Con el estreno mundial de “Comunidad”, espectáculo concebido por su nuevo director general, Leiván García, para las celebraciones por el aniversario número 62 del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, bailarín y coreógrafo recién en la treintena (que asumió sus responsabilidades en meses recientes), emerge con positivas expectativas. Así es como produjo una desmesurada propuesta escénica para toda una noche (120 minutos sin pausa), y con el acompañamiento en el foso de la Orquesta Sinfónica Nacional para ejecutar, con excelencia, la música original del notable pianista Alejandro Falcón, en conjunto con el director musical del maestro Igor Corcuera.
Esta primera obra mayor de Leiván García fue un producto del Premio de Creación Beca Milanés, de la Ascociación Hermanos Saíz (organización no gubernamental que agrupa a los juveniles talentos artísticos). El joven creador rinde tributo a las generaciones que le precedieron en la fundación de este buque insignia de la danza, siempre enfocadas en llevar al palco escénico, de manera rotunda y con rigurosidad en lo histórico, las nuevas formas contemporáneas del “trasunto cultural local y la identidad nacional”.
Su inteligente estructura minimalista está basada en las danzas, cantos y toques percusivos de origen bantú, sin por ello evadir las referencias al Ciclo Congo -una de las exitosas primeras producciones del CFNC-, y en el cuento “Demonio sobre el césped cortado”, de la juvenil dramaturga cubana Taimí Diéguez. Con certeza, “Comunidad” es una pieza compleja a la hora de alcanzar la plena comunicación con el espectador (neófito o no), al mantener el rigor de conjugar historias e ideas renovadoras donde involucra muchos elementos de la danza y antropológicos de forma orgánica. La obra posee una potencialidad escénica de alto virtuosismo en los movimientos coreográficos, con los lógicos riesgos asumidos al introducir “factores novedosos” que enriquecieron la puesta en escena. Allí están las formaciones de círculos y diagonales del canon en los diseños escénicos, y la ejecución de los solistas demuestra su formación integral con danza académica y contemporánea, que fue evidente en elevación y ductilidad muscular.
Loables fueron otros factores, como la escenografía y el vestuario con diseños minimalistas realzados por la iluminación del vasto escenario de la sala Avellaneda, con un inteligente diseño de luces. Sin olvidar la presencia de las simbologías o pictografías identitarias de cada una de las escenas referenciales con la tradición ancestral.
La gran sala del Teatro Nacional de Cuba, que festeja sus 65 años, con un aforo de unas tres mil comodidades, resultó pequeña para acoger un público entusiasta que gratificó en pie la entrega espectacular de notable riqueza visual y sonora, siempre con acentos nostálgicos de sus orígenes.