Esta Cenicienta no es igual a todas. Ni siquiera a las más modernas. Tampoco pretende ser una adaptación de un cuento tradicional para niños en el siglo XXI. Esta Cenicienta no solo rompe con esos códigos, sino que también se anima a mirar el mundo desde otra perspectiva. Quizás rebelde. Quizás no convencional. Quizás desde una óptica más psicológica.
La nueva versión de “Cendrillon” (“Cenicienta”) que Les Ballets de Monte-Carlo presentó en el Kennedy Center de Washington DC del 17 al 20 de noviembre, transita por senderos diferentes el drama de la huérfana despreciada por su madrastra y sus hermanastras malditas y horribles. Con coreografía de su director, Jean-Christophe Maillot, la compañía trae una propuesta de alto nivel de sofisticación, cuyo estreno fue en 1999 en la Salle Garnier Opéra de Monte-Carlo. No obstante, y más allá del tiempo transcurrido, la obra no deja de ser absolutamente vanguardista.
Un vestuario imaginativo, exuberante desde su minimalismo, de Jérôme Kaplan, y una escenografía asombrosamente creativa y sencilla de Ernest Pignon-Ernest, se ensamblan con la puesta de luces, sutil y sugerente de Dominique Drillot. Tutús ocurrentes y disociados en partes, vestidos de seda, y graciosas pelucas ponen un toque de originalidad en una suerte de escenario móvil en el cual las escenas se determinan por el movimiento de paneles que se desplazan y van generando diferentes espacios.
Allí, el polvo de oro se convierte en el narrador silencioso que entreteje la trama a través de un hada que no es otra que el espíritu de la madre de Cenicienta. Ella es la que, como un extraño demiurgo va delineando el destino de la muchacha sumergida en el recuerdo de una felicidad perdida. Un cuestionamiento recurrente en la obra de Maillot, que apunta a las formas en las que los que se van de este mundo marcan el rumbo de la vida de quienes se quedan.
En esta “Cenicienta” no hay zapallos que se convierten en carrozas, ni lagartos que se transforman en lacayos. Ni tampoco zapatos de cristal. Aquí, otra magia es la que va envolviendo a los personajes a través de la música de Serge Prokofiev. Y aunque Maillot se ciñe a los fundamentos de la historia de “Cenicienta”, profundiza en las emociones y en las tribulaciones de los personajes desde una búsqueda interior. Su padre, Jaeyong An, un bailarín de gran musicalidad y precisión, se debate entre el deseo de protegerla y los deberes para con su nueva esposa, Anna Blackwell.
Cenicienta, interpretada por Ekaterina Petina, encarna una deliciosa y conmovedora joven que, sin exageraciones, compone un personaje especial. Quizás la Cenicienta que todos imaginaron en la realidad. Petina es una bailarina delicada y de excelente técnica.
Un detalle que Maillot se ocupó de destacar: su cenicienta baila descalza. Eso la vuelve más atractiva aún y carga de simbolismos al personaje. Sin embargo, la fuerza del relato y de la trama se centra en la madre de Cenicienta, Laura Tisserand, reencarnada, después de su muerte, en el Hada. Envuelta en su polvo dorado el hada brilla y resplandece dentro de un traje de una belleza deslumbrante, con un tutú plato transparente y rígido. Impecable en su técnica, bello port de bras y sólidas piernas.
En el segundo acto, cuando Cenicienta, guiada por su madre o por el hada, llega al palacio a encontrarse con el príncipe, tiene los pies cubiertos de polvo dorado, ese polvo mágico que provoca la transformación. Lleva el vestido de seda blanco de su madre y la ilusión de una adolescente. Maillot apela a momentos de humor, y hasta hace alguna crítica sutil a la banalidad de una sociedad superficial y ostentosa. La contrapone con esta Cenicienta sencilla y despojada de atavismos.
El cuerpo de baile y los personajes secundarios de esta compañía fundada en 1985 por iniciativa de la Princesa de Hannover, y que tuvo directores como Ghislaine Thesmar, Pierre Lacotte y Jean-Yves Esquerre, mostró no solo una excelente técnica sino también una enorme capacidad para abordar diferentes estilos. Capaces de transmitir el mensaje sugerido, el no evidente, los bailarines logran magníficas escenas de baile y de interpretación.
Una propuesta coreográfica ingeniosa y dinámica que muestra otros aspectos de un relato que permite una diversidad de interpretaciones. Pero por sobre todo, una mirada despojada de toda superficialidad con un acertado equilibrio entre lo neoclásico y lo contemporáneo.