Después de un breve período de ausencia de estas páginas-por motivos de salud- este cronista retorna con renovada pasión por la danza toda, y en consecuencia el Ballet Nacional de Cuba, que ostenta ahora en sus programas de mano el merecido reconocimiento oficial de Patrimonio cultural de la nación, me despierta las motivaciones respectivas a partir de los tres estrenos coreográficos post pandemia en 2023.
Los mencionados estrenos son creaciones de coreógrafos foráneos, con características estilísticas diversas e inclusivas. Lo mismo puede decirse de los soporte musicales de cada uno. Completaba el programa de esta temporada un par de afortunadas reposiciones: así lo fue para la apertura el dúo “Love Fear Loss” (sin traducir) del brasileño Ricardo Amarante y la espléndida pieza del ruso-estadounidense Alexei Ratmansky, “Concerto DSCH” con la potente música de Dimitri Schostakovich.
Otra nota alta que resuena con brillantez en estas representaciones sobre la escena de la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, proviene de los reajustes en los elencos. La dirección de la primera bailarina Viengsay Valdés se nos muestra atinada al realizar acertadas promociones en los diversos rangos del cuerpo de baile del BNC: Yankiel Vázquez asciende como nuevo primer bailarín, así como más nutridos fueron los ascensos entre los bailarines principales y los solistas. Debemos considerar los éxodos de talentos juveniles ocurridos, desde el 2019 a la fecha, en el sector de las artes escénicas del país por diversos motivos personales, y curiosamente sin motivaciones de carácter ideológico o político que sepamos.
Técnicamente hablando, los intérpretes de los títulos programados aquí demostraron su rotunda formación académica como recién egresados de la Escuela nacional de ballet. No obstante nuestros reproches van dirigidos a su incipiente maduración dramática y en las incorporaciones físicas de la danza contemporánea y sus llamadas “fusiones” al uso.
Sobre las obras estrenadas
Con “Otra bella cubana”, Susana Pous se estrena ella misma como “coreógrafa cubana”, si bien sabemos que nació y se formó como bailarina en España. Por más de dos décadas ha desarrollado una carrera destacada en su país de adopción (donde ha constituido una simpática familia), al cual ingresó como asistente de la catalana María Rovira para el montaje de una obra para el BNC.
La génesis de su estreno tiene su origen en la concepción musical de la compositora y cantante Eme Alfonso, del tema homónimo del decimonónico violinista cubano José White, recreado por una banda electroacústica y con pertinentes diseños por Guido Gali. Pous expone en ella sus exploraciones para recrear un mundo esencialmente, que, confiesa, le es muy cercano esta vez “desde una visión social”, sobre el papel de la mujer en la sociedad cubana hic et nunc.
Vinculada siempre con la danza contemporánea mediante su propia agrupación: “Mi compañía, aceptó la invitación aperturista de Viengsay Valdés, puesto que -ha expresado- ha defendido la idea de que la danza debe asumirse como un todo…con otras maneras de asumirla. Por lo tanto fue un reto que conlleva riesgos; “el riesgo es consustancial a la evolución”, afirm Pous.
Le siguió el estreno en Cuba del ballet en un acto “A fuego lento” con coreografía de Ricardo Amarante, autor igualmente de los diseños de luces y vestuario. Un invitado reincidente con el BNC: vimos su pieza anterior como “opening”.Aquí su soporte musical es una banda sonora con fragmento de Lalo Schifrin, Astor Piazzolla y Sayo Kosugi. Sus intérpretes principales fueron la primera bailarina Grettel Morejón y el promovido Darío Hernández (donde exhibe una elegante fisicalidad en su atletismo), con la participación eficaz de cuatro parejas de solistas bien afiatadas.
El vocabulario de pasos se muestra restringido en su paleta de movimientos recurrentes y disruptivos, por momento punzantes. Es también Amarante el creador de los diseños de luces y vestuario, discretamente ajustados a los fines buscados.
Después de un dilatado intermedio, el vasto escenario de la sala Avellaneda estaba a telón abierto y en blackout, de súbito irrumpe un bailarín principal ya mencionado, Darío Hernández, con su figura de danseur noble y un carisma especial para ejecutar “el centro” de una clase académica de ballet como una solo-performance denominada “BALLET 101”, solamente guiado por los pasos anunciados por dos maestros de ballet en off y con dos cenitales como iluminación. Un tour de force de 15 minutos intensos que fue gratificado con una sonora ovación.
Su autor es el bailarín canadiense Eric Gauthier (exsolista del Ballet de Stuttgart) que lo estrenó allí en 2006 y ahora ingresa en el repertorio del BNC. También diseñador de luces y vestuario decide emplear un collage de sonidos con Jens Peter Abele, y para el montaje del solo recurrió al bailarín Cesar ”Sonny” Locsin, con experiencias múltiples en ballet clásico, moderno, contemporáneo y jazz, y actualmente dirige su agrupación en su natal Filipinas. Es un caleidoscopio de pasos con sus variantes a partir de las cinco posiciones del canon académico, al seguir el ritmo natural de las voces en off de los maitres de ballet al frente de la parte del centro en una clase de ballet.
El espectáculo concluye con la deslumbrante coreografía del muy mediático Alexei Ratmansky con un juvenil cuerpo de baile sin la seguridad necesaria para lograr los desconcertantes rebuscamientos en los dúos y tríos que sin duda lograrían en ulteriores representaciones. Esta obra contó con el acompañamiento en vivo de la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro Alicia Alonso, con la dirección afortunada del titular Yhovani Duarte, y la eficaz ejecución al piano de la concertista Daniela Rivero con una pieza tan exigente de Shostakóvich, que merecía una más cuidada afinación del Steinway utilizado.