El Ballet Nacional de Cuba (BNC), declarado Patrimonio Cultural de la Nación en 2018, festeja sus 75 años de fecundos logros, al mostrar en varias semanas un caudal de obras coreográficas que abarca la friolera de 784 títulos, en las que contribuyeron los aportes creativos de 212 coreógrafos de las más diversas tendencias estilísticas, procedentes de 29 países; la de 423 compositores musicales, de ellos 85 cubanos, y la de 158 diseñadores para las escenografías, vestuarios y utilería. Este buque insignia de la danza nacional, en sus 217 giras por 62 países de los cinco continentes, y en sus actuaciones en 105 pueblos y ciudades de la Mayor de las Antillas, ha dejado patente una impronta inabarcable que la sitúa como una institución cultural icónica en tanto que “representante de las esencias de la cultura cubana”.
Como otras compañías del orbe en las artes escénicas, que logran alcanzar a tal cúmulo de hitos en el campo de la danza planetaria, las celebraciones abarcaron exposiciones, conferencias, charlas demostrativas, durante el mes de septiembre, y culminaron con la producción de una brillante, austera y emotiva gala el 28 de octubre, coincidente con la función fundacional en el lejano 1948 -en el hoy Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso sometido a una interminable restauración-, esta vez en el Teatro Nacional de Cuba, moderna instalación con un aforo mayor.
Por consecuencia, las presentaciones de los fragmentos de los grandes clásicos se realizaron en la Sala Avellaneda, y sus producciones fueron ajustados respectivamente a las dimensiones del palco escénico de este coliseo. La actual directora general y primera bailarina Viengsay Valdés (sucesora de la insigne Alicia Alonso desde su fallecimiento en 2019), aspira -según sus palabras en el programa de mano- que el BNC “sea una compañía renovada, respetuosa y al mismo tiempo digna heredera de su historia, de sus raíces”. Además, “que continúe inspirándose en los anhelos de los fundadores, Alicia, Fernando y Alberto Alonso, quienes hicieron realidad el sueño de crear una importante compañía auténticamente cubana, fiel a nuestra idiosincrasia y a nuestra riqueza cultural como nación”.
Por consiguiente, todos los miembros activos del cuerpo de baile del BNC: desde sus primeros bailarines y solistas hasta el último miembro danzante (extendido numéricamente con la participación de los alumnos del último curso de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso). Alternaron en cada una de las funciones realizadas en 4 fines de semana los elencos correspondientes a los títulos presentados: Coppélia, primer acto; Lago de los cisnes, segundo acto; y Don Quijote, tercer acto, según las versiones de los originales acreditadas a Alicia Alonso. Siempre con el correcto soporte musical de la Orquesta del GTH,dirigida por su titular Yhovani Duarte (su meritoria faena fue, en ocasiones, empañada por una amplificación
En cuanto a las entregas interpretativas, hubo momentos brillantes con gran estilo, otras con marcadas tendencias hacia el atletismo; predominante en desmedro de la ejecución precisa con la música. No quiero pecar de intolerante o condescendiente con respecto a los bisoños, cuya maduración artística está en ciernes.
No obviamos el hecho de la presencia destacada de los bailarines, de ambos sexos, aupados merecidamente a los rangos superiores del elenco. Fue una nota alta en cada una de las funciones observadas por este cronista, apoyado por la respuesta gratificante del auditorio. A esto debemos prestar atención, cuando es excesiva a la justeza de lo observado y las posibles perturbaciones en los ejecutantes. Muy loable ha sido la recuperación de conversatorios pedagógicos en diversos estamentos de la población capitalina, dirigidos por especialistas con apoyo de bailarines, aunque ansiamos mantenga su periodicidad.
Gala festiva inclusiva
Para cerrar este jubileo de manera extraordinaria pero festiva, el BNC eligió como apuntamos arriba la fecha coincidente con la efeméride fundacional de48. Aquella noche ofreció su primera función el Ballet Alicia Alonso, a partir de 1955 Ballet de Cuba y, desde 1961, Ballet Nacional de Cuba, que con su notable entrega artística ha sabido posicionarse globalmente en lugar prominente de la historia del arte de Terpsícore, hasta convertirse en paradigma identitario del país.
El espectáculo, siempre en la Sala Avellaneda del TNC, podríamos considerarlo “una gala” anticanónica, a juzgar por el concepto estructural (por momentos distópico) diseñado por Heriberto Cabezas, por décadas a cargo de las relaciones públicas y protocolo del BNC, y el montaje a cargo de la maestra Svetlana Ballester. Su apertura fue novedosa, desconcertante y picaresca: a telón abierto observamos el movimiento escénico de técnicos, tramoyistas y utileros, su anónima e imprescindible faena al descubierto, bajo el sugerente título: “la función se prepara…”. Acto seguido desfilarían, sin pausas, las piezas elegidas según la diversidad generacional de extenso repertorio: desde un fragmento del Acto II de la “Giselle” de la Alonso, hasta las últimas coreografías que nutrieron su catálogo activo.
En “Giselle”, descollaron el Hilarión del experimentado primer bailarín de carácter, Ernesto Díaz, y la poderosa Myrtha reina de las Wilis encarnada por la talentosa solista Chavela Riera, apoyada por disciplinado coro juvenil femenino que mereció una ovación aparte. A partir de un cambio de luces, nos llegó la reposición del cincuentenario “Canto Vital” del ruso Azari Plisétsky, para un cuarteto de atléticos bailarines sobre la 5ta. Sinfonía de Mahler, con un discurso ecologista a ultranza, con la Naturaleza interpretada por el primer bailarína Dani Hernández, sin superar los referentes de su creación.
El diseñador de luces tuvo que crear los claroscuros lumínicos para permitir la realización de un epítome del clasicismo fokiniano: el desafiante solo para prima ballerina “La muerte del cisne”. Fue un reto, vencido con creces, por la primera bailarina Sadaise Arencibia, con el fuste, aplomo y dominio expresivo de los port des bras necesarios para ganarse la ovación. Luego, pasamos al disfrute de dos caballos de batalla de los grandes concursos de ballet. Primero, el afrancesado pas de deux de Víctor Gsovsky con música de Daniel Adam, “Grand Pas Classique”, bailado de manera superlativa por Grettel Morejón, primera figura del BNC y un invitado de notas altas, Alejandro Virelles ( ex del BNC y estrella actual del Staatsballet Berlin). El trabajo de pareja estuvo acentuado por musicalidad y virtuosismo, sin desmedro del estilo particular de la escuela cubana de ballet. Le siguió el archipopular y exultante “Diana y Acteón” (según las recreaciones de Vaganova y Chabukiani) con soporte musical de Pugni/Drigo, ejecutado con autoridad y virtuosismo por dos bailarines triunfadores en tierras escandinavas, Yolanda Correa y Carlos Castellanos (estrellas del Ballet Nacional de Noruega).
Inmediatamente, sin un minuto de reposo, pasamos al internacionalmente laureado dueto “Muñecos” (1978) del coreógrafo cubano Alberto Méndez, un poético drama lírico con música de su compatriota Rembert Egues, en esta ocasión interpretado por dos primeros bailarines del BNC, Anette Delgado y Dani Hernández, encarnando con vibra especial la historia clásica del romance del soldadito de plomo con una muñeca de trapo.
Volvemos a la festividad coréutica, con la representación de un fragmento del ballet “Séptima Sinfonía”, según la música de Beethoven, imaginada en danza por el malogrado coreógrafo suizo Uwe Scholtz, fue una espléndida demostración de la gran clase del cuerpo de baile guiados por la pareja principal, bailada por la talentosa María Luisa Márquez y Yankiel Vázquez, la más reciente promoción a primer bailarín del BNC.
La larga pero densa y concisa función de Gala, cerró con un regalo sorpresa antes del esperado desfile de fin de fiesta, y consistía en la reposición de la miniatura ballet-vídeo “Para Alicia”, con coreografía de la peruana Tania Vergara y música en vivo ejecutada al piano por su actor, el notable pianista cubano Frank Fernández, interpretada por Viengsay Valdés, (en su creación en 2020, sobre el escenario de la sala García Lorca, estaba la eximia Alicia Alonso esbozando con sus manos una coreografía imaginaria).
En unos segundos con cambios de luces y telones, surgió toda la compañia, con sus activos y los que pasaron a retiro, así como los que retornaron para este evento y irradian en el exterior al ballet cubano, a partir de un montaje de Alberto Méndez con música de Franz Léhar arreglada por el cubano Jorge López Marín.
Agradecimientos a los especialistas Miguel Cabrera y Ahmed Piñeiro por sus valiosas contribuciones.
El milagro cubano
¿Cómo era posible que esta pequeña isla del Caribe aportara al ballet universal no solo a una de las más extraordinarias bailarinas del mundo, sino también una compañía de ballet con un estilo propio y definido?
En fin, una escuela de ballet: La escuela cubana. El célebre crítico inglés de la pasada centuria Arnold Haskell, definió este fenómeno con una frase lapidaria: El milagro cubano.
Como miembro del jurado del Concurso búlgaro de ballet en Varna, en 1964, 1965 y 1966, pudo observar más de 70 bailarines de muchos países, incluyendo los mejores que la URSS podía producir. Antes que empezara en el concurso, dice Haskell, nos percatamos de algunos nombres cubanos, pero no pensamos nada sobre ellos. Tres días más tarde todo el mundo del ballet hablaba sobre Cuba; vuestras bailarinas fueron una sensación.
Los nombres de Mirta Plá, Josefina Méndez, Aurora Bosch y Loipa Araújo fueron familiares para todos, no solo como bailarinas individuales, sino como representantivas de una nueva escuela, una escuela cubana. De la noche a la mañana, con su baile se habían situado no solo en nuestros corazones, sino en la historia de siglos del ballet, acotó Haskell.