Una producción del clásico “El lago de los cisnes” para la generación actual era el objetivo del director del Royal Ballet, Kevin O’Hare, cuando realizó el encargo al entonces coreógrafo residente de la prestigiosa compañía, Liam Scarlett. La intención era reemplazar la versión de Anthony Dowell (1987), que llevaba tres décadas en el repertorio del Royal Ballet. Y el resultado fue una suntuosa producción, respetuosa en la parte esencial con el original de Marius Petipa y Lev Ivanov (1895) y con algunas adiciones coreográficas, amén de la danza napolitana de Frederick Ashton (1952). El estreno de la lectura del joven coreógrafo inglés tuvo lugar el 17 de mayo de 2018 en la Royal Opera House, donde estos días la aplaudida compañía ofrece una nueva temporada, gracias al trabajo conjunto de Gary Avis, Laura Morera y Samantha Raine para conseguir sacar brillo a la lujosa producción firmada por Scarlett tres años antes de su trágica desaparición.
En el universo del ballet, acudir a un espectáculo en la Royal Opera House supone acceder a un recinto cuasi-sagrado, testigo de numerosas noches de gloria de la legendaria pareja formada por Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev. La majestuosidad del edificio, de sus telones -aún bordados con las iniciales de la difunta reina Isabel II-, y del patio de butaca, predisponen al espectador para disfrutar de una vivencia cercana a lo místico en términos balletísticos. Si a todo ello se le añade un título icónico como “El lago de los cisnes”, bailado por una de las cinco mejores compañías del mundo, The Royal Ballet, y con la partitura de Tchaikovsky interpretada por la orquesta Royal Ballet Sinfonia –bajo la batuta de Martin Georgiev-, la experiencia se convierte en inolvidable. Mejor plan para un viernes a la noche, imposible.
Título de referencia del ballet y tentación para cualquier creador, el abanico de versiones de “El lago de los cisnes” es de lo más variopinto: desde las más respetuosas con la lectura canónica hasta los más planteamientos más irreverentes. En su momento, la intención de Liam Scarlett consistió en sacudir un poco el polvo a la obra, teniendo entre sus hallazgos la humanización del personaje de Rothbart, transformado en un consejero real en lugar de una caricatura del mal, la reelaboración del cuarto acto, en el que primó la parte narrativa, y, sobre todo, una impronta británica con la que marcó los actos I y III, un impresionante diseño de John Macfarlane situado en la era victoriana, época de gran esplendor para el Imperio británico.
La función en cuestión fue protagonizada por Mariko Sasaki, en sustitución de la principal Akane Takada. La técnica de la solista nipona quedó subrayada en el rol de la malvada Odile, gracias al cual el público disfrutó de la coda y los famosos 32 fouettés, en los que alternó dobles y sencillos. Sin embargo, su Odette hubiera lucido más con una dosis adicional de lirismo. El papel del príncipe Siegfried fue desempeñado por el primer solista Joseph Sissens, sobresaliente y arriesgado en sus variaciones, además de atento partenaire para la princesa cisne. Si la maldad puede ser atractiva y refinada a un mismo tiempo, la versión de Liam Scarlett consiguió la cuadratura del círculo con el pérfido Rothbart, interpretado en esta ocasión por Lukas B. Brændsrød.
El cisne representaba la belleza inmaculada para el Romanticismo, por lo tanto, 24 cisnes simbolizarían un plus adicional de esta cualidad. Creados por Lev Ivanov, los actos II y IV son un derroche de belleza superlativa y si además, la bandada de ánades demuestra una impecable pulcritud en la ejecución de sus pasos, como en el caso de la pléyade de cisnes del Royal Ballet, la imagen queda grabada en la memoria. Decía Ninette de Valois que la clave de toda compañía radicaba en una sólida escuela. Fundado en 1931, The Royal Ballet debe al espíritu de Valois su existencia y filosofía vital. Aunque “La Bella Durmiente” es considerado el título-fetiche de la prestigiosa compañía, la fundadora podría estar bien orgullosa del riguroso trabajo del Cuerpo de Baile, así como de los pequeños cisnes –Madison Bailey, Yu Hang, Bomin Kin y Charlotte Tonkinson- y de los grandes cisnes –Olivia Cowley y Chisato Katsura-.
Tradicionalmente existen variantes en cómo terminar “El lago de los cisnes”. En su día, Liam Scarlett escogió un final trágico para su lectura: traicionada por Siegfried, Odette muere ahogada, dejando al príncipe sumido en la pena más absoluta. Podría parecer que la elección de Scarlett tuviera un carácter premonitorio, ya que tras superar una investigación por conducta inapropiada y su despido, el coreógrafo inglés falleció a los 35 años por autolisis, según apuntaron las informaciones publicadas en su obituario. Once calendarios antes, el joven Scarlett había despuntado con “Asphodel Meadows” (2010) y casualmente, la última producción que bailó el Royal Ballet antes de la pandemia fue su versión de “El lago de los cisnes” (2018). Mientras Siegfried llora desconsoladamente la pérdida de Odette, The Royal Ballet pone en valor la corta pero intensa carrera de Scarlett al recuperar su majestuosa producción del clásico inmortal. Hoy día, los grandes ballets de la historia sólo se convierten en experiencias únicas en teatros como la Royal Opera House, con la inigualable atmósfera que crea la música en directo y, sobre todo, con una compañía tan extraordinaria como The Royal Ballet, cuyo trabajo recibió una larguísima ovación de un público feliz por disfrutar de la excelencia del arte del ballet.