sin que los bailarines se obstaculicen entre sí en un espacio circular. La clave se halla en la construcción de la coreografía en cuartos de círculo, sirviéndose necesariamente de una estudiada geometría. Otra de las dificultades que encaran los intérpretes es la ausencia de caja escénica y por tanto de telones y calles tan socorridos en determinados momentos de un espectáculo, así que Deane tuvo que idear soluciones ingeniosas tanto para el acceso como para la salida de sus bailarines. Sin embargo, el entonces director del English National Ballet no se amedrentó ante todos los desafíos técnicos que suponía convertir un ballet creado para un teatro convencional en una imaginativa producción de grandes dimensiones pensada en formato circular. El resultado es una experiencia inmersiva, en la que el espectador se ve sorprendido por cada entrada de los intérpretes empleando los diferentes pasillos de acceso del graderío.
La matinée del pasado domingo rozó el aforo completo y especialmente destacable fue la presencia de abundante público familiar. A priori, un título archiconocido como “El lago de los cisnes” puede resultar demasiado comercial, sin embargo, realmente es un acierto el enfoque de la producción para atraer y generar nuevos públicos, de los que tan necesitado está el mundo del ballet. Y pequeños guiños a la contemporaneidad como los esbirros del malvado Rothbart dibujando acrobacias en la línea de danzas urbanas también ayudan a acercarse más aún «al mayor número de personas, estén donde estén y sean cuales sean sus medios», en palabras de los legendarios fundadores del English National Ballet Alicia Markova y Anton Dolin.
Los papeles protagonistas de la función fueron interpretados por Emma Hawes, en el rol dual de Odette-Odile, y Aitor Arrieta como príncipe Siegfried. La balanza interpretativa de la estadounidense se inclinó a favor de Odile, deslumbrando especialmente en la coda del paso a dos conocido popularmente como el ‘Cisne Negro’, en el que fue cambiando el foco durante los célebres 32 fouettés. Respecto a Arrieta, disfrutó de los solos en los que regaló limpios tour en l’air –bien asentados desde su época como bailarín de danzas tradicionales vascas- e incluso la amplitud del espacio le permitió ejecutar doce grand jeté en su manège. Como contrapunto al ensimismamiento amoroso de los protagonistas, Junor Souza da vida a un histriónico Rothbart, quien atemorizó a los peques con su caracterización y gestos amenazantes.
En la parte de la bandada de cisnes, Derek Deane convirtió el dúo de ‘Los grandes cisnes’ en un cuarteto y ‘Los cuatro pequeños cisnes’ en un octeto, en aras de conseguir un mayor impacto y cubrir el campo visual de más espectadores, lo que funciona de manera sensacional. Más complejo es el entrelazado escénico de los sesenta cisnes en las partes grupales, pero los veintisiete años de rodaje de la producción dejan claro que es un engranaje perfectamente engrasado para lograr su eficacia. Y una producción tan superlativa en todos los términos, no estaría completa sin una orquesta en directo: la English National Ballet Philharmonic, bajo la batuta de Maria Seletskaja. Si de normal, la música en directo contribuye a crear una atmósfera especial y completa una función de ballet, en este caso, además, su esfuerzo es mayor ya que debe acomodar los compases al desplazamiento de los intérpretes en un escenario de grandes dimensiones.
Cualquier balletómano que se precie, tiene a “El lago de los cisnes” entre sus títulos de cabecera. La trascendencia de la obra de Petipa-Ivanov es tal que se cuentan por decenas las versiones: desde cisnes masculinos a ánades feministas, lecturas humorísticas o incluso la traslación de un célebre triángulo amoroso, por citar algunos. El “Swan Lake in-the-round” de Derek Deane ofrece la magnífica experiencia de poder sumergirse en el clásico que, sin ser tan fidedigno con la coreografía canónica, atrapa al espectador por la grandiosa puesta en escena. Si bien el trabajo del elenco del English National Ballet fue muy destacado, nada puede igualar a las conmovedoras escenas de los actos blancos, en las que sesenta y un cisnes –incluyendo a la princesa Odette- flotan en el ovalado escenario londinense. La ovación del público fue tan redonda como el círculo que originó esta exitosa producción en el Royal Albert Hall.